En noviembre de 2016, seis meses después de mi llegada a Querétaro, busqué al cronista Andrés Garrido del Toral para invitarlo a comer. Numerosas personas me habían hablado de este singular personaje, por lo que me interesaba conocerlo, y, de paso, ofrecerle un espacio en el medio donde fungía como director por aquel entonces.
Llegamos casi al mismo tiempo al lugar previamente acordado e hicimos química de inmediato. Ese día, recuerdo, le hice varias preguntas sobre las presuntas monjas enclaustradas de Santa Rosa de Viterbo, pues una chica de servicio social me había comentado algunas historias al respecto.
Pero no fue el único tema que tratamos. Hablamos de política, periodismo, literatura, cine, y, por supuesto, de sus más grandes pasiones: música, historia y mujeres… los viejos y los nuevos amores. ¡Cúanto suspiraba el Divo de Bernal cuando tocaba este asunto!
Me sorprendió su afabilidad y la franqueza con la cual abordó éste y otros temas. Era como si tuvieramos años de conocernos.
A partir de ese día, surgió una sólida amistad, donde en muchas ocasiones hizo gala de su generosidad, lo mismo como excelente anfitrión en su casa de la Peña de Bernal —donde, guitarra en mano, nos mostró a Rocío y a mí lo bien que interpretaba la trova yucateca («Peregrina» era su tema favorito)—, que participando en los proyectos editoriales y periodísticos a los cuales lo invitaba.
Como ocurrió con Otredad, mi cuarto libro, donde en la cuarta de forros escribió, entre otras cosas, lo siguiente:
«Los relatos de José Antonio… son la crónica de un viajero que en descripciones como la de Estambul se revela y desvela como un artístico corresponsal que se mueve con soltura en las aguas del mejor periodismo narrativo»
Por supuesto, el día de nuestro primer encuentro Andrés aceptó escribir para el diario del cual era director editorial, y religiosamente comenzó a entregar sus colaboraciones dominicales. Pudiéndose quedar en ese lugar, quemó sus naves y me acompañó a fundar lalupa.mx, donde escribió sus «Memorias Peregrinas» hasta que sucedió su inesperada muerte.
Horas después de habernos conocido, encontré en la bandeja de entrada de mi correo su primera colaboración. Una hilarante versión muy libre de nuestro primer encuentro, rebosante de creatividad y mucha, mucha imaginación, dos de los sellos de la casa.
JOSÉ ANTONIO GURREA C.
ENTRE MONJAS, BEATAS Y GOLFAS – ANDRÉS GARRIDO DEL TORAL
Quedé de verme con José Antonio Gurrea Colín en un cafetín llamado “La Vieja Varsovia” para platicar sobre un coloquio nacional de crónica y puntualmente llego y me siento en el exterior, en la Plaza de los Fundadores, en pleno barrio de La Cruz, atento a la llegada del laureado periodista al que no conocía en persona. Sufría de la lluvia y el frío esperando ver a José Antonio cuando paré el oído para escuchar con atención la plática que sostenían un hombre cincuentón y una chavita como sacada de un antro en pleno diciembre a la hora de la aurora.
Ella, irresponsable intelectual, le contaba al hombre de pantalón de mezclilla, suéter de cashemire azul, camisa a cuadros y entradas entrecanas en su cabellera, que “todavía existían monjas enclaustradas en Querétaro y que concretamente se encontraban en Santa Rosa de Viterbo y que les compraba pan”. Me empecé a encaboronar con esa plática y estuve tentado a intervenir, pero doña Prudencia me tocó el hombre y me aconsejó que no hay metiche que salga bien librado. Continué con mi espera sorbiendo mi café capuchino y de pronto me estremezco al descubrir que el caballero que estaba platicando con la ragazzaígnara era nada menos que José Antonio.
Procedí a presentarme y me invitó a tomar mi lugar en la mesa. Le dije que si quería me entrevistara sobre el tema de las religiosas en el Querétaro actual y esto resultó:
LA PREGUNTA EN CONCRETO ANDRÉS, ES ¿HAY TODAVÍA MONJAS ENCLAUSTRADAS EN QUERÉTARO, CIUDAD O ESTADO?
—Sí Toño, se les llama religiosas de la vida contemplativa. En la Diócesis de Querétaro hay agustinas recolectas en Jalpan; carmelitas descalzas en la calle 15 de Mayo en la ciudad de Querétaro;clarisas franciscanas en la cabecera municipal de Doctor Mora, estado de Guanajuato y cuya zona pertenece a esta Diócesis queretana; hermanas clarisas en El Pueblito y Clarisas de San José en la calle de Arteaga en esta ciudad de Querétaro, contra esquina de Santa Rosa de Viterbo, frente a la Junta Vergara, que son las que venden pan, pero no te recomiendo el de frijoles con queso porque te entra como gato en reversa gracias al chile chipotle que le ponen en abundancia. Lo mejor son los azucarados rellenos de queso. Hay la orden de la Inmaculada Concepción en Pedro Escobedo y franciscanas de la Tercera Orden Regular en San Juan del Río y religiosas de la Pasión de Jesucristo en El Pueblito.
¿RIGUROSO CLAUSTRO O SÍ SALEN AL SIGLO ANDRÉS?¿TODAS ELLAS SE ORDENAN? ¿LAS DE MADERO ENTRE NICOLÁS CAMPA Y EZEQUIEL MONTES?
Le contesto que no sólo se consagran, hacen votos simples por un tiempo y los perpetuos para ser consagradas para toda la vida.
Las que salen al mundo y a la calle se llaman religiosas de la vida activa. La fuente consultada fue el padre Francisco Gavidia Arteaga, Cronista de la Diócesis y luchador social en favor de los migrantes, a los que ya ha dado más de treinta y un mil comidas, mayor número que el de aficionados que le caben al estadio Corregidora.
Acto seguido y sin dejar de ver las piernas bronceadas y torneadas de la escuincla intelectualoide esgrimo que las beatas rosas dejaron el ex Real Colegio y Beaterio de Santa Rosa de Viterbo en 1863, por las Leyes de Reforma, y que el lugar fue destinado a hospital de sangre en 1867 durante el sitio de Querétaro y después en cuartel al triunfo de la República. Las beatas rosas fueron recibidas en Soriano y en Cadereyta, sobreviviendo algunas de ellas hasta principios del siglo XX cambalache, problemático y febril, como diría Discépolo.
Al decir esto volteo a ver con desdén a la pebeta ignorante restregándole en su carilla coqueta que es una mentira el que haya monjas en Santa Rosa en nuestros tiempos, y que nunca las hubo; las que estuvieron allí fueron beatas, que no se ordenaban como monjas, que es otro nivel en el Derecho Canónico. Al ver la cara de fuchi que me puso la candidata a golfa opté por retirarme despidiéndome de José Antonio, mismo que se quedó como la estatua cercana de Conín cuando llegó un hippioso greñudo y mal oliente a recoger a su novia dizque culta y apantallante.
Para olvidarme de mis demonios del mediodía y de la escasa cultura, mitotera, de la veinteañera, pasé al restaurante “Las Monjas” a comprar un pedo de monja como postrecito vespertino.