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El primer día de abril el diario La Jornada, al dar en su primera plana la noticia sobre la infiltración de Artículo 19 para la resolución del Departamento de Estado norteamericano acerca del supuesto irrespeto en México de la libertad de prensa ejercido por el gobierno obradoriano a través de su agencia informativa Notimex, fue motivo de una andanada de agravios, mediante las predecibles redes sociales, que exhibe, nuevamente, la fallida estrategia en la cual están sumergidos los medios hoy en día, sujetos volubles a causa de su lento deterioro económico.
Porque el irraciocinio se apoderó de inmediato de centenares de personas que no concuerdan con los comportamientos de la Presidencia de la República, instados y animados por la prensa y los periodistas subestimados, o por lo menos esa es su impresión, por el Estado al no ser mimados y consentidos financieramente tal como lo hacían los mandatarios del (ahora insigne mas nostálgico) pasado, cuando La Jornada u otro periódico podían hacer ese tipo de aseveraciones sin dañar la imagen presidencial sencillamente porque pasaba de irrelevante para el gremio informativo, atento más a su productividad monetaria que a los entretelones de la política.
Ahora, ante tal noticia de la probable vinculación de Artículo 19 en los improperios del Departamento de Estado norteamericano, los insultos estuvieron, como se dice, a flor de piel por parte de izquierdistas o derechistas —que para la contemporaneidad las definiciones vienen siendo similares—, de las masas politizadas o (in)voluntariamente entrenadas ya para ser detractores o dadivosas con el gobierno.
Porque ahora la simpatía o el enfado se mide, o se dirime, no con la cavilación serena sino con la cólera que no admite refutaciones. El propio Artículo 19 saltó al ruedo con precipitación rayana en el autoritarismo, muy ajustada a los tiempos donde el término “democracia” es sólo un perfecto prolegómeno para saldar cuentas pendientes.
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Voy camino a casa. Es la madrugada. No hay gente en las calles. Mis pasos son lentos cuando de pronto escucho un grito pronunciando mi nombre. Un coche se detiene a mi lado, bruscamente.
—¿Para dónde vas? —me pregunta un viejo amigo.
Trabaja en el diario considerado el más izquierdista del país. No lo había visto en años, acaso dos.
—Seguro vienes de un bar por estar combebiendo con periodistas —me dijo indicando que me subiera a su coche, cosa que hice—. Yo ya no pierdo el tiempo como tú, Roura. Ya lo aprovecho de otra manera. Mira lo que hago gracias al medio que represento…
Y de su chaleco extrae un enorme fajo de billetes, que hace sonreír también al amigo que lleva consigo, a quien no conozco. Al ver el monto de su ufanía, producto de su vesania periodística, le pido que me deje en la siguiente esquina, que yo llegaba hasta ahí con su amistad. Frenó con brusquedad.
—¡Qué mocho! —me dijo—. A ver hasta dónde llegas con tu dignidad.
Abrí la puerta y descendí de su automóvil.
El periodista, que ya no radica en la Ciudad de México, es ahora un hombre adinerado laborando en el mismo medio de comunicación.
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Porque la discusión, que nadie quiere discutir, debiera centrarse no en el abandono de los medios sino en la ausencia de equilibrios en la repartición presupuestaria oficial, que aún no se da pese a ligeros sacudimientos nunca antes experimentados en el bochornoso terreno de la corrupción periodística. Pues mientras se viviera dentro del presupuesto a ningún medio le importaba cómo sobreviviera otra empresa del mismo rango. Artículo 19, un poco antes de la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador, en una entrevista concedida a una revista literaria que entonces yo dirigía —para mi propia sorpresa y desconsuelo—, y ante un claro cuestionamiento acerca de una desproporcionada cifra concedida en aquel momento a El Universal (cerca de 30 millones de pesos por una información desplegada a favor del candidato priista a la Presidencia… ¡con esos millones nuestra revista, distanciada de la mirada gubernamental en su distribución presupuestaria, hubiera sobrevivido tres décadas, lo que consignaba el arbitrio de los excesos corrompidos!), la entonces directora de esa asociación internacional, que recibe una manutención estadounidense —y esto no es ningún secreto, o no debería serlo para ningún periodista— sencillamente declaró que el gobierno hacía bien en darle mucho dinero a una empresa grande, no a un medio pequeño como era el nuestro. Es decir, para Artículo 19 estaba bien que el gobierno destinara mucho dinero a un emporio porque las proporciones debían ser consideradas para su respectiva repartición económica.
¡Diantres!, me dije, si eso es lo que piensa de los enjuagues una asociación como Artículo 19, ¿qué podría esperar de las opiniones de los medios afortunados que recibían con puntualidad sus beneficios financieros?
La entrevista se publicó, por supuesto, con todas las palabras expuestas de la entrevistada, pero fue una decepcionante experiencia editorial, sin duda.
El encono por el retiro del dinero a los grandes medios es un motivo de gesta detractora, ciertamente.
Y la ira de la prensa y de los periodistas por la probable vinculación de Artículo 19 en esta descategorización sobre la libertad de expresión en México acusando, concretamente, a la directora de Notimex ha sido, o fue, recibida con malestar desmedido básicamente porque la información provino de un medio que es respaldado millonariamente por López Obrador disminuyendo visiblemente a todos los demás medios —¡un reportero de Proceso, en una postura personal, no periodística, hizo sorna del asunto apuntando a Sanjuana Martínez como si se tratara de la actual directora de La Jornada en un arrebato digno de la furia irracional que hoy pervive en los medios!
4
Para poder platicar a solas con un aire grato de privacidad, el laureado periodista mandó construir un breve río a lo largo de su jardín para que las conversaciones con los políticos invitados tuvieran una mayor sinergia. Y a los políticos les encanta entablar amistad con gente de alcurnia.
Una hermosa mujer se casó apresuradamente con el periodista cuando supo que su pretendiente había conseguido, por fin —luego de no sabemos cuánta servidumbre—, un puesto diplomático de agregaduría cultural que sin duda le iba a traer fortuna y amistades en el extranjero.
El poeta, en la redacción del periódico, se enfada y suelta una serie de improperios desmedidos contra la persona con la cual está alterada en el auricular. Insulta irracionalmente, sube el tono de manera inaudita, amenaza con divulgar sus nombres. Y cuelga el teléfono.
—¿Qué sucede? —le pregunto, inquieto yo por su quebrantada inquietud.
Alza los brazos como resoplando los colmos de la injuriosa cultura.
—Estos cabrones que me prometieron para este año el Premio Aguascalientes de Poesía —farfulla—, pero se lo van a dar a otro poeta que logró al final un mejor acuerdo con los organizadores. ¡Putos!
Y da un puñetazo en la mesa, incontenido.
5
Era una curiosidad periodística la de saber una opinión (supuestamente) de expertos en la materia. Que nos hablaran. Por ejemplo, de la búsqueda de equilibrio en la entrega presupuestaria oficial a los medios de comunicación honorables, no cómplices de las triquiñuelas políticas. Repartir la publicidad federal de acuerdo al profesionalismo de cada medio, no mediante chantajes, compadrazgos, simpatías o “amistades” con directivos o periodistas de cada medio, que era con lo que usualmente se calificaba a los medios.
Pero jamás esperaba oír, de Artículo 19, una aquiescencia tan benigna hacia el aparato estatal acerca de que el dinero debía otorgarse de acuerdo a los gastos generados por cada emporio de comunicación. ¡Vaya apreciación singular de la democracia de una asociación vigilante de la información!
La moraleja era evidente: nosotros, modesto medio, no debíamos aspirar a los millones que sí se merecía El Universal por su cuantiosa nómina.
Sin embargo, ese no era el objetivo nuestro.
Sólo queríamos escuchar hablar de una regulación federal basada en los principios democráticos, que hasta el día de hoy, en efecto, no se ha llevado a cabo confirme determinación.
Lo único visible durante aquella plática con Artículo 19 es que una cosa es la teoría y muy otra la práctica.
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Por eso la reacción de Artículo 19 a la cabeza, del 1 de abril, en portada de La Jornada (“Financiado por EU, Artículo 19 nutrió el golpe contra México”) ha sido, es, digamos natural, a su altura: de ira inmoderada, adjetivando de “hipócritas” a los periodistas de ese diario acusándolos, además, de ser los mayores recipiendarios de publicidad oficial, “incluso más que Televisa”, con lo cual confirman su idea de que mientras más grande sea un emporio de comunicación con mayor razón debiera tocarle una cantidad más abultada de dinero público. Porque, de no ser por su pragmatizada creencia, ¿a cuento de qué venía involucrar a Televisa?
De ahí que Nancy Flores de la revista Contralínea, una periodista imparcial en el asunto, haya intervenido con solvencia moral para acotar con pertinencia demostrativa: “Artículo 19 debe rendir cuentas: que la población conozca cuánto recibe de cada donante y cómo ejerce esos recursos, porque, entre otras cosas, no pagan impuestos. También debe abstenerse de tomar partido y aceptar la crítica social”.
Porque los jueces —o los que se han asumido como tales por decisión propia—, en estos altercados periodísticos, no alternan con otros pareceres sino nada más hacen válidas las suyas propias.
Como en el recordado caso del periodista que se nutrió millonariamente de los gobiernos priista y panista creyéndose cercado en la administración morenista buscando con desesperación refugio en la academia siendo, de manera insólita, por centenares de personalidades del magisterio superior dejando, éstas, omisas con el pasado corruptor. ¡Quién lo hubiera imaginado!
Y para cerrar este nuevo ominoso capítulo de la prensa mexicana, el jefe de Comunicación Social de la Presidencia, Jesús Ramírez-Cuevas, desde su cuenta de Twitter, subrayó un suceso que pocos han advertido (o abordado) al señalar que “la información sobre el financiamiento de Artículo 19 es pública. También el hecho de que Darío Ramírez, actual vocero de Mexicanos vs la Corrupción, fue director de Artículo 19 durante diez años”.
En todas partes se cuecen las habas de modo similar, pues.
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Lo cierto es que esta descontrolada ira de la mayoría de la prensa, con sus periodistas incluidos, no se había palpado tan visceral, al grado de querer hacer ver, estos iracundos medios y mediadores, que México vivía en el Paraíso con los gobiernos anteriores, sin excepción.