Aquellos que se dedican al estudio de la música, frecuentemente se apoyan en el concepto de Leonard Meyer, que la define como una forma de comunicación emocional. Aunque en otras ocasiones, se utiliza la definición del compositor Edgar Varése que la describe como: un sonido organizado, que también se considera una forma de expresión artística, que conlleva al autodescubrimiento y autoexploración. Sea cual sea la definición que se utilice, es un hecho que la música es más que una herramienta comunicativa o una experiencia emocional.
Así como otras manifestaciones artísticas, es capaz de generar cambios importantes en la capacidad cognitiva del ser humano. Por esta razón, científicos de todo el mundo se han dedicado a estudiar la relación de la música con el cerebro. Nuestro país, México, no es la excepción, aunque desafortunadamente, en voz de algunos investigadores que se dedicaban a su estudio, el apoyo para desarrollar líneas de investigación en este tema ha disminuido con el paso de los años.
Muchos se preguntan si vale la pena investigar a la música, con la misma dedicación que se estudia el efecto de una terapia sobre el organismo. Para emitir una opinión al respecto, podemos comenzar por saber que entre las posturas de lo que implica el procesamiento musical, resaltan dos propuestas.
Primeramente, el científico Steven Pinker postula que la música nació gracias a la explotación de los circuitos neuronales que permiten el lenguaje, y que el placer que provoca la misma es meramente incidental. Otra postura, que respaldan algunos entusiastas, es que el pensamiento artístico en general fue y es esencial para el desarrollo humano. Quizás la habilidad para utilizar y disfrutar una forma de pensamiento ficticio, les confirió a nuestros antepasados una ventaja evolutiva, al poder considerar escenarios hipotéticos mediante la representación abstracta, y por lo tanto los condujera a planear sus respuestas por adelantado. Esto último con ayuda de la atención, flexibilidad cognitiva y coordinación motora, que curiosamente también encontramos en la improvisación musical.
¿Y de dónde provienen estas habilidades? Precisamente del sistema nervioso, particularmente del cerebro, donde los hechos relacionados con el procesamiento musical permiten que tengan lugar ambas posturas.
Al escuchar música, algunas estructuras profundas del cerebro, como el núcleo coclear, tallo y cerebelo son activados. Después, estos se encargan de estimular las llamadas regiones auditivas que se encuentran principalmente en el lóbulo temporal de ambos hemisferios cerebrales. Tratar de recordar si hemos escuchado la pieza musical, hace que el hipocampo, una estructura famosamente implicada en la memoria, así como regiones de la corteza frontal inferior, participen en este ejercicio de discernimiento. Y entonces nos es familiar. Como conocemos el ritmo, lo seguimos con un golpeteo sincronizado utilizando nuestras manos o tal vez los pies. En este acto, el cerebelo y su circuito de sincronización vuelven a aparecer en escena.
Ahora bien, ¿qué sucede al tocar un instrumento musical? Independientemente del instrumento, incluso la voz al cantar, la corteza prefrontal está involucrada en la planeación, la corteza motora encargada de los movimientos de las extremidades, y la corteza sensorial estará brindando información táctil que permitirá tocar el instrumento o cantar, y modulará la presión que utilizamos para generar una nota. Leer y escuchar música con lírica, involucra a las cortezas visuales y a los circuitos del lenguaje, con regiones importantes como el área de Broca y Wernicke. Y por último, pero no menos interesante, todas las emociones experimentadas involucran a estructuras de la vermis cerebelar y la amígdala.
El cerebro tiene la capacidad de modificar la forma en que se organiza estructural y funcionalmente en respuesta a los cambios que vive a su alrededor. A este fenómeno se le conoce como plasticidad. Al ser reclutadas tantas áreas en el procesamiento musical, el cerebro adquiere la capacidad de adaptarse y ser más eficiente en tareas de memoria, abstracción y lenguaje. Es por esto que se aprovecha la información relacionada al entrenamiento musical, para desarrollar terapias de rehabilitación o que eviten la progresión de diversos padecimientos del lenguaje. Por ejemplo, la terapia melódica de entonación, mejora la articulación de palabras y frases a través de ejercicios cantados. Asimismo, también existen terapias que estimulan la reorganización cerebral, similar a la que se encontró en músicos experimentados, mejorando la coordinación y planeación de los movimientos de las extremidades.
Podemos concluir con lo anterior que el efecto terapéutico de la música actúa tanto en el habla como en la capacidad motora y auditiva. Sin olvidar que también tiene la capacidad de evocar emociones y recuerdos que sin duda enriquece nuestra cotidianidad, al menos para algunos de nosotros. Y después de este recorrido por el cerebro musical, es evidente que sobran razones para apoyar el estudio científico de la música; y de lo que carecemos en realidad son motivos para dejar de hacerlo.
REFERENCIAS
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