1
El pasado martes 30 de marzo el Departamento de Estado norteamericano emitió un informe acerca de la libertad de expresión donde, por vez primera en la historia, dice que México está incumpliendo con la norma periodística desde la agencia Notimex acusando, con todas sus letras, a Sanjuana Martínez de delinquir los derechos humanos en contra de la gente introducida en el oficio informativo… siendo Proceso uno de los urgidos en destacar de inmediato la nota respaldando el señalamiento estadounidense exhibiendo a la vez, con esta premura noticiosa, su parcializada postura respecto a este conflicto entre sindicato y empresa, huelga que, por cierto, lleva ya más de un año sin acuerdos de ambas partes. Lo curioso del asunto es que, también por vez primera en la historia, un medio como Proceso coincide, sin cuestionarlo, con una injerencia estadounidense incluso apoyándola.
Y no digo que los medios deban aplaudirse unos a otros, siendo tan distintos unos de otros, pero antes de esta descarada declaración de guerra entre unos y otros, surgida básicamente por emergencias monetarias (¡nunca antes el Estado los había descobijado tanto!), los periodistas nunca habían mostrado sus desavenencias entre sí con tamaño desparpajo de inoculación informativa. Y, lo peor, sin argumentos disponibles sino tasados en suposiciones con alientos ideológicos.
Vaya situación tan discordante.
Pero normal, al fin y al cabo, en esta inédita etapa donde la cuestión periodística está siendo develada de manera involuntaria desde los poderes políticos.
2
Me dice una bella periodista que una de sus amigas ha elegido, entre tantas posibilidades, justo a un hombre declaradamente corrompido, con lo cual su amiga, dice la bella periodista, “se ha sacado la lotería”. Y lo musita notoriamente con un poco de envidia.
—Pero… —apenas puedo balbucir.
Y alza los hombros para decirme que yo no entendería jamás de estas sutiles cosas.
Otra amiga suya, ésta también del oficio periodístico, se ligó (y así lo presume: ella se lo ligó, no él a ella, que quede claro) a un pariente del líder sindical llevándola incluso a la boda religiosa y a su “pleno aseguramiento económico” en su futuro.
—Suertuda —dice la bella periodista.
Yo pienso lo contrario.
—No lo entenderías nunca, Roura — dice la bella periodista, y cambia drásticamente de tema.
3
El último día de marzo, durante la mañanera, a propósito de la contextualización estadounidense el presidente López Obrador mostró su inquietud sobre esta declaración enfadada del Departamento de Estado norteamericano. Y, como siempre lo ha hecho sin empacho alguno, habló de los que meten la mano, por ejemplo, en Artículo 19, que reaccionó, obviamente, a pedido de Carmen Aristegui, con un alegato de coacción expresiva, de un atentado en su contra… sin refutar las aseveraciones obradorianas acerca de su patrocinio financiero de hegemonías económicas.
En efecto, la cuestión periodística se ha vuelto tema de incomodidad política… ¡porque el presidente se ha atrevido a referirse a ella cuando la prensa era exclusividad de intelectuales y de académicos! Por eso los periodistas y la prensa, dependientes siempre del Estado, se movían de manera independiente según les fuera en la feria de los emolumentos agraciados. Se vivía en una independencia patrocinada, en una independencia encadenada a los controles políticos, en una independencia expresiva de acuerdo al monto pecuniario transferido, en una independencia manipulada, en una independencia alterada por el manierismo monetario.
¿Por qué ahora incluso ciertos latinoamericanistas, renuentes por lo regular a los dictados del imperialismo norteamericano por recurrir a las sujeciones económicas, han celebrado con algarabía el dictamen de la clase política estadounidense?
¿A tal grado se ha llegado en la contaminación del pensamiento libertario?
Ahora, debido a toda esta bipolaridad ideológica, está resultando que todos los periodistas imbuidos en las corrupciones del pasado son los inquebrantables estetas de la prensa contemporánea.
Vaya simbiosis alrevesada.
4
Un periodista que había dado un golpe de Estado a otro periodista por el afán de estar en la cumbre del periodismo se dice demócrata, y se encarga de difundirlo a propios y extraños.
Y sus colegas le creen, a pie juntillas.
Un periodista habla pestes de la corrupción periodística, pero está maniatado a un directivo periodista corrupto, que lo alienta a proseguir con su discurso empíricamente ético.
Despiden del medio a un periodista insobornable. Sus compañeros callan, no vayan a perder sus empleos, se hacen a los desentendidos.
Una bella periodista se liga a un afamado periodista televisivo, luego de lo cual consigue un generoso respaldo económico, luego de lo cual ella misma se encumbra como personaje periodístico y se liga a un diputado de la avanzada política, luego de lo cual declara que al principio de su carrera informativa fue acosada persistentemente por un periodista que le prometió bajarle las estrellas.
—Yo nunca he sido corrompido en la prensa —me dice un periodista que, sin ser ciertamente un corrupto declarado, no ha manifestado ninguna contrariedad en su entorno declaradamente corrompido.
Incluso ha abrazado a su líder gremial, corrupto como el que más, para mostrarle su afecto y camaradería.
—Ha hecho bastante por nosotros, Roura, tú no lo entenderías nunca…—me dice, dándome una palmada en la espalda como muestra de su inesquivable afecto.
5
¿Atentado contra la libertad de expresión en México por el sólo hecho de estar Sanjuana Martínez en la dirección de Notimex? ¿Despedir a personas que no cuadran con un nuevo proyecto periodístico significa un altercado para los derechos humanos? Todos los medios despidieron durante 2019 a veintenas de trabajadores, ¿por qué no alteraron estos medios, entonces, los tormentos del Departamento de Estado norteamericano? ¿Por qué unos sufren alteraciones en sus derechos humanos y otros no, siendo todos de igual modo sujetos de destierro laboral?
Lo bueno de todo este asunto, si acaso hallamos algo bueno en esta parafernalia de embustes informativos, es que los trabajadores ahora en huelga de la agencia del Estado —que no hacen otra cosa sino insultar a todos aquellos que no coincidan con sus visiones, buscándose enemigos a diestra y siniestra, al grado de querer convertirme a mí en uno de sus más compulsivos opositores—, respaldados por diferentes medios por la sublime liviandad que deja tras de sí el apelativo descomunal “sindicato”, seguramente, ya lo he dicho en algún sitio, serán contratados por todos estos medios que incondicionalmente han estado a su favor… sin indagar en los pormenores del susodicho conflicto. Tan buenos periodistas indudablemente hallarán empleo —si el fallo no les es favorable— con Aristegui, o en Milenio, o en Proceso, o en Latinus, o aquí o allá. Digo, la solidaridad no debe quedarse nada más en tentativas, o en afectu—osas palmadas en los hombros. Debe haber una congruente consecuencia.
Porque de los dichos a los hechos no deberían quedar trechos.
6
A una amiga acaban de echarla de una institución universitaria sencillamente porque para la nueva directora no estaba ella contemplada en sus planes. Más de tres lustros en dicha academia para que una persona le dijera que tenía que incorporar a gente de su confianza.
Nadie de Derechos Humanos se tentó el corazón para acompañarla en su desazón.
Una dulce editora, junto con una veintena de sus compañeros, de un día para otro tuvo que abandonar la redacción de Milenio porque, sencillamente, ya no tenía cabida en ese medio.
Derechos Humanos tuvo que morderse la lengua ante aquella decisión empresarial.
El Financiero corrió a veintenas de trabajadores, a partir de 2013, cuando la empresa cambió de dueño. Porque la nueva directiva quería llevar a gente de su confianza a la redacción recién estrenada.
Nada dijo Derechos Humanos de aquella lesiva escenografía.
Televisa despidió a veintenas de empleados porque sabía que en este nuevo sexenio no recibiría los miles de millones de pesos que le administraba antiguamente el consorcio priista.
Derechos Humanos volteaba para otro lado justo en ese momento.
Radio Centro, apenas en marzo pasado, se deshizo de los periodistas Alejandro Páez Varela y Álvaro Delgado por no convenirle a sus sustanciosas derramas económicas.
Y Derechos Humanos mira cómo la libertad de expresión se dilapida inútilmente en los medios que se ufanan de liberar las libertades expresivas.
Pero los medios, financiados bien que mal por el Estado protector, tampoco dicen nada al respecto (la prudencia, a veces, los cobija financieramente).
7
Sin embargo, para mirar a Notimex todos los medios —ahora tan abandonados por el gobierno, renuentes a entender los descalabros económicos de los nuevos tiempos— ahora sí tienen tiempo de sobra. Antes qué les iba a importar dicha agencia de noticias que ni siquiera la propia directiva miraba para no quebrantar los privilegios económicos que se gozaban en los intestinos de aquella suntuosa paraestatal informativa.
Y ya que tienen tiempo de sobra, entonces no hay nada mejor que, en lugar de reparar la oscuridad en la casa, mirar las defectuosas luces de los candiles ajenos.
Y, sin indagar sobre los verídicos acontecimientos al interior de la agencia del Estado, no hay nada mejor —con el tiempo de sobra— como continuar las conjeturas para demostrar que Notimex, aun sin argumentos, es una empresa fallida periodísticamente al sustraerse al patronato gubernamental.
Y punto.
Todos los medios están en su derecho de renovar sus redacciones como les venga en gana, que por algo existe un capítulo legal denominado libertad de expresión… con excepción, por supuesto, de Notimex. ¿No en balde los sindicalistas en huelga de esta agencia no se han cansado de asegurar que nadie más que ellos tienen la capacidad de proseguir manteniendo incólume las bases que le dieran vida a esta empresa noticiosa?
Y varios medios así lo creen, acostumbrados, al fin y al cabo, a las inmovilidades mediáticas.
8
El Departamento de Estado norteamericano mira, evidentemente, con parcialidad este asunto de los derechos humanos en las libertades de expresión porque, por supuesto, no tiene tiempo, o sencillamente no quiere hacerlo, para indagar en las intimidades de los medios, ahora irritados, la mayoría, por esta disminución presupuestaria del Estado en sus arcas privadas, que los han convertido, queriendo y sin querer, en opuestos —francos tiradores, enemigos arancelarios, disidentes autómatas— a las prácticas políticas del gobierno, donde, ya se ha visto, los alterados del sistema viven contrariados sin trastornar sus aspiraciones económicas por recibir los patrocinios atentos, y complacientes, de políticos que subrogan sus férreas vías monetarias a cambio de fines partidistas a mediano plazo, tal como ya se ha visualizado, mercenariamente, en el caso Latinus con Loret de Mola-Roberto Madrazo en una clara postura antidiscursiva obradoriana, donde la libertad de expresión es sujeta a determinados pensamientos.
Porque ahora resulta que toda la oposición política se fía de una libertad expresiva a modo, de conveniencias, a cuentagotas, parcializadora, no plural, no autónoma, no diversa.
Pocos saben que la libertad de expresión no se hallaba, o no se halla, en realidad en los medios —tan entregados a su libertad de comercio—, sino en los periodistas, no numerosos, que se atienen a ella.