1
Algunas personas, acaso influidas por veintenas de periodistas, observan con cierta cautela, o riguroso enfado, o molestia circunstancial, la nueva sección de los miércoles, intitulada “Quién es quién en las mentiras”, durante la conferencia mañanera que ofrece cotidianamente el presidente de la República porque, para comenzar, el ejercicio, en efecto, es inédito e incluso aparentemente irreconciliable con una función política por el escueto hecho de que nunca antes un mandatario se había encargado de señalar la falsía periodística no por otra cosa sino porque, sencillamente, los medios dependían descaradamente —aunque lo simulaban a discreción con aquella bandera, siempre oportuna y singular, del derecho a su libre albedrío— del Estado en su diaria sobrevivencia de manera que se veían obligados, o se obligaban a sí mismos para no salirse del presupuesto oficial, a censurar o, mejor dicho, a sopesar la información contenida en sus espacios de acuerdo a sus intereses particulares, porque, hay que decirlo una vez más, la información en los medios generalmente es, ha sido, sujeto de conveniencias materiales.
De ahí que esta, digamos, sección periodística semanal durante las mañaneras provocara estupor, si no es que estupefacción, en medios y en periodistas acostumbrados a ser los críticos, nunca los criticados. Porque, aduciendo a uno de los objetivos básicos de la prensa, el papel de los informadores debiera ser la vigilancia, o la inspección, de los servidores públicos que, por lo menos en México, han usado sus poderes no precisamente para servir al público sino para servirse a sí mismos. Y cobijados por el gobierno sucedían discretas alteraciones en los supuestos críticos que, aparentando férrea e indomeñable intelectualidad, decían una cosa haciendo ellos por su cuenta otra muy distinta. Porque el dinero, desde su invención siempre ha sido, sí, un poderoso caballero, de modo que, de pronto, ciertos periodistas saltaban a la fama apuntando intimidades del poder implicados ellos mismos en esta maquinaria convencional de la privacidad informativa. Los conductores de noticias en la televisión, por ejemplo, eran, son, por una estrecha tradición establecida en este medio, figuras expuestas a la manipulación empresarial, al grado de que, hasta hace muy poco, los conductores tenían que tener el aval del supremo poder político para llevar a cabo sus tareas informativas. Por lo tanto, son los periodistas los que califican la sustancia del funcionariato, no al revés. Y esta denominada “Quién es quién en las mentiras”, por supuesto, es una invasión indebida (¿qué invasión no es indebida?) a la convencional caracterización de la prensa.
Por consiguiente, era común admirar a personalidades que cumplían a cabalidad con el simulacro crítico para pasar por personas de alta calidad moral a ojos de los demás, ¡de forma que eran respetados individuos que asesoraban a gabinetes presidenciales, acarreando agua para sus respectivos particulares molinos, aparentando cultura democrática que sólo estaba en la superficie de sus teorías, no así en sus específicas prácticas.
2
El pasado 30 de junio, de manera inesperada —como acontece con todo lo que conlleva una novedad— durante la sesión mañanera de López Obrador, se dio a conocer el nacimiento, a efectuarse de allí en adelante cada miércoles, de la sección denominada “Quién es quién en las mentiras” para informar al público acerca de la negligencia informativa de los iracundos medios que, desde el arribo del sexenio morenista, no se han fatigado de incomodar a esta administración por cualquier motivo sin nunca, claro, aclarar la razón de su evidente enfado, que tiene que ver, faltaba más, con argumentos económicos al no recibir, los medios, el caudal de dinero que antiguamente se embolsaban por cuenta del erario. Ni el presidente lo ha dicho con exactitud porque, acaso, no tiene por qué notificar públicamente esta indicación suya de retirar el cobijamiento financiero a las empresas de comunicación, ya que, de él quererlo, de la noche a la mañana esta ira informativa cesaría repentinamente en el momento en que decidiera continuar alimentando pecuniariamente a estas casas, a veces emporios, informativos.
Aunque…
Y me parece conveniente subrayar el hecho de que, si bien se ha cumplido con la promesa de retirar los subsidios económicos —porque hay subsidios de otro tipo: alimentarios, amorosos, de consentimiento…— a la libertad expresiva de los privilegiados medios que vivían cómodamente a expensas de las conveniencias de la clase política (¡porque aún había quien creía en la existencia de esta libertad de expresión sin percatarse nunca de que ésta se sustentaba en la libertad otorgada para ejercerla, que es algo muy distinto!), el desequilibrio, a tres años ya de la gestión lopezobradorista, sigue estando dispareja al no atender, como se pretendía, por igual a los medios honorables continuando con las prácticas, ciertamente desajustadas, preferenciales. Y la nueva sección mañanera es una muestra, quizás involuntaria, de esta insolvencia todavía no reparadora al colocar a la cabeza de esta nueva serie periodística… ¡a una ex trabajadora de La Jornada, precisamente el medio más favorecido de la temporada!, rasgo notorio que fastidia, aún más, a los agraviados de este sexenio (o que se sienten agraviados porque ya se habían hecho a la idea de ser siempre beneficiados del sistema corrupto, corrompible y corruptivo de cada sexenio).
Asimismo, dado el arrojo de la confrontación presidencial, sumamente válida, con el desabrido trabajo periodístico mexicano (dice, y dice bien, López Obrador al afirmar que la prensa en el país está viviendo una etapa oscura de medianía subyugada, pero intervengo para rebatir esta certeza ya que parece que nadie quiere darse cuenta de que esta etapa oscurecida no es nueva sino data de años ha, lo que sucede ahora es que por fin se está vislumbrando, o se quiere finalmente vislumbrar, no por un reconocimiento crítico de la pesarosa situación sino por un destello de mera percepción económica desfavorable, por supuesto, para estos medios enconados y desesperados en subsanar sus “pérdidas” financieras jamás infiltradas en sus cuentas bancarias), debiera, por lo menos, ser estricto, el gobierno, en su fina pretensión informativa y no cometer yerros semejantes a los que critica, tal como ha ocurrido en sólo tres semanas de llevarse a efecto: calificar en vez de informar (tal como lo hacen los informadores profesionales de los noticiarios, por ejemplo, juzgadores a veces incluso crípticos de las contiendas políticas), y no hay que ir muy lejos en esta apreciación pues basta señalar el innecesario calificativo de “Pinocho” al “cuadro de honor” de cada semana desparramando, con ello, la similitud de su (buena) intención con las bajezas o puerilidades acostumbradas en los medios cuando, en su afán de juzgar una acción, sus comentarios no pueden proseguir con una línea definida de crítica periodística cabal porque siempre es más fácil el vituperio ocurrente que el desglose intelectual de los hechos. O, por increíble que parezca, la costosa información mal digerida tal como sucedió el primer día del nacimiento de esta sección informativa gubernamental para desmentir las pifias de los alterados periodistas que no saben ya dónde depositar su encono: inculpó la responsable de esta sección, Ana García Vilchis, a la revista Forbes cuando la información que había mirado la enderezadora de estos estropicios y malsanos informes… ¡databa de cuatro años atrás!, cuya ingrata secuela tuvo que resolver, disculpándose de este yerro, la propia cuenta en Twitter del Gobierno federal. Porque si la encargada de resolver, o de aclarar, estos desfases informativos va a cometer el mismo despilfarro noticioso entonces la intención reformadora se pronuncia, sin querer, en contra suya al hacer lo mismo que no quiere que otros lo hagan.
Vaya paradoja.
3
Sí: es cierto, la prensa no pasa ahora por un buen momento… pero, curiosamente, tampoco en el pasado por esta simplificación de la materialidad de la sobrevivencia apaciguando las temperaturas políticas: recuérdese cómo Julio Scherer García, según apuntó él mismo en uno de sus libros autobiográficos, se mostraba afligido después de la matanza del 2 de octubre de 1968 porque el presidente Gustavo Díaz Ordaz, autor intelectual de aquel aquelarre sangriento, no le respondía sus llamados, razón por la cual en la primera oportunidad, que no dejó desperdiciada (el 7 de junio de 1969, entonces Día de la Libertad de Expresión en México, cuando los periodistas honraban al mandatario en turno ofreciéndole un banquete), consintió que el gobernante se colgara de su brazo como dos muy buenos amigos platicando de intereses mutuos.
No, la prensa no había exhibido tanta discordia hacia las acciones gubernamentales como lo hace ahora, en efecto. Pero López Obrador, ni García Vilchis, dirán los reales motivos de esta transparente oposición basada en los principios monetarios pues una prensa, incluidos sus periodistas, funciona con unos goznes bien engrasados financieramente. Y así había sido desde los tiempos de Lázaro Cárdenas, a excepción de la actual administración morenista, que no ha repartido a manos llenas el dinero que antes se dilapidaba en onerosos enjuagues periodísticos. A propósito del tema tengo una cuarteta endecasílaba que resume, a mi parecer, la situación que ahora vivimos:
Cuando el presidente no dio dinero
a los medios, el cabal periodista
se opuso, crítico, al discurso; pero
en cuanto la luz se hizo, ¡qué estadista!
Las circunstancias informativas no acontecen, por desgracia, debido a los azares casuales del destino sino a impulsos definidos. Y “Quién es quién en las mentiras», al no repartirse el dinero como antiguamente se hacía a carcajada batiente, tiene un augurio de vida matusalénico que iría más allá de los 187 años que vivió este hombre viejo si no hubiera elecciones libres en México, que nadie desearía que esto ocurriera algún día porque nada es comparable, efectivamente, a la democracia participativa, de modo que los medios iracundos debieran entender que ahora los vientos soplan en una dirección contraria a sus bonanzas acumuladas a lo largo de más de un siglo.
¿Es complejo entender esta entelequia?
Por supuesto, la situación aún está lejos de la promesa lopezobradoriana de conseguir una repartición justa de la publicidad oficial en los medios honorables, pues incluso varias puertas siguen cerradas a estos sencillos e informales (porque todavía no pueden cubrir ni una nómina) informativos, que no ponen a la venta ni revenden sus dignidades periodísticas que, antes de entregarse a estas vendettas, prefieren su muerte prematura.
A la par de crear una necesaria, incómoda y a veces fallida —porque ha exhibido ya sus yerros— sección periodística para tratar de reparar las falsas noticias nacidas por las turbulencias económicas, debería resolverse el conflicto laboral en la agencia Notimex justamente colapsada por las fabricaciones corruptoras del pasado de las que ningún medio quiere hablar para no introducirse en resquicios de negras confabulaciones o en laberintos sin salidas benefactoras.
De nuevo, paradojas irreconciliables.