Bienvenidos a una reflexión sobre las experiencias y momentos especiales que vivimos a lo largo de nuestra corta vida; espero que la disfruten y su mente se mude a las cosas que suceden en el muelle de nuestra historia.
Gracias por su apoyo incondicional a lo largo de estos meses; pronto sabrán de los dos nuevos proyectos que se presentarán en Navegando entre Letras.
ANDREA SOSA
Eran las 7 de la mañana cuando el Sol me saludó, sabía que era un saludo distinto a todos los que me había dado en todos mis 84 años de vida, pero es muy temprano para decir la razón; empecé a sentir el calor del Sol en mis ojos y decidí poco a poco abrirlos y a la par, estirar de manera silenciosa mi cuerpo.
Agarré mi bata suave y blanca de mi escritorio, me puse unas pantuflas tipo botines y me dirigí directamente a la cocina; para mi fue algo rebelde ir directamente a comer, ya que antes tomo un baño caliente y me pongo algo de ropa más presentable por si me cae una visita sorpresa; sin embargo, debido a que sabía desde temprano que este día iba a ser un cambio radical, hice cosas fuera de la rutina.
Mientras estaba sentada esperando a que la tetera sonara, empecé a ver desde mi ventana el muelle que tanto me llamaba; en ese muelle viví tantas cosas que no se pueden nombrar todas; como mi primera fiesta de cumpleaños con todos mis amigos de la primaria; mi primer beso con un compañero de la secundaria; donde aprendí a pescar con papá; las largas pláticas con mamá en las sillas reclinables; e incluso, fue el lugar donde me casé con mi amado esposo que en paz descanse.
Aún recuerdo esa boda; el agua estaba repleta de pétalos de colores pastel, la gente podía ver el altar desde la esquina del muelle, y claramente todos los invitados pudieron verme salir de mi casa hasta el altar con mi vestido blanco y una sonrisa resplandeciente en mi cara; fue una boda tan bella que mientras camino de mi casa al muelle para ver el atardecer, me imagino vestida de blanco y el recuerdo del rostro de mi marido viene a mí.
A lo largo de la tarde empezaron a llegar los jóvenes a disfrutar de la vista del cielo y claro a pasar un rato divertido entre ellos mismos; muchos de ustedes pensarán que esto me causaba disgusto y enojo, pero la verdad verlos me daba una nostalgia y recuerdos graciosos; los chicos siempre se iban antes del atardecer, porque sabían que me gustaba verlo ahí; de hecho siempre me ha gustado ver el atardecer en el muelle, me recuerda a todas las personas que me han acompañado a lo largo de mi maravillosa vida, y que ahora no se encuentran conmigo para ver como el sol se despide antes de verlo el próximo día.
Cuando ya estaba sentada en la silla mecedora que me heredó mi mamá, empecé a disfrutar de los cálidos colores que me ofrecía el cielo, más el reflejo y los sonidos que daba el agua; dentro de mi cerebro, todas las memorias y recuerdos pasaban de manera rápida por mis pensamientos, sacando como personaje principal a mi querido muelle; el lugar donde aprendí a jugar, compartir, pescar, cocinar, sonreír; pero, sobre todo, a amar.
Sabía que no volvería a ver al Señor Sol mañana, y sabía que la Luna sería la última en decirme adiós, incluso sabía que esa noche al momento de irme a dormir, mi último recuerdo sería el muelle que me vio vivir.