«No me mueve, mi Dios, para quererte/el cielo que me tienes prometido,/ ni me mueve el infierno tan temido/para dejar por eso de ofenderte./Tú me mueves, Señor, muéveme el verte /clavado en una cruz y escarnecido,/me mueve ver tu cuerpo tan herido,/me mueven tus afrentas y tu muerte”. Estos versos pertenecen al ‘Soneto a Cristo crucificado’, poema conocido también como ‘No me mueve, mi Dios’ que se le atribuye a varios autores.
Inicio con este poema porque es propio de la época. Es muy común que en las programaciones de televisión (ya cada vez menos) y los teatros (cuando no estábamos en pandemia) abrían espacio para todo lo relacionado con Semana Santa. Hay películas, puestas teatrales, música, pintura, escultura y por supuesto poesía, que hablan sobre el vía crucis y muerte de Jesús.
Inicialmente era la misma iglesia quien encargaba piezas de pintura y escultura. Y conforme fue pasando el tiempo y las “modas”, la estética mutaba. En algunas épocas se prefería ver a Jesús en una sencilla cruz de madera o caña de maíz, de mirada cansada y triste, con pequeñas fisuras en su blanco y atlético cuerpo. Pero hay quienes mandaban crear imágenes de un hombre en la cruz completamente torturado, con las costillas expuestas, la cadera desviada y bañado en sangre. También los particulares contrataban a los artistas para tener en casa su propio Cristo. Y dependiendo del dinero, la cruz era de oro, o plata.
Aquí en Querétaro, el Museo de la Zacatecana conserva una colección de imágenes de Cristo, un pequeño panorama de la visión tan extensa que existe sobre el tema.
Por supuesto que las iglesias tienen un impresionante acervo de arte sacro. Imágenes de Nazarenos que en Semana Santa todos quieren ir a contemplar. (Ahora no, porque insisto, estamos en pandemia).
Pero no es su acervo completo. En los tiempos de la Guerra Cristera, aquí en Querétaro, muchas de esas obra fueron robadas o destruidas. Algunas piezas de arte sacro que años después aparecieron, llegaron al Museo Regional de Querétaro, ahí no sólo conservan una serie de Cristos y una colección de pinturas de los apóstoles, tienen una Biblioteca Conventual que ha logrado atraer la atención de investigadores del extranjero. Los libros que ahí resguardan tienen un valor por su origen, proceso de impresión, belleza de caligrafía y su contenido.
La primera vez que visité esta biblioteca, me llamó la atención un Cristo que tienen ahí. Saqué mi cámara para tomarle una fotografía y el encargado de la biblioteca me dijo: A veces no se deja sacar fotos. Parece que le caí bien, porque la foto sí salió. La quería usar para acompañar este texto, pero no la encuentro por ningún lado. Parece que no quiere que la demás gente lo vea.
En los conventos era donde se fomentaba, entre otras actividades, las experiencias artísticas, como la música y la literatura, claro que mucho de ese material estaba enfocado al tema religioso. Hay muchos músicos y poetas que se formaron en conventos y en gran mayoría su obra quedó en el olvido, o se distribuye sin saber nada de su autor.
En la literatura española hay un gran acervo dedicado a la tradición católica. Para cerrar dejo los versos iniciales de ‘El Cristo de Velázquez’ de Miguel de Unamuno, que toma como punto inicial la pintura que lleva el mismo nombre de este célebre poema.
¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?/¿Por qué ese velo de cerrada noche/de tu abundosa cabellera negra de nazareno cae sobre tu frente?/Miras dentro de Ti, donde está el reino/de Dios; dentro de Ti, donde alborea/ el sol eterno de las almas vivas.