Autoría de 11:20 pm Víctor Roura - Oficio bonito

Huelga y espejo periodísticos – Víctor Roura

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Acaso sin querer, o dolosamente queriendo, la huelga levantada en Notimex desde el 21 de febrero de 2019 está transmitiendo la natural mezquindad de la condición humana. Porque en un escenario legítimo los confrontadores (no acérrimos enemigos, tal como lo creen los que han emplazado esta huelga, percibiéndola como una guerra disparando, estos irascibles informadores, a quien fuera ya que su encono, en lugar de concentrarlo en su razonado planteamiento de por qué deben continuar ellos en la agencia del Estado, lo nutren —el encono— golpeando, insultando, agraviando y descalificando a terceros que no portan velas en su entierro)… lo que no quieren entender estos informadores huelguistas (¿no quieren o no pueden entenderlo?) es que la agencia del Estado no les pertenece, como ilusamente lo hacen creer, como tampoco pertenece a un dueño en particular (como si fuera, esta agencia, un negocio particular, como lo son El Universal, Radio Centro, Televisa, La JornadaMilenio o Nexos), sino es un medio del gobierno que, según el criterio de quien la dirija en cada periodo administrativo, se desarrollará de acuerdo a los lineamientos establecidos por la Presidencia de la República, que en los tiempos priista y panista había sido regulada, por sus diferentes directivas, de manera servil a las conveniencias del funcionariato en turno, apéndice inamovible y sustrato hegemónico de inviolable caducidad para sus trabajadores en la nómina oficial, como bien lo saben estos sindicalistas en huelga, que han cancelado la maquinaria informativa porque se han sentido desplazados y, por supuesto, porque no quieren mirar cómo son extinguidos sus numerosos privilegios, obtenidos a lo largo de bonanzas y productivas políticas parcializadoras. Sus insultos son, acaso sin ellos saberlo, su propia identidad, porque las majaderías hablan, sin duda, por ellos. Tal como en un corrupto sus corrupciones, más que su discurso —que es sólo la parafernalia pública, la simulación de sus actos íntimos—, hablan por él, de igual modo las ofensas, al no poderse acompañar de un formato que resuma su inteligencia, son parte inherente, consustancial, de un enardecido huelguista que se halla en medio de una guerra, no de una gestión laboral, como debiera serlo.

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Tan agresiva es su posición que no se cansan en buscar la forma de fastidiar al prójimo, al grado de que más de una persona ya me ha advertido de que tuviera cuidado con mis pasos al caminar, lo cual ya es una franca amenaza. Porque, me han dicho, los sindicalistas no se mueven solos sino cuentan con respaldos no visibles a simple vista. Como en cualquier guerra, los francotiradores luego se hallan ocultos, jamás dan la cara pero son puntuales servidores de la infamia. ¿Por qué este comportamiento alterado e ignominioso? Supongo que es parte de una actitud defensiva que toma el atacante para levantarse a sí mismo la moral porque es importante, para una víctima, victimizarse aún más, sentir la protección incluso de quienes no conoce, Por eso para esta apesadumbrada gente todo aquello que no está con ella es considerado opositor, tal como se distinguen las cosas en el juego de la política. Por eso las personas que incluso trabajaron conmigo —aunque en un corto tiempo—, y que se decían afables y gentiles, y en verdad así lo parecían, me insultan con saña inaudita sacándose de la manga no sé cuánto vituperio guardado en el corazón. Porque, sencillamente, para esta gente, soy un desalmado enemigo por no militar en su huelga. Y por eso, tras leer este artículo (si es que alcanzan a llegar hasta aquí, hostiles como son —según su propia confesión… ¡informadores que no gustan de las largas lecturas, vaya insólita revelación!—), andarán estos huelguistas viendo una nueva manera de insultarme, incansables ingeniosos en sus invectivas, que no inventivas, que es más fácil insultar que tratar de dirimir una cuestión. Empero, a diferencia de esta gente, yo sí escribo, leo y me informo, no ando buscando adjetivos para descalificarla. Si la decisión suprema está a su favor, que retornen a su Notimex bendito a continuar trabajando como lo han hecho durante décadas ayunos de un largo aliento periodístico. Adelante, que yo ya estaré en otro sitio escribiendo lo mío, olvidado yo de sus injurias y sus ataques atrabiliarios y sin sentido, pacificado por fin de sus agravios y afrentas, que yo no se los devolveré jamás —es decir, no es que yo me quedara delicadamente a gusto con sus agravios sino que yo no me preocuparía en devolverles sus vejaciones por otras distintas: si estos espadachines del odio guardan bajo el bolsillo aquella leyenda inexorable que dice que el león cree que todos los demás son de su misma condición, ese lema no va conmigo porque no me sustraigo en contrariedades zoológicas, sólo en fábulas fantásticas, que nada tiene que ver una cosa con otra.

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Como toda guerra, ésta también tiene aliados y antagonistas. Lo curioso de esta contienda es que confronta, en ambos bandos, al gremio periodístico clarificando, sin dejar lugar a la duda, que no hay peor enemigo de un periodista que otro periodista, dejando subrayada la entelequia aquella que confirma la adusta rivalidad entre informadores en pos de la consagración personal. Por supuesto, en esta conflagración desatada de insultos de los huelguistas contra Víctor Roura, por ejemplo, me inquietan ciertas situaciones, como las proferidas por periodistas de alto índice de legitimidad, como Álvaro Delgado o Juan Omar Fierro, los dos de Proceso, a quienes tengo estima. Sin embargo, me pregunto —ante el caudal de apuñalamiento que hacen escrituralmente contra la directiva de Notimex y el vigoroso ensalzamiento de los sindicalistas— si ambos reporteros se han cuestionado alguna vez la razón de estos insultos proferidos contra mi persona o si su silencio ante esta caterva de ofensas es porque, aun yo no sabiéndolo, calladamente la avalan. Porque entre periodistas, incluso guardándoselo para sí, se saben los grados de cortedad o de solvencia que recae en cada uno de ellos. Y si estos dos periodistas de calidad y probidad indiscutibles no discuten —o los hacen a un lado con la mano en la cintura— sobre estos pormenores —los agravios y las ofensas recurrentes—, ¿qué puedo esperar de periodistas reconocidamente venales aunque con fama mediática? Ellos saben que si Notimex prosiguiera en estos momentos y yo continuara en esta agencia, sus nombres seguramente seguirían apareciendo en esta agencia, incluso los poemas que Fierro me entregara —durante una amistosa noche en casa del médico narrador Eduardo Monteverde quien, gentil como es su costumbre, nos había invitado una placentera ronda de vodkas— estaban debidamente programados para difundirlos en la sección de poesía que habíamos recientemente inaugurado, y que de continuare yo ahí con toda seguridad volvería a programar, aun cuando con toda desfachatez alentaran con su escritura a estos enconados sindicalistas a proseguir insultándome con inmisericorde desparpajo. Porque una cosa es el periodismo y muy otra la miseria humana. No sé, pero es tanta la solidaridad de Proceso con esta causa sindical que, si hay congruencia en los reportes informativos, no dudaría en que esta revista, dirigida por Jorge Carrasco, contratara a estos competentes huelguistas en caso de verse sólo indemnizados por el Estado, no recontratados, como es su intención, en esta agencia para contrariar la nueva modalidad periodística a cargo, esta vez, de Sanjuana Martínez, a quien de igual modo —los sindicalistas— insultan con singular denuedo, como Pedro cuando entra a su casa.

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Ahora hay como un eco, prendido en automático, donde diversas voces —consideradas socialistas— se muestran solidarios con los huelguistas por el solo hecho de estar organizados en un “sindicato”, un término que de antemano ofrece una amplia carga de reforzamiento democrático sin que los analistas de estos ideales ciudadanos se den la oportunidad, la mayoría, de reparar en la legitimidad, o no, de sus planteamientos —oportunos u oportunistas, he ahí la complejidad de la dilucidación—, porque, al menos en ciertas voces de apoyo internacional, se trasluce una completa incomprensión de la labor periodística, que de eso trata, o debiera tratar, la discusión, no de las conquistas sindicales que se están diluyendo como burbujas en una bañera. Un sindicalista, que trabajaba en la sección de Cultura, apenas iniciada la huelga —que decía ser mi amigo, a quien yo instaba a escribir, que sacara sus miradas hacia fuera, pero en las dos ocasiones en las que intenté animarlo a signar sus visiones me respondió, alegremente, que la escritura a él no se le daba—, dijo en video, con firmeza inaudita, que todos los que habían llegado a partir de la dirección de Sanjuana Martínez no sabían nada de periodismo. Todos. Así lo afirmó el informador. ¿Por qué nadie ha rebatido estas endebles, arrogantes y desajustadas palabras? Es como si se afirmara, desfasadamente, que todos los que trabajaban en Notimex antes del arribo de Sanjuana no eran periodistas sino viles lacayos del funcionariato en turno. Lo cual sería, evidentemente, un desacierto. O como creer que todos los líderes sindicales trabajan en realidad por las causas de los peones, no para llevar agua a sus propios molinos. Buscar un justo equilibrio entre estas gravedades y heroicidades sería lo idóneo, pero las más de las veces este sensato raciocinio es suplido por una multidiscursividad insultativa, que es mucho menos cavilosa que lo anterior. Finalmente, de lo que se trata es de ganar, como fuera. Y, déjenme decirles, esto precisamente es lo menos periodístico que puede haber, incluyendo las gozosas voces que intervienen, sin saber con certeza las causas que respalda, contra una decisión del Estado, porque una decisión del Estado siempre, o casi siempre, es perjudicial para un noble sindicato, que jamás tuvo antes problema ninguno en los felices y bonancibles sexenios anteriores.

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Que ambos bandos, en esta huelga tan desigual, han cometido yerros, ya de prácticas ortodoxas primitivas—como negar persistentemente a los otros— o de teorías heterodoxas reformistas—como dar por hechos argumentos supuestamente sobreentendidos que no merecen la pormenorización cabal de su exégesis—: en una guerra, tal como han convertido(sobre todo) los huelguistas el conflicto en Notimex, todo es válido, de ahí las mentiras, las infamias, los exabruptos, los feroces dictados contra la razón, las calumnias, las interminables rivalidades, los fementidos pactos, las constantes triquiñuelas, el decir sin hacer, el hacer sin decir, la infinita laxitud del engaño.

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El pasado viernes 26 de febrero, en la mañanera, una periodista solidaria con el sindicato de Notimex, exhibiendo su disgusto, dijo a López Obrador que ahora hasta la Comisión Federal de Electricidad complotaba contra los huelguistas al cortarles la luz, que robaban (utilizaban) mediante los llamados diablitos. El presidente, tal vez incomodado, dijo que él ya había hablado tanto con Sanjuana Martínez —directora general de la agencia— como con Jesús Ramírez Cuevas —encargado del área comunicacional de la Presidencia— para buscar un acuerdo y darle pronta solución a ese malhadado —el adjetivo es mío, no de López Obrador— conflicto, que quizá, por eso mismo, vea por fin resuelto esta irrazonada batalla periodística. Ese mismo día el presidente morenista habló, como siempre habla —y que encona a varios periodistas, acostumbrados a ser ellos los únicos en calificar sus propias actitudes, protegiéndose o invalidando, según calcen los tiempos, a determinadas figuras—, de ciertos periódicos y algunas personalidades de la información que basan, las más de las veces, sus noticias a partir de la rumorología y las vicisitudes oportunistas.

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¿En qué va a acabar esta huelga en Notimex?

      No lo sé.

      Lo único cierto de toda esta desazón periodística es que, queriendo o no queriendo, el gremio de la prensa se ha revelado tal cual es.

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“A cada quien su páramo de espejos”, dice un verso del poeta Margarito Cuéllar.

Y esta categórica línea es tanto primorosa como soberanamente ineludible.

A cada quien, ciertamente, su páramo de espejos.

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Last modified: 7 octubre, 2021
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