Autoría de 1:45 pm Desde la UNAM

Día cero del agua: El balance perdido – Iván Santamaría Holek

Recientemente, se ha alertado sobre la sequía que azota al territorio mexicano. Una de las consecuencias de esto es que la seguridad alimentaria del país puede verse comprometida. De acuerdo con la Conagua y el Sistema Meteorológico Nacional, 83.3% del territorio nacional se encuentra en algún grado de sequía pues, en lo que va del año, se ha registrado una disminución de lluvias de alrededor de 24.8% menos de lo habitual para este periodo. La consecuencia es que, de un total de 210 presas, 30% de ellas se encuentran con menos del 75% de su capacidad.

¿Qué tan grave es esta situación?, ¿cuánto durará?, ¿por qué ocurre?, ¿qué efectos puede tener en nuestras vidas?

Las sequías son desviaciones de las condiciones normales de disponibilidad de agua. A menudo comienzan con una falta prolongada de precipitación y luego se propagan a otros componentes del ciclo hidrológico, por ejemplo, a la captación de agua en embalses, presas y en la captación de agua subterránea.

Según el último informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, las emisiones actuales de gases de efecto invernadero aumentarán el calentamiento global y producirán cambios duraderos en el sistema climático, aumentando la probabilidad de sequías.

Las condicionantes del clima a corto, mediano y largo plazo son diferentes y tienen efectos diferentes en nuestras actividades. A corto plazo (días), el clima se debe cambios relativos de humedad, viento y temperatura de la atmósfera. A mediano plazo (meses), la evolución del clima está ligada a la temperatura de la superficie del mar, ya que ésta es un fuerte regulador de la temperatura de la atmósfera en grandes regiones continentales. Sin embargo, a largo plazo, debe añadirse el “forzante radiativo”, ya que es responsable de alteraciones y tendencias de lenta variación (décadas), cambiando de manera más profunda la dirección e intensidad de las corrientes marinas y atmosféricas.

El “forzante radiativo” está relacionado con el balance entre la luz de alta energía que llega del sol (visible, ultravioleta y aquella de baja energía (infrarroja) que nuestro planeta emite al espacio. La baja contaminación de la atmósfera, la masa vegetal y los océanos es la clave para tener un planeta tierra en buen estado de salud, ya que estos sistemas son capaces de convertir la luz de alta energía en vida que estabiliza los ecosistemas y mantiene regulado el ciclo del agua. Este estabilización se establece debido a que la luz de baja energía (calor) que se produce por los procesos vivos, hidrológicos y atmosféricos es emitida al espacio exterior a través de la atmósfera.

Este proceso de emisión de calor al espacio es la clave para tener un planeta tierra en buen estado de salud. Sin embargo, cuando la cantidad de gases de efecto invernadero (dióxido de carbono, óxido nitroso, metano) es excesiva en la atmósfera, el balance natural se pierde, afectando la capacidad terrestre de expulsar la luz de baja energía en la cantidad necesaria para compensar el ingreso de radiación de alta energía. La consecuencia es que la atmósfera se calienta, de forma que la condensación y la precipitación de lluvia se reduce y se da en forma de tormentas violentas. Esta alteración del ciclo hidrológico conlleva el incremento de la erosión y, por lo tanto, la reducción no sólo de la masa vegetal, sino de la capacidad de los ecosistemas para restaurarse y ser restaurados.

La reducción espacial de los ecosistemas tiene, como una de sus consecuencias, el potenciar la interacción entre los individuos de diferentes especies y, por lo tanto, el efecto de potenciar la zoonosis (paso de enfermedades de una especie animal a otra). La actual pandemia de Covid-19, que tuvo su origen en el proceso de infección de individuos humanos por animales (pangolín, murciélago), es una consecuencia indirecta de las afectaciones climáticas antes mencionadas.

En términos puramente antropocéntricos, las afectaciones del cambio climático serán cada día más evidentes en términos de pérdida de calidad de vida. Esto es evidente, pues las sequías conllevan la disminución en la producción de alimentos de origen agropecuario y, como consecuencia de ello, a su encarecimiento. El día cero del agua, es decir, el día que el agua potable se agote para el consumo de una población es, minuto a minuto, un riesgo cuya probabilidad incrementa de manera proporcional a nuestra actividad, al consumo de energía cada vez más intenso por parte de las sociedades actuales y, asociado a esto, a la emisión de gases de efecto invernadero.

Revertir los efectos del calentamiento global y cambio climático, la reducción o la eliminación definitiva de la emisión de gases de efecto invernadero de origen antropogénico y la captura de estos gases por el incremento de masa vegetal o de tecnologías apropiadas para este fin (que se encuentran en una etapa muy temprana de su desarrollo) podría llevar a restablecer, nuevamente, el balance perdido. Sin embargo, así como los efectos del cambio climático han ido ocurriendo a lo largo de décadas, es de esperar que la posible restauración de condiciones ambientales más apropiadas para el desarrollo de la vida sea un proceso lento y doloroso.

Se trata de una decisión ética de la humanidad respecto a la humanidad misma, pero en dos diferentes tiempos. ¿Nos pertenece el futuro? Aparentemente no. Sin embargo, sí nos pertenece el presente de nuestros sucesores. ¿Qué tanto nos valoramos?

IVÁN SANTAMARÍA HOLEK ES INVESTIGADOR DE LA UNIDAD MULTIDISCIPLINARIA DE DOCENCIA E INVESTIGACIÓN DE LA FACULTAD DE CIENCIAS DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO, CAMPUS JURIQUILLA
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Last modified: 27 septiembre, 2021
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