Martes 9 de febrero
No hubiera dejado de tocarte,
nunca, si yo viviera contigo.
Quizás me rehuirías, pero sigo
pensando, en mis quimeras, que amarte
a diario es lo que un hombre cabal
desearía en el fondo de su alma.
Y doy mis ojos, reposo y calma,
la digna pena del arrabal,
si a cambio obtengo el dulce silencio
de tu cuerpo generoso y cálido,
desnudez que arroba. Y que yo, pálido
—mudo, ahíto, absorto—, reverencio.
Martes 9 de febrero
Te ibas sin remordimiento al dejarme
pendiente de ti, pendiendo de besos
aún no dados, hilos como rezos
sin capilla, en un desnudo desarme
arrebatadamente clandestino,
con los brazos agónicos, caídos,
en la espera de dos nuevos raídos
versos, una caricia y un suave vino.
Y te ibas de mí sin remordimiento
alguno, sin la pena de mis penas,
sin mirar cómo tu cuerpo en mis venas
se incrustaba vivo en mi último aliento.
Miércoles 10 de febrero
—El hombre tiene derecho a gozarme
—me dijiste, y no quise ni mirarme
en el espejo. ¿Pero yo quién soy
para cambiar los tiempos: mañana, hoy,
ayer, futuro, presente, pasado,
vivir permanentemente a tu lado?
Es cierto: el amor no recoge el fruto
saciado en otra mesa: ¿estoy de luto
perpetuo por morar en casa ajena?
Es fatídica, sí, la última cena.
¿Por eso es, acaso, leve la llama
en quien, sedienta, a dos personas ama?
Jueves 11 de febrero
Porque después de avivar la pasión
venía, sin remedio, la rotura
—con latidos lentos— del corazón,
la calidez del corte, la premura
parsimoniosa del doliente olvido,
la inalterable suerte del adiós,
el cuerpo cercado por el tejido
remendado a la sombra de tu Dios.
¿No hubo nunca amor en las tentaciones
de tus graves —absorbentes— pecados?
¿Me recordabas en tus oraciones,
cabía yo en tus sollozos callados?
Viernes 12 de febrero
¿Qué mujer no se ha entregado
sin sentir pizca de amor?
No tiene ningún problema
cuando el beso es transitorio.
Mas si el celo es postergado,
se difumina el temor.
Puedo yo plantearle el tema
sin resultado mortuorio.
A veces se tira el dado
y, sin saberlo, el ardor
amoroso, como edema,
se inflama en gozo ilusorio.
Sábado 13 de febrero
Si yo, grave, a nado voy, ella rema.
Y me obligo a quererla por decreto:
su voz—cántico en rosa— es una gema.
(No lo digas a nadie: es un secreto.)
Cae de las alturas pálida gema
enmedio de un abandonado gueto.
Y ella, en un descuido, su boca quema
y arde en mi boca; tengo un sueño y un reto:
vivir en su cuerpo como en un reino:
me acicalo, me desvisto, me peino,
soy otro, soy el que no es, el demente,
el que no sabe morar con la gente,
el que va y viene a nado, el que del cielo
baja con tus negros ojos sin velo.
Domingo 14 de febrero
¿Qué son estas manos sin sus caderas?
¿Qué son estos ojos sin su presencia?
¿Cómo un corazón se apaga de veras
por el silencio áureo de una cadencia?
¿Si no la conozco por qué me enerva
el lento transcurrir de sus palabras?
¿Por qué me empecino en quererla sierva
de oncenas de relámpagos con cabras
de ansiedad formuladas en pesquisas
sin redes en el fondo del abismo
que carcome mis uñas alteradas
en ásperas y somnolientas misas?
¿No es un desnudo suyo el cataclismo
que oscurecerá mis cosas amadas?