Andrés Garrido del Toral

En memoria de don José Arana Morán, muerto apenas el 21 de febrero pasado

Hace casi nueve años, en el otoño de 2012, encontré a mi amado maestro don José Arana Morán, maestro de maestros, impecablemente vestido con un traje azul oscuro, con unos zapatos negros que denotaban un brillo envidiable, con su salud muy restablecida y con ganas de platicar del Querétaro que se nos fue, nada de política, y menos de lo que vivió en 1997 con la elección gubernamental entre su yerno Nacho Loyola Vera y de su sobrino favorito, Fernando Ortiz Arana.

Cuando concerté la cita con Gela Arana de los Cobos le comenté que íbamos a tratar temas parroquiales, de un Querétaro que ya no existe, y por ello se me concedió hacer este recuento de los años, mozos de un apóstol de la educación universitaria y de la ciencia jurídica. Avalan al mentor su paso por la diputación local y secretaría particular del gobernador Gral. Octavio S. Mondragón, su huella en la Secretaría de Gobierno con el Ing. González Cosío y su presencia en la Cámara de Diputados entre 1967-1970 con el presidente Díaz Ordaz, la cual presidió precisamente en el difícil año de 1968. También su extensa carrera docente por más de 50 años en la UAQ, en las materias de Derecho Romano y Contratos.

Me cuenta que nació el 5 de abril de 1923 en la calzada de Belén (hoy Ezequiel Montes), en la casa que estaba ubicada donde hoy precisamente es el periódico “Noticias”. El gobernador era el ex constituyente Lic. José María Truchuelo y la calzada en cita fue ampliada para ponerle las vías del tren urbano que circulaba de norte a sur, construyéndole un camellón por la mitad. En la ciudad había solamente seis policías y el gobernador Truchuelo personalmente iba a sembrar árboles a la Alameda Hidalgo, donde un inspector de policía informaba al mandatario su parte de novedades diario, incluyendo el de cuántos truenos se habían robado del parque.

La economía de la familia era difícil: sus padres fueron don Fernando Arana Dávalos y doña María Morán Reynoso, ambos nacidos en esta ciudad capital, teniendo cuatro hijos varones y dos mujeres, sin contar que hubo dos hijos que murieron al nacer. Sus hermanos fueron María Teresa, Fernando, Arturo, Virginia, José, Joaquín y Gaspar. Como su hermano Fernando era mucho mayor que él y Arturo falleció a los 18 años, José Arana Morán se hizo un especialista en monólogos, sobre todo en “el corralito” de su casa. Faltaba el dinero para una escuela particular y las escuelas oficiales eran comunistas, por lo que perdió un año escolar.

El presidente Lázaro Cárdenas creó una escuela tipo con maestros fuereños muy capacitados pero a los tres años estos emigraron. La institución funcionó en los anexos de Madero 70, hoy Archivo del Estado, por lo que continuó la primaria en la escuela “Benito Juárez”, misma que estaba también en el antiguo Palacio de Gobierno, siendo dirigida por el profesor Eduardo Pozas. Don José Arana no tenía muchos amigos, más bien compañeros, y era apodado “El Gringo”, por alto y güero. Fue peleonero y un día se agarró a moquetes con un tal Mejorada con el que empezó a liarse en el jardín Guerrero y terminaron frente a la fuente de Neptuno.

Su mejor aprovechamiento fue en el sexto año, y al terminarlo le dijo a su padre “ya no quiero estudiar sino trabajar” y se fue a Ferrocarriles Nacionales a laborar después de muchas restricciones dada su escasa edad de trece años. Un día, leyendo el aviso de ocasión con su padre, encontraron un traspaso de miscelánea en la ciudad de México, en la calle de Jesús Carranza, a una cuadra del barrio de Tepito, y allí se quedó atendiendo durante un año, paseando los domingos y comiendo en loncherías de postín de a 75 centavos, pero nada más los domingos, ya que entre semana le alcanzaba solamente para un vaso de café aguado, un bolillo sin relleno y frijoles aguados. Su mercancía la compraba en La Merced, la que llevaba sin diablito, pagaba 75 pesos de renta al mes y el inmueble sólo contaba con mostrador, una recámara y baño. Se levantaba a las cinco de la mañana, se duchaba con agua helada y a las diez de la noche ya estaba dormido.

Cansado de las penurias se regresa a Querétaro y hace la secundaria y preparatoria en el Colegio Civil, donde encontraría a los inolvidables profesores Lic. Alberto Macedo Rivas en la materia de Literatura, Monsieur Boyer y don Jesús de la Isla en Francés, Teacher Herrera en Inglés, Heraclio Cabrera en Español, un doctor de apellido Rodríguez en Higiene, Ing. Luis María Vega en Trigonometría y don Antonio Servín Lozada en Raíces Grecolatinas. El licenciado Macedo Rivas tenía muy grave la voz y una vez que lo sorprendió junto con un tal Isidro Solís, sobrino de “El Galote” de Hércules, hablando con ese mismo tono bajo, el catedrático pensó que lo estaban imitando y los mandó al cuarto de castigos.

Boyer era muy serio y exigente; Herrera daba una clase algo desordenada y locuaz; el poeta y cronista Heraclio Cabrera era muy bueno en su clase, flaquito y nervioso, obsesivo contra los microbios, que hasta orinaba ayudándose de un cordelito dizque para no contaminarse (este armero y placero le diría a don Heraclio lo que todos los médicos actuales argumentan: es más sucia la mano que las partes blandas). El doctor de Higiene les caía gordo por tan detalladas y delicadas instrucciones sanitarias. El director del Colegio Civil era el ingeniero Luis M. Vega, al cual le decía “tío” por estar casado con su tía María Arana.

En su generación de abogados sólo había cinco alumnos, por lo que el aprovechamiento era mayúsculo. Me cuenta que el Lic. Enrique Rabell Trejo, futuro rector, era en ese tiempo secretario particular del gobernador Agapito Pozo (1943-1949) y les quería cerrar la carrera de Leyes porque no había dinero para sostenerla. Los maestros inquietos se apersonaron con el gobernador y le expresaron su indignación por la medida tan drástica y le pidieron no ejecutarla y que ellos no cobrarían su cátedra.

El joven José Arana Morán tuvo en Derecho a los siguientes profesores: Juan E. Paz en Introducción al Derecho, al cual boicotearon y corrieron de su clase por no saber nada, y al entrar como suplente el profesor José Huerta Romo, Paz le comentó “estos muchachos te van a salir comunistas”; el mentor Fernando Díaz Ramírez era excelente; durísimo Francisco Rodríguez Aguillón; Ballesteros Ríos difícil, cerrado a poner dieces y al jovencito Arana sí se lo asignó; otro mentor que dejó huella fue David Rodríguez Jáuregui, procurador de justicia con el gobernador Agapito Pozo, además de Leobardo Mendoza. Su examen de titulación ocurrió el 20 de diciembre de 1948 con el tema de tesis “El derecho de los obreros a las utilidades”.

En esa época trabajaba el maestro Arana en la Junta de Conciliación y Arbitraje, que se hallaba en la Casa Mota, presidida por Pepe Urbiola. Después de una hora de entrevista me despedí del dignísimo maestro, al notar que las solicitudes de audiencia de sus clientes en la notaría eran numerosas.

ANDRÉS GARRIDO DEL TORAL
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Last modified: 9 septiembre, 2021
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