Andrés Garrido del Toral

Noradino Rubio Ortiz nació de padres serranos de la Sierra Gorda en abril de 1896 en Pisaflores, hoy municipio hidalguense, pero que en aquella época se consideraba población queretana por estar al margen occidental del Río Moctezuma, que era el límite natural entre ambas entidades.

A los 18 años de edad ingresa a la lucha armada peleando por la Revolución, y al triunfo de ella logró ser diputado local, diputado federal dos veces, fundador del Partido Socialista en Querétaro, fundador de la Liga de Comunidades Agrarias y fundador del Partido Nacional Revolucionario el 4 de marzo de 1929 por disposición del presidente Plutarco Elías Calles, mismo que le encomendó repartir las dieciséis haciendas del muy porfiriano Gregorio Olvera, quien, junto con su hermano Rafael Olvera, era dueño de medio estado de Querétaro.

Logró la gubernatura de 1939 a 1943 gracias al apoyo de la CNC, del profesorado y de la CTM, dejando en el camino a un destacado pretendiente como lo era Agapito Pozo Balbás. La gente acomodada lo veía como una posible regresión al osornismo, pero pronto demostró su categoría y bonhomía. Rindió protesta en el muy nuevo Estadio Municipal contando con la presencia del presidente Cárdenas.

Su gabinete estuvo formado por gente no tan brillante pero sí honesta y conocedora de la problemática local. Si por el reparto agrario habían muerto doscientos campesinos en Querétaro en el período anterior, con Rubio Ortiz no hubo un solo muerto por ese motivo. Creó la Junta de Navidad y el 9 de diciembre de 1939 reinauguró las fiestas navideñas suspendidas por tantos años a causa de la inestabilidad política, y hasta el mismo presidente Lázaro Cárdenas le envió la Banda de Música del Estado Mayor Presidencial para alegrar la fiesta queretana.

La primera reina de la Navidad en esta etapa fue Lupita Llaca, la hermosa madre de mi amigo Edmundo González Llaca, hija del exgobernador y abogado Constantino Llaca y abuela de la actriz y presentadora Patricia Llaca.

Cuentan las malas lenguas que cuando don Noradino Rubio organizó la comitiva queretana para invitar en Los Pinos al presidente Cárdenas a asistir a las fiestas navideñas se trasladaron en un elegante tren en un largo viaje que duraría gran parte de la noche, por lo que se reservó a la bellísima reina un camarote individual para que durmiera cómodamente.

Un naco rabo verde, de los que nunca faltan, gato de gatos en la comitiva gubernamental, quiso entrar al compartimento de la damisela encantadora con todo sigilo, cuando de repente sintió el frío de un revólver en su frente: era la pistola del jefe de la guardia personal del gobernador quien simplemente le advirtió al acosador que “esta mujer huele a pólvora”. Años después Lupita Llaca llegaría al cine nacional en su Época de Oro actuando incluso con la máxima estrella Pedro Infante.

Rubio Ortiz vigorizó el reparto agrario, continuó la carretera de terracería México-Querétaro hasta Huichapan, construyó la de Querétaro a Santa Rosa Jáuregui, la de Querétaro a Apaseo el Alto, la de San Juan del Río a Tequisquiapan y la de Amealco, población a la que llevó la energía eléctrica. La única carretera asfaltada en todo el país en ese momento era la México-Laredo.

Le tocó la entrada de México a la guerra contra el eje Berlín, Roma, Tokyo, e implementó en la ciudad simulacros de guerra como si los alemanes estuvieran ya en Guadalajara, según el responsable de esa Junta Cívica de Defensa, el joven Fernando Díaz Ramírez. Concluyó la presa de San Ildefonso y llevó la educación mixta.

Decretó a Querétaro como ciudad típica y monumental, tratando de conservar el patrimonio monumental y de fomentar el turismo. Su presupuesto anual era raquítico: setecientos mil pesos apenas. Don Noradino se fue a la CDMX y a Celaya a trabajar al Banrural y a colaborar con la Vieja Guardia Agrarista, regresando a Querétaro con el gobierno de Mariano Palacios Alcocer en 1986 como director del Patronato del Maguey y del Nopal, puesto en el que permaneció hasta su muerte en noviembre de 1991, ya en la administración de Enrique Burgos García.

Los que lo conocimos y tratamos mucho nos dimos cuenta que siendo una persona sana toda su vida jamás se enfermó, pero su ánimo decayó cuando se enteró de la reforma constitucional salinista que vio la luz en julio de 1992 respecto al final del reparto agrario y la simulación de latifundios.

Como ejemplo de la honestidad y congruencia de este gran hombre, tan grande como humilde, pondré el ejemplo de cómo siendo el dueño del casco de la hacienda de Casa Blanca lo vendió y repartió solares entre campesinos que más tarde serían ejidatarios y colonos en el asentamiento del mismo nombre, hasta la populosa Lomas de Casa Blanca.

Nunca fue de vicios y mantuvo costumbres espartanas en su larga existencia. El único lujo que se permitía era comer en Sábado de Gloria un rico zacahuil en su Pisaflores del alma, además de convivir ese día con sus contemporáneos de la Vieja Guardia Agrarista en la Sierra Gorda de Hidalgo, en la que la bebida principal era brandy Don Pedro con agua de tamarindo.

¡Imaginen, mis queridos lectores, la diarrea que agarré el Sábado de Gloria de 1986 en que me tocó departir con ellos! ¡Todavía llegué el lunes de Pascua a laborar con mi jefe y maestro, Paco Guerra Malo, procurador general de Justicia, muy trajeado pero cacacoso!

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Last modified: 9 septiembre, 2021
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