Autoría de 2:30 pm Braulio Cabrera - El sonido de la H

La H que no era muda – Braulio Cabrera

Cuando Oppenheimer dijo ser muerte y destructor de mundos, tras ver germinar un enorme hongo a la mitad del desierto de Nuevo México, estaba siendo nostálgico; de entre las flores, las ruinas y las grietas, nació un nuevo mundo, una nueva era.

La era de la guerra desigual, tradicionalmente llamada “asimétrica”, es un concepto propuesto originalmente por William Lind en su artículo de 1989 The changing face of war: into the fourth generation para describir la desigualdad de poderes en los conflictos contemporáneos (tanto externos como internos) y sus implicaciones.

El desarrollo y proliferación de las armas de destrucción masiva, a partir de la segunda mitad del s. XX, representó un paradigma nuevo para la seguridad; no sólo por su devastación inmediata, sino por sus efectos a mediano y largo plazo en la población, el medio ambiente y hasta la economía internacional. Tanto los experimentos como los desastres nucleares, y las dos detonaciones atómicas, han dejado suficiente evidencia de que el mundo está frágilmente tejido.

Aunque la cifra de países con autosuficiencia nuclear haya crecido en las últimas décadas, no ha sido así para la proliferación de tecnología nuclear en general, mucho menos con aplicaciones militares. Son pocos los países que deciden llevar a cabo un proyecto de esta clase, por su tiempo de desarrollo y costos; las motivaciones para hacerlo -o no- pueden ser políticas y económicas. Todavía menos son los Estados donde se ha impulsado un programa así en los últimos años, y por el contrario, existen varios ejemplos de naciones que lo han tenido que esconder (Pakistán), han sido invadidas (Irak), o han estado al borde de la guerra (Corea del Norte) por ello.

La primera explosión nuclear en el mundo inauguró la era de la guerra desigual. Estados Unidos y la URSS, conquistando más tierras y construyendo más cohetes para mandarlos a volar a través de los océanos, no tuvieron más que una pelea por una pelota, donde nadie estaba dispuesto a perder; si no la podían tener, nadie más podría. Desde entonces, sólo otros siete países han desarrollado programas nucleares enfocados a tecnología militar y la realidad es que sólo tres tienen la tecnología para hacerlas estallar en cualquier parte del mundo.

En esa misma línea, la carrera espacial no fue sino una competencia por crear un cohete capaz de recorrer tantos kilómetros que saliera del mundo, y fuera tan preciso que pudiera regresar. Una de las características del desarrollo nuclear militar es que implica gran crecimiento en otras áreas científicas, refinando tecnología y permitiendo la innovación y la competitividad de las armas.

Esa tecnología igualmente tiene otras aplicaciones militares: los drones, que pueden ser controlados a miles de kilómetros, reciben su señal de los satélites que los cohetes llevaron al espacio, por ejemplo. Los avances tecnológicos, en todo momento, han ampliado la asimetría aún más, permitiendo que algunos países tengan recursos suficientes para defenderse en todos los frentes. Innegablemente el campo de batalla está desnivelado.

La era de la guerra desigual ha promovido las tácticas de combate clandestinas, como el terrorismo; también ha incrementado el número de bajas no militares y devastación urbana: después de la Primera Guerra Mundial, nueve de cada diez bajas en guerras y conflictos son civiles, porque los poblados y las ciudades son los nuevos escenarios de los combates.

Atacar a la población, sus medios y recursos es la estrategia ideal para hacer cíclica la disparidad de fuerzas. Desde entonces, el bando débil en un conflicto internacional pelea sabiendo improbable ganar y que hay un límite que no deben rebasar.

El eco del sonido de la primera H que estalló ha perseguido a la humanidad hasta la actualidad, transformando el mundo a su paso, haciéndolo un lugar más frágil. En la búsqueda de seguridad, de la paz definitiva, hemos puesto en peligro a todos. Al final de nuestros tiempos, cuando este mundo termine, sólo quedarán los enormes silos nucleares plantados en el suelo, como semillas, esperando a florecer como monumentos a nuestros pecados.

BRAULIO CABRERA
REPORTERO, ESCRITOR, INTERNACIONALISTA EN CIERNES Y FOTÓGRAFO
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Last modified: 12 septiembre, 2021
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