1
¿Cómo se diluye el amor?
¿Por qué se va la pasión del cuerpo?
¿Dónde queda el furor amoroso inicial
con el paso sigiloso del tiempo?
¿Cuándo el otrora cuerpo deseado
se instala en una parsimoniosa quietud?
James Joyce escribió alguna vez con exactitud contrariada:
“Había eliminado tan sinceramente
a su mujer de la galería de sus placeres
que era incapaz de sospechar
que alguien pudiera interesarse en ella”.
¿La belleza ajena es finita para quien la ha poseído,
para quien la ha tenido en sus manos,
para quien se ha saciado de ella,
para quien la ha tenido a su entera disposición?
¿Puedo ya no mirar de la misma manera lo
que en un principio me parecía irremplazable,
lo que se consideraba sin par,
por lo que uno luchó con denuedo?
La sabiduría de Joyce es inapelable:
a veces se elimina de la galería de los placeres
lo qe anteriormente se consideraba como lo más preciado.
¿Por qué, cómo, cuándo, dónde?
2
Pareciera inexplicable. Y lo es. Mas sucede.
Lo inexplicable no debiera despojar
a nadie de la reveladora exculpación,
de la descripción razonada del abandono.
El mismo Joyce hace decir a uno de sus personajes
que todo vínculo humano conduce
sin remedio a un vínculo de pena.
De ahí que la soledad posea el atributo
de la desvinculación con los otros,
a veces incluso social.
¿La belleza cansa?
¿Como el trabajo, como la compañía,
como la palabra, como la hipocresía,
como la adulación, como el arrepentimiento,
como la nobleza, como el sometimiento,
como la abyección, como la fidelidad?
3
Quizás ya teniéndola (amando a alguien bello,
compartiendo su amistad, poseyendo su esencia),
la belleza sublime transitoriamente,
si bien un grande creador como Luis Eduardo Aute
confirme la pobreza de aquellos que nunca la han conocido,
o tenido cerca, o teniéndola la hayan ignorado,
o no sabiéndola apreciar en su esplendorosa magnitud.
Canta Aute: “Negociando en cada mesa maquillajes de ocasión,
siguen todos los raíles
que conduzcan a la cumbre.
Locos porque nos deslumbre
su parásita ambición.
Antes iban de profetas
y ahora el éxito es su meta.
Mercaderes, traficantes
más que náusea dan tristeza:
no rozaron ni un instante la belleza”.
Solidarios de la intransigencia,
socios de la mezquindad,
cómplices de la pesadumbre y la ruindad,
simuladores de la justicia,
ignoran la belleza si la tienen a un lado o,
ignorantes de la vida,
o ignorados por la vida,
la eliminan después de usarla
porque, como todo en su vida,
las cosas son un utilitario medio
para conseguir un fin,
no un fin en sí mismo.
Porque, a la belleza entera,
¿qué podría cuestionársele?
4
Ciertamente, hay bellezas que traicionan su intimidad
rebasando la supuesta previsibilidad de su esencia.
Hay bellezas que, escudadas en su porte,
sacan inmenso provecho de ella.
De todo hay en la viña del Señor, se dice apresuradamente.
Pero hay bellezas, que lo son enteras,
prontamente eliminadas de la galería de los placeres
de quienes aseguran pasivamente ser los apoderados
de tan preciadas gemas aparentemente inalcanzables.
¿Por qué cómo, cuándo, dónde?
5
Los simuladores del aprecio de la belleza
pueden convivir con nosotros sin percatarnos de ello,
o ser amables vecinos nuestros,
o compañeros de trabajo,
o estar ocultos en nuestras almas,
o ser amantes denodados nuestros.
La belleza la buscamos con desesperación
sin saber que a veces se halla a nuestro lado,
muy cerca de nosotros,
a un costado del corazón.
Pero en ocasiones se disfraza, la belleza,
con gala ensoñadora capaz de distraernos
sin poder percibir su airada indiferencia.
Y esta belleza indiferenciada
puede estar instalada en un rebosado
cuerpo femenino o en una boca seductora,
en una política entrampada,
en un discurso hábilmente engañoso,
en una promesa cohesionada,
en unos ojos atípicamente dulces
o incluso en los procederes benignos
de un latente acosador o de unos aparentemente
desprotegidos sindicalistas odiadores,
por extensión, de todo aquello que no coincida
con sus certificados de garantía.
A veces, es cierto, la belleza marea,
miente, manipula, mangonea,
martiriza, maltrata, maldice, momifica,
mal sana, mitifica, mortifica, marta.