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La crónica, en efecto, es un género importante en la historia universal, porque desde el principio de los tiempos el hombre tuvo que estar explicando lo que veía. El crítico peruano, José Miguel Oviedo (1934-2019), en su Historia de la literatura hispanoamericana, que comprende cuatro tomos, dice que uno de los primeros grandes cronistas, por supuesto en castellano, es Cristóbal Colón. Porque tuvo que esforzarse en definir un mundo que nunca había visto, tuvo que sacar palabras, digamos, nuevas para poder explicarle a la reina lo que estaba viendo. Ése es un mérito de la crónica.
Ryszard Kapuściński (1932-2007) dice que existen cinco sentidos básicos del periodismo: estar, ver, oír, compartir y pensar. Con frecuencia se cree que los cronistas solamente se dedican a mirar y a oír, como si sólo con eso bastara para transmitir y configurar una experiencia, pero es muy importante, como bien dice Kapuściński, pensar acerca de lo que se está mirando y oyendo. En este contexto, y perdón que lo exprese así llanamente, muchos periodistas no piensan (nada más es cosa de apreciar, por ejemplo, en lo que se han convertido los huelguistas de Notimex en lugar de concentrarse en las razones por las cuales han suspendido las labores informativas del Estado: en insultadores anónimos, gritadores sin juicio, iracundos irreflexivos); se dedican a transcribir o a transpirar la noticia de acuerdo a los lineamientos políticos de su empresa. Y debido justamente a sus pensamientos, Kapuściński llegó a ser un gran periodista, un gran escritor, porque se dedicaba a pensar sobre lo que veía y lo que oía. Así, pues, la crónica es un género periodístico que alienta el pensamiento.
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Cómo definir escrituralmente las cosas es un ejercicio complejo. ¿Cómo describir, por ejemplo, la sala donde se halla un cronista ofreciendo una charla a una moderada audiencia? ¿De qué manera describirla? Esto uno lo tiene que ir pensando, cavilando, ordenando las palabras adecuadas, precisas, inalterables. Por eso los grandes literatos de la historia describen las cosas con mucha paciencia, para que uno se las vaya imaginando tal como el escritor las va configurando.
Heródoto (400 aC) es el padre de la historia. Si uno ha leído sus nueve tomos se puede percatar de que todo lo suyo es en realidad una gran crónica de lo que le contaron. Él fue acomodando las palabras de tal manera que el lector pueda entender el desarrollo de la humanidad. Heródoto, antes que un historiador, fue un gran y severo cronista, porque describió las cosas que le antecedieron como si armara un colosal rompecabezas.
¿Cómo puedes tú ir elaborando algo que ya sucedió?
Escuchando, mirando, estando, compartiendo y pensando.
El 14 de junio de 2017 todos fuimos enterados de que un niño de cinco años vivía encadenado en cierta zona de la Ciudad de México. No podía ser posible una crueldad tan procesada, pero si me lo cuentan, y yo pienso escribirlo, tengo que tratar de imaginarme cómo se dio esta situación, cuándo y por qué comenzó este castigo, esta tortura hacia un niño de apenas cinco años. Cómo pensaba y actuaba su captor o sus captores, padres o no del niño.
La crónica, muchas veces —acaso demasiadas veces—, puede conducir a numerosos pasajes incluso de inestabilidad emocional. Es el riesgo de la escritura, el compromiso del escritor —cuando se es honorable, por supuesto, ¿sabía el lector que Fernando Benítez (1912-2000), para escribir sus libros sobre Los indios de México, solicitaba helicópteros, con la venia del Estado, para poder llegar a esos sitios infelices dispersos de la República, porque el cronista sencillamente no iba a perder su tiempo transportándose como los miserables lo hacían a diario?
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La Ilíada y la Odisea son construcciones de los hechos donde uno puede leer crónicas excelsas, poéticas; donde uno va viendo exactamente los motivos que condujeron a una cruenta batalla entre Grecia y Troya, cómo este magnífico autor, Homero (siglo VIII aC), construyó la crónica a partir de algo que le estaban contando. Sabiduría y paciencia del cronista para hurgar en su pensamiento.
Un asunto esencial de la crónica es su no ficción. Al asumirse ficticia, deja automáticamente de ser crónica para convertirse en un cuento o en cualquier otra forma narrativa, o en prosa poética, o en lo que usted considere, porque la crónica está vinculada con la realidad. Por supuesto que uno puede incluir ciertos pasajes de invención para subvertir el género, que se asume literario, pero con la inevitable característica de la veracidad.
Jaime Avilés (1954-2017) fue uno de los primeros cronistas en la prensa mexicana (después de la escisión de Excélsior en 1976, cuando el periodismo busca, sin conseguirlo del todo, su independencia del Estado) en fusionar la imaginación con la realidad, no extraviando jamás el punto nodal de su tema.
Por ejemplo, recuerdo una crónica de Jaime Avilés acerca de una manifestación multitudinaria. En su paso por la Alameda Central de la Ciudad de México, Jaime Avilés hacía hablar a los bustos esparcidos por esa zona sin extraviar, nunca, el tema de su crónica. Por supuesto, una estatua no habla, pero Jaime utilizaba tal inaudito recurso para reafirmar lo que estaba sucediendo en la marcha. Hablaba con las estatuas porque no podía hablar con nadie más: sólo miraba, escuchaba, estaba en el lugar indicado, compartía y reflexionaba sobre todo ello consigo mismo en voz alta. En Estados Unidos la Universidad de Columbia ha retirado sus galardones a periodistas cuando descubre, tardíamente, que sus reportajes son ficticios.
Porque la ficción no es un elemento periodístico, sí literario.
(Y en el caso de estos insultadores profesionales en que se han convertido los huelguistas de Notimex, son escasas las crónicas de su estatus porque la mayoría son parcializadas. ¿Creerá el lector que ni un solo cronista, a la fecha, me ha buscado para preguntarme siquiera algo al respecto siendo yo, todavía —aunque sin funciones aún—, el responsable de la sección cultural de dicha agencia informativa a la que los huelguistas desean matar completamente si ellos no están adentro? Así se ejerce el periodismo hoy en día.)
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El caso Notimex, queriendo o no, ha venido a ratificar esta obsesión (¿compulsión?) de la inmensa mayoría de los medios por inclinar su balanza a favor de los huelguistas —y de paso, por supuesto, exponer su enfado con las decisiones del actual mandatario morenista— sin consultar a los empleados que todavía laboran en esta agencia exhibiendo, con esta pública aversión y airada denostación, su clara, e iracunda, postura disidente política, muy suya, mas dejando en el olvido (con arbitrio altisonante) que en el periodismo, si se lo busca ejercer con dignidad, es básico el pensamiento, la disquisición, la imparcialidad, elementos que se han opuesto a la saña tramada desde el inicio de esta conjura sindical en febrero de 2020.
Por ejemplo, en el número 2319 de la revista Proceso —publicado el domingo 11 de abril de 2021— el periodista Rivelino Rueda escribió un texto intitulado “La nómina del escándalo” tergiversando datos con el (¿abyecto?) objetivo —¡y en Rivelino Rueda, aparentemente un buen cronista!— de ensañarse, una vez más, con esta agencia informativa del Estado a cargo de Sanjuana Martínez. ¿Por qué mejor, en todo caso, no escribe el director de Proceso, o alguno de los suyos, la razón de su engreimiento contra esta periodista, que sería más honesto que proseguir con este injustificado e inútil tiradero de piedra contra su gestión periodística?
Por ejemplo, mi apreciado amigo Rivelino apunta: “En medio de la huelga de trabajadores de Notimex, los colaboradores cercanos a la directora general, Sanjuana Martínez, recibieron el año pasado aumentos salariales de entre 100 por ciento y 200 por ciento”, lo cual es una inveracidad notable porque, como bien me comparte el periodista Mario Bravo Soria, “en el caso de Alejandro Garza, el reportero lo acusa de que en 2019 ganaba 25 mil 250 pesos mensuales; pero que, ya en 2020, su ingreso aumentó a 57 mil 916 pesos al mes. Un incremento de más de 100 por ciento. Rivelino Rueda omite mencionar que Garza en 2019, hasta octubre de ese año, era subdirector; pero ante la renuncia de Irma Gallo como directora de Producción, lo ascendieron a ese puesto con mayor sueldo. No hay nada ilegal en ello”.
En su nota, Rivelino Rueda asegura que, en el caso del subdirector José Gabriel Martínez, en 2019 ganaba 27 mil 700 pesos al mes; pero, a partir de 2020, su salario aumentó a 61 mil 600 pesos mensuales. Un incremento de más de 150 por ciento. Rivelino (¡y qué extraño que un buen periodista pase por alto las minuciosidades!) imprecisa datos, me comenta Mario Bravo Soria, aunque sé muy bien esa sutil situación: “Claramente en la declaración patrimonial de José Gabriel, se lee que él declara que sus ingresos anuales en 2019 como funcionario público fueron de 61 mil 600 pesos (él entró a Notimex en octubre de 2019, por ende, ganó esa cantidad durante 3 meses de aquel año). Rueda hace pasar esa cifra (anual) como su salario mensual en 2020, de ahí afirma que hubo un incremento de más de 150 por ciento”.
En otro párrafo Rivelino, desatendiendo las normas básicas de Kapuściński, afirma que tanto Erick Muñiz como Agustín Lozano han recibido incrementos en sus salarios, mas calla en la nota que pasaron de ser subdirectores a directores, ganando ahora 43 mil pesos mensuales.
Los casos de Garza, Muñiz y Lozano, salvo el de Debanhi Tienda, se trataron de ascensos efectuados durante 2019.
No puedo entender, o me niego a creer, cómo el buen Rivelino pretenda hacer pasar como actos de corrupción los que son ascensos; no aclara que, ante la promoción a un cargo de mayor importancia también el salario aumenta respecto a la responsabilidad de quien asume tal puesto. En la sección cultural, antes de esta nebulosa huelga, promoví a alguna gente con su respectivo aumento monetario sencillamente porque creía que se lo merecían.
¿Es complejo o imposible en el periodismo contemporáneo mexicano compartir, escuchar, mirar, estar y pensar una información, una crónica, una nota, un reportaje?
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Si el debate, o la denuncia, fuera acerca de la mediocridad o la debilidad o los equívocos periodísticos de Erick Muñiz, de Agustín Lozano, de Sanjuana Martínez o de Víctor Roura sería muy otra cosa o estaríamos ante, incluso, una inédita controversia informativa, pues en el país no se acostumbran estas disputas verbales a no ser que procedan de enemistades mortales u odios irracionales. Porque discutir sobre asuntos periodísticos insta (o instaría, ya que son inexistentes) a una posible apertura pluralista en los medios de comunicación.
Pero no acontece esto, sino sólo la exhibición parcializada de ciertos acontecimientos.
Y una directiva por supuesto está en su derecho de cambiar o no de personal, según su criterio. Como directora de Notimex, Sanjuana Martínez por lo tanto —estemos o no de acuerdo con los movimientos que pueda o no hacer al interior de esta agencia del Estado— está capacitada de jugar su ajedrez como mejor le convenga, tal como lo está el director de Proceso o la directiva de Aristegui Noticias o la directora de La Jornada o de Canal Once o del portal Sin Embargo, así como Enrique Quintana se deshizo en El Financiero de numerosos trabajadores, en 2013, para contratar a periodistas de Reforma donde antes laboraba.
¿Porque Notimex es una agencia informativa del Estado no le da derecho a su directora general de sanear (o de remover, o de sustituir, o de transformar), a su modo, su redacción periodística? ¿Entonces por qué sí lo hicieron, a su gusto, las anteriores directivas de este aparato federal? ¿Por qué unos sí y otros no? ¿De dónde proviene, pues, el autoritarismo? Si yo no concordara con Sanjuana Martínez sencillamente no estuviera en Notimex al frente de la sección cultural. Y punto. Con fortuna, no tengo que ser un aplaudidor de Morena para trabajar ahora en Notimex, como antes sí tenías que ser tricolor o blanquiazul para poder ser aceptado en la nómina controlada por un sindicalismo chantajista o convenenciero.
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—En dado caso —me dice Mario Bravo Soria, coordinador de la sección de Cultura de Notimex—, como el texto se intitula “La nómina del escándalo”, quizás sería prudente debatir si los salarios periodísticos son estratosféricos e insultantes o, simplemente, son incluso sueldos bajos en comparación con lo que se gana en un medio privado al desempeñar la misma función (subdirector, director).
—En efecto —le digo al buen Mario Bravo quien, en poco tiempo, ha desarrollado una prodigiosa carrera en la prensa cultural debido a su talante, y talento, formativo—, aunque Rivelino sabe de estas cosas. Trabajamos juntos en El Financiero antes de ser cambiado este periódico sustancialmente por el empresario Manuel Arroyo en 2013. Sabe muy bien cuánto ganan cada mes los directivos de los medios como Televisa, Aristegui Noticias, Proceso, Milenio, Latinus, Radio Centro, Letras Libres, Nexos, Reforma, el propio Financiero, Sin Embargo o TV Azteca comparados los salarios con los empleados actuales del gobierno morenista, aplastantemente bajos con los sueldos de las épocas bonancibles de los regímenes anteriores… ¡cuando ningún medio ponía reparo alguno en las categorizaciones económicas de esta agencia que a nadie interesaba puertas adentro! Cuando le dije a Fernando de Ita, ese inagotable crítico de teatro, cuánto percibiría yo en Notimex al frente de la Cultura me contestó que sólo mi amor al periodismo me hacía aceptar ese cargo, pero pensándolo bien estoy cierto de que también él se habría arriesgado a conducir esa sección para cambiar la inamovilidad oficiosa de esta corrompida agencia. Y conociendo a Rivelino Rueda, sé que también él hubiera, de haber tenido la oportunidad, aceptado el reto. Por lo mismo no comprendo la encandilada, o escandalosa, insustancialidad de su información tan desapegada a la veracidad de los hechos. No entiendo la saña aversiva. No la entiendo.
Y doy un sorbo, desconcertado, a mi frapé.