En el cuarto de un hospital infantil reservado para casos como el de Baril, Liz, la muchacha de cola de caballo, llega puntual, como acostumbra.
Baril sabe distinguirla entre las demás por su andar de anime enamorado y su bolsón azul con libros.
—¿Cuál? —le da a escoger ella a Baril y pone el bolsón sobre la cama.
—¡Éste! —elige él, tras un breve examen.
Liz baja la barandilla lateral de la cama alta, pone el libro abierto sobre la barriga de Baril, y mientras, desliza los pies en el piso, separándolos como haría una jirafa para bajar al nivel del agua; se acoda en el colchón frente al libro. El libro se mece con la respiración del pequeño.
Liz siempre acaricia las páginas un momento, antes de comenzar. “Para que se dejen repasar a gusto” —supone Baril.
A pesar del calor del medio día, hoy Baril amaneció con frío, pero como Liz contó que el conejo loco apareció con mucha prisa mirando un reloj de bolsillo que sacó de su chaleco, Baril olvidó el inconveniente y en cambio, puso su mano sobre la hoja, para que Liz se detuviera un poco y le mostrara la imagen.
Hoy, Baril se siente muy cansado. En esos ratos sin fuerza, le pide a Liz que siga leyendo aunque él cierre los ojos y parezca dormido.
Ella tiene un truco para cuando sospecha que Baril no la sigue, dice: “Cómeme: grosella de letras con decía que pastelito un Vio”.
—Así no, Liz, ¡lee bien!
—¡Ah! Jajá. Leo bien: “Alicia vio un pastelito que decía con letras de grosella: Cómeme”. Pensó “si me hace crecer, alcanzaré la llave y si me hace menguar, me deslizaré hacia el jardín por debajo de la puer…”
Baril creyó oír un sonido como el del bostezo de un gatito e imaginó que en ese mismo instante, él crecía alto, bien alto, hasta alcanzar la cerradura y con llave en mano, abría la puerta del jardín, salía a jugar sin que lo vieran, sin respirador y sin miedo: chapoteó en la fuente… El conejo loco lo miró a los ojos: “Pero qué tarde es” —le dijo, y corrió.
No —pensó Baril —su prisa no es como la mía, él sólo va a una fiesta, se le nota en el chaleco.
Liz detenía la lectura cuando Baril respiraba demasiado rápido o si su aliento se hacía casi imperceptible.
¡Sigue! —se impacientaba el niño— y ella, que sabía lo que era urgirle a uno la continuación de una historia, se echaba a leer, se sumergía en la lectura y olvidaba a Baril. Era entonces cuando el niño dejaba de fingir que estaba bueno.
Liz leyó: “¡Ojalá no hubiera llorado tanto! Alicia creyó que había caído en el mar y no en el charco de las lágrimas que lloró cuando se volvió enorme por comerse el pastelito…”
A Alicia le serviría mi magia —pensó Baril— yo puedo ser invisible si no me muevo y cierro los ojos… como no pueden verme, puedo oír lo que dicen: “¿Cómo le fue el fin de semana Lucina? ¡Qué guapa viene!” “¡Ay, doctor!”. Es porque no me ven.
.gato el dijoꟷ parte alguna a llegarás siempre…
—¡Lee bien Liz! Aunque cierre los ojos, ya te dije que me estoy haciendo el dormido, tú síguele hasta que termine el cuento. ¡Jura!
—Está bien, Baril ¡Juro!
“Si caminas bastante, siempre llegarás a alguna parte —dijo el gato.”
—Yo no camino ꟷmurmuró apenitas Barilꟷ pero me voy a ir detrás de ese gato loco, “Vale —dijo el gato—y se desvaneció muy en orden, empezando por la punta de la cola y terminando por la sonrisa, que permaneció flotando en el aire después de haber desaparecido todo el resto…
“¡visto he que raro más lo es Esto¡”
¿Bari? pequeño dormilón ¿me engañas? ¡Bari! “¡gato sin sonrisa una pero!” gritó Liz, tomó sus signos vitales, le acomodó el cabello, lo arropó mejor y soltó las lágrimas. ¡Tramposo! —le dijo, y terminó de leerle Alicia en el país de las maravillas hasta el final. Baril sonreía. Se conoce que despertó con Alicia —pensó Liz. Metió su libro al bolsón azul y se fue de allí, con su andar de anime enamorado. Sorbió la nariz, se secó los ojos y dio la noticia en recepción antes de salir hacia el hospital de enfrente.
AQUÍ PUEDES LEER TODA LA «NARRATIVA EN CORTO» DE PATRICIA EUGENIA, PUBLICADA EN LALUPA.MX
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