Hace pocos días Denise Dresser publicó una columna titulada “Muérete chayotera” (Reforma/31.05.2021). En su texto, contundente y bien escrito, denunciaba un fenómeno que no es nuevo pero que se ha incrementado en las últimas fechas: el ataque a los periodistas derivado simplemente del ejercicio de su profesión, es decir, la de ser los voceros de una parte de los mexicanos. La voz de Denise Dresser es tan valiosa como la de todos los comunicadores pues da voz a la fracción de México que representa. Y ello debería ser respetado. Se trata de pura y simple libertad de expresión, esa que, en principio, está protegida por nuestra constitución.
En los últimos años esa libertad parece perdida pues, desde mi punto de vista, AMLO ha consolidado en México la república de la venganza.
El fenómeno de la venganza política no es nuevo. Para apreciar sus últimas presentaciones basta recordar que cuando Vicente Fox llegó al poder toda la administración priista anterior, en buena parte honesta y entrenada en la correcta y eficiente resolución de los problemas de las diversas instituciones, fue despedida para que personajes incompetentes —pero “leales” a tal presidente— ocuparan los puestos, lo cual degradó muchas instituciones mexicanas.
En los años de la administración foxista los mexicanos sufrimos de la incompetencia y abuso de aquellos que llegaron para robar prácticamente de la misma manera que las administraciones priistas anteriores. Así se enriquecieron los hijos de Martha Sahagún con sus negocios inmobiliarios y muchos otros. Ese fenómeno se incrementó en el gobierno de Calderón, el cual no sólo inauguró una guerra fratricida contra el narco, una guerra tan mal implementada que aún la sufrimos en nuestros días y no se aprecia cuando vaya a detenerse. Calderón también entregó la nación a los consorcios mineros trasnacionales, en los hechos dueños de una cuarta parte del país, como bien ha señalado Juan Carlos Ruiz Guadalajara.
Como consecuencia de tantos abusos, el pueblo mexicano reculó en su apoyo a los panistas y otorgó a Peña Nieto el poder, el cual gobernó prácticamente de la misma manera que sus antecesores y colocó a sus incompetentes amigos en los puestos clave. El México de Peña Nieto volvió a ser “más de lo mismo”.
Finalmente, cuando AMLO llega al poder muchos mexicanos esperaban un cambio, una verdadera mejora de su situación y de la del país. Desgraciadamente ello no ha sido así. Es cierto que se han instalado programas que otorgan beneficios a los más desfavorecidos y eso es loable. También es cierto que muchas de las grandes empresas trasnacionales y ecocidas han visto mermar sus canonjías y ya no están protegidas como en las administraciones anteriores. No podemos sino reconocer como un logro extraordinario de la actual administración haber logrado que WalMart pagase los impuestos que siempre debió haber pagado.
Pero el discurso de odio que AMLO sostiene ha ocasionado una peligrosa división del país: una que cotidianamente se expresa en “ricos y pobres”, “chairos y fifís”, lo cual genera la emergencia de un sujeto peculiar, el “chairo reivindicador”, el cual llega a opinar:
“Jóvenes obradoristas: Hermano poblano, estas #EleccionesPuebla2019 vota bien, es la oportunidad de ver caer a ese vecino rico que tanto has envidiado, de ver como esos niños blancos ya no irán a escuelas privadas, de ver como esos empresarios pierden sus lujos solo con @MBarbosaMX es posible! #vota.”
A consecuencia de la persecución de AMLO se ha instalado en México eso que la psicoanalista Melanie Klein denominó como la “envidia”. Para la psicoanalista vienesa la envidia no es “querer poseer lo que otro tiene” sino “que nadie posea lo que el otro tiene”. Cuestión bellamente planteada en el juicio del Rey Salomón relatado en la Biblia hebrea (Reyes 3, 16-28) cuando ante dos mujeres que disputan la maternidad de un niño el rey ordenó “¡que lo partan en dos y entreguen la mitad a cada una!”, lo cual ocasionó que, mientras la falsa madre aceptó la sentencia, la verdadera madre reculase de su posición pidiendo que, en tal caso, era mejor que la otra se quedase con el niño. Reacción que hizo que el Rey ordenase que el niño fuese entregado a esta última mujer. Salomón era capaz de reconocer la reacción envidiosa y detenerla.
La división del país que AMLO ha establecido solo ha ocasionado que los pequeños y medianos empresarios, los motores de la economía de la nación, esos que dan empleo y arriesgan su patrimonio en sus empresas, se vean perseguidos simplemente por haber tenido éxito, por haber consolidado pequeñas o medianas fortunas. El discurso de AMLO los ha rebajado e enemigos de la nación.
Desde mi punto de vista, una nación mejora no cuando todos son iguales en la pobreza sino en la riqueza. No se trata de que todos seamos pobres y tengamos que ser mantenidos por el gobierno sino de que todos poseamos empresas que nos permitan conseguir de manera honesta el pan de cada día. Como bien dice el refrán popular: “al pobre no hay que darle pescado sino enseñarle a pescar”.
Asimismo, cualquiera con una lectura medianamente objetiva puede darse cuenta de que AMLO es un dictador. Afirmo esto pues sólo los dictadores sostienen la idea de “o estás conmigo o estás contra mí”. Esa es la clave del discurso totalitario, el que no admite matices, el que posee toda la verdad y persigue cualquier oposición.
No fue diferente lo que animó a los asesinos que seguían a Robespierre durante la época del terror de la Revolución francesa. Aquellos años en los que haber nacido aristócrata era sinónimo de corrupto y aspirante de la guillotina. Esa revolución que acalló la voz del genial químico Antoine Lavoisier (el que acuñó la frase “nada se crea ni se destruye, sólo se transforma”) cuando el juez que lo mandó asesinar sostuvo: “La République n’a pas besoin de savants !” (la República no necesita sabios).
No puedo sino constatar que la administración de AMLO ha instalado una república de la venganza, una que de la que tristemente yo mismo puedo dar testimonio. Como muchos otros.
No termino esta breve reflexión sin antes indicar que quizás yo me encuentre totalmente equivocado y el México moderno requiera un dictador. La nación mexica siempre los tuvo y prosperó con ellos.
No puedo, sin embargo, señalar que ojalá que el dictador que eligiese el pueblo mexicano fuese uno justo y sabio… y no uno que tiene dos varas para medir: la que es complaciente y perdona a sus serviles allegados y la que castiga sin piedad a sus “enemigos”, esos cometieron el pecado de pensar diferente a él.