REPORTAJE: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/ENLALUPA.COM
Tolimán, Qro.- Octavio se recarga en la pequeña barda que impide el acceso a la vieja empresa Cal San Antonio, en la que trabajó casi 10 años. Le tocaba estar en los hornos y durante 4 años rompió roca con “marro, a mano, de 7 de la mañana a 6 de la tarde”. No recuerda que alguien usara protección para trabajar en la calera, “es más algunas mujeres venían con huaraches y sin guantes”, a pesar de que se usaba dinamita y “barrenaban”.
Octavio Hernández Martínez es ahora delegado de San Antonio de la Cal en Tolimán y constantemente escucha la demanda de los vecinos más cercanos a la vieja empresa, quieren que les reparen los daños que causaron las explosiones recientes a 8 viviendas, piden que les devuelvan el pozo que está tapado en esa calera o que les presten el inmueble para hacer algún proyecto social en él.
Cuando la calera cerró, el empresario empezó a rentarla a otras compañías y se generaron nuevos problemas, porque esas nuevas empresas operaban sólo un tiempo pero sin cumplir con todos los requisitos de legalidad necesarios y cuando obtenían lo que querían, dejaban el pueblo.
Hoy se usa maquinaria más moderna, pero los explosivos se utilizan con menos cuidado. “Antes extraían la roca y como no había trituradoras lo hacíamos a mano, piedras de dos metros de alto las hacíamos pequeñas para calcinarlas y tener la cal”, narra Octavio, quien empezó a trabajar en ese lugar a los 20 años hasta que cerró.
“Cuando la empresa quebró, estuvo rentando el terreno, el empresario Marcial Meza se lo rentó a Gravel, ABC y a Cruz Azul, esa fue la última empresa a la que se le proporcionó el espacio, son los que tienen aquí la maquinaria, con trituradoras y molinos de bola, excavadoras y trascabos”, explica.
PIDEN REPARAR EL DAÑO Y RECUPERAR EL POZO
Durante muchos años, la gente de San Antonio de la Cal dejó su vida en las caleras y las mineras de la entrada de Tolimán, justo atrás de la Peña de Bernal. Octavio presume que Cal San Antonio tenía “una calidad del 98%, era la mejor en toda la región del estado de Querétaro”.
Cuando inició la actividad minera de forma masiva, hace 80 o 90 años, no se notaba la contaminación, en gran parte “porque no había muchos habitantes y lo que utilizaban para quemar la piedra era chapopote que no era tan tóxico”.
El chapopote tiene un uso importante en las culturas indígenas. De acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), lo mismo se usó al chapopote como combustible, que como medicamento, en la iluminación, como impermeabilizante y hasta para recubrir armas o para algunos rituales religiosos.
El chapopote no era tan tóxico”, se repite Octavio casi para sí mismo. La empresa cerró hace 10 años, “porque se fue a la quiebra” y empezó a rentar el espacio para minería. Algunas de las nuevas minas no cumplían con condiciones mínimas de seguridad y usaban explosivos de manera indiscriminada, lo que afectó a varias viviendas cerca del sitio.
Desde arriba de la barda que impide el paso a la calera, se observa un río seco dentro del espacio cercado, porque la empresa invadió el espacio del afluente. “Debajo de uno de los hornos hay un pozo, es un manantial, ahí donde se ven los primeros dos pilares, pero lo taparon, el empresario le puso una loseta y de ahí sacaba agua para poder trabajar en la empresa, pero ahí hay un manantial y con el azolve que tiene, pues se ha tapado”, asegura Octavio.
El académico Gerardo Ayala es uno de los habitantes que quieren que el pueblo reciba las instalaciones de la vieja calera, para impulsar un proyecto cultural, recuperar el agua, reforestar e instalar un centro de atención de medicina tradicional o un foro al aire libre para la comunidad.
Si se sigue el camino cuesta arriba alrededor de la calera, es posible observar desde lo alto la zona en la que se “parte” el cerro. En el lugar casi siempre se usó dinamita para sacar la piedra, pero antes lo hacían con cuidado. Las empresas que sólo están de manera temporal no tienen ese cuidado de antes cuando usan los explosivos, porque saben que únicamente estarán un tiempo.
Una gran piedra a unos metros de una casa muestra lo lejos que llegan a “brincar” las rocas cuando usan los explosivos, a veces a 200 metros, otras veces a 500 metros. Por ahora no es peligroso, porque en esa zona casi no hay casas y las pocas que hay están muy alejadas entre sí, aunque si alguien tiene la mala suerte de pasar cuando brinca una piedra, “pues ya estaría de dios”.
EL MANANTIAL QUE SE ESCUCHA EN EL CERRO
Frente al “cerro partido”, Octavio y Cirilo, el exdelegado de San Antonio de la Cal, cuentan que en uno de los montes de enfrente hay un agujero en la tierra. Si se pega el oído en él, se puede escuchar el agua que pasa por debajo, si pones la mano, sientes cómo el aire del agua te jala la piel. Los pobladores dicen que ahí pasa un manantial. Gerardo dice que según los investigadores, por debajo de esos cerros pasa uno de los cauces principales del río Extoraz. Por eso, en la antigua calera San Antonio hay un pozo que se quiere recuperar.
“Aquí en el manantial antes los vecinos bajaban a tomar agua, bajaban con sus animales al pasteo, la gente venía a darle de comer a los que trabajaban dentro de la empresa. Se trabajaba con dinamita, barrenaban para sacar la piedra, hoy la maquinaria es más moderna, pero últimamente se utilizó explosivos nuevamente”, relata Octavio.
Cirilo se acuerda del ingeniero Vergara, que trabajaba en Cal San Antonio y era muy cuidadoso a la hora de hacer las voladuras, “era un especialista en hacer tronadas muy técnicas, bien medidas, pero estos llegan con sus tarugadas, por ser más económico y por querer más material que les rindiera”.
Los explosivos que se usan en las llamadas voladuras causaron daños a por lo menos 8 casas, que hasta ahora no presentan una demanda formal, porque esperan negociar con el dueño de la extinta empresa Cal San Antonio. Las casas tienen grietas en la estructura y los vecinos colocaron una manta en la entrada de la vieja calera para que detengan las explosiones y que mejoren las condiciones de la comunidad.
Las voladuras se hacen a cielo abierto y además del daño a las viviendas, hay preocupación por la seguridad para los habitantes porque ven cómo “vuelan las rocas”. Octavio y Cirilo recuerdan que la seguridad nunca fue una preocupación en la comunidad, ni para los patrones, ni para quienes trabajaban en la calera.
Durante el tiempo que funcionó Cal San Antonio, algunas personas reportaron afectaciones en las vías respiratorias por oler el polvo de la cal viva, “te quemaba, cuando trabajabas con la hidratación, cargando bultos, la cal te cortaba, te quemaba, había una señora que siempre andaba en chanclas, no tenía zapato de seguridad, puro huarache y la piel se cortaba, muchas personas terminaron dañadas en los pulmones, no había equipo de seguridad, así como llegabas en zapatos, en tacones, en camina, sin protección ni lentes, ni guantes, así trabajabas”, insiste Octavio.
La negociación con el dueño de las instalaciones de la vieja empresa apenas empieza. La gente cree que será posible lograr un acuerdo para contar con seguridad en sus casas y reparar los daños, así como mejorar a la comunidad, pero todavía no saben cómo terminará esa historia, así que le apuestan a distintos proyectos.
ABREN NUEVOS CAMINOS
Hace unos meses, a unos metros de la entrada de San Antonio de la Cal, antes de subir una loma, se veía todo el material que se utilizaba para la modernización de la carretera 100 en el tramo San Antonio-San Pablo, que pretendía hacer más seguro el camino entre las dos delegaciones de Tolimán.
A los pobladores no les gusta que tengan que “partir” el cerro, pero Octavio y Cirilo están de acuerdo en que esa brecha era lo mejor para evitar las muertes y los accidentes que se presentan en todo el lugar.
La carretera actual, llena de curvas, facilita que los coches se patinen o se volteen, sobre todo por el paso de los camiones pesados llenos de material y los tráileres, que conviven con camionetas y automóviles viejos.
Cirilo dice que la carretera es parte de la modernización y confía en que beneficiará la generación de empleos. El cerro del Cardón, que se ve de frente, admite, cambiará su imagen, pero los beneficios se notarán y será bueno para la gente de San Antonio de la Cal.
Desde lo alto de la loma se observa a lo lejos el avance de la obra carretera entre los cerros. Gerardo no está de acuerdo con esas obras, él pide que la modernidad no afecte la naturaleza, porque “la diversidad del Semidesierto se tiene que apreciar, hay que aprender a verla, una biznaga es una belleza pero tarda 250 años para verse grande”.
“Aquí hay 15 curvas y la nueva carretera pretende ser recta y habrá que evaluar el costo”, insiste Gerardo mientras observa el avance del nuevo camino que unirá los dos pueblos.
Cirilo no ve tan mal las obras, va a facilitar los traslados, le va a dar seguridad a la gente. Mientras señala las obras, aprovecha para posar, orgulloso, delante de los dos pinos que sobreviven, de entre muchos que sembró hace tiempo, en un intento personal por e reforestar el lugar.
Ahí también sembró biznagas, cactus y otras plantas para devolverle la vida a los cerros. Es un trabajo difícil, porque el ganado se come las plantas y para que una biznaga crezca deben pasar muchos años.
La loma desde la que se observa la carretera tiene restos secos de excremento de vaca. Octavio cuenta que antes, así seco, se utilizaba como leña para preparar los alimentos y también para hacer adobes, porque funciona como pegamento.
“Esto ya no se hace, hoy hay corrales y ahí hay lodo, ya no se seca así y ya todo es puro químico, este excremento seco es puro pasteo, se usaba como leña para hacer tortillas y como pegamento, porque une el adobe, pero ya no casi no hay”, reitera Octavio.
Actualmente los pobladores de San Antonio de la Cal hacen un esfuerzo por unir las tradiciones de todas las familias y ofrecer un turismo ordenado, seguro, en el que no se afecte el Valle Sagrado y que les dé trabajo a todos los que viven en él.