La última ocasión que estuve en Cuba, hace cinco años y un mes después de que falleciera Fidel Castro (25 de noviembre de 2016), en las calles de la capital de la isla se respiraba incertidumbre, recelo, descontento.
El conductor de la bici-taxi, que nos llevó por todo el malecón, desde la Habana Vieja hasta el hotel, no paró de hablar. Se quejaba de que el gobierno “abusaba” del cobro de impuestos. Si bien les había permitido emprender el “negocio” del servicio, el margen de ganancia no ayudaba.
En esa época solo había algunos lugares públicos en los que podía captarse la señal de internet y por eso, decenas de cubanos y turistas se arremolinaban en esos jardines, plazas o esquinas de la ciudad, tratando de obtener el servicio (por demás, sumamente caro).
Se vendían tarjetas pagadas para acceder al internet, pero el mercado negro de estas surgió casi de inmediato, tal como sucedía con los famosos puros “habaneros” cuya imitación “pirata” prolifera en las calles de la vieja Habana.
Obviamente también generaba quejas el internet. Muchas quejas… y comenzaban a escucharse señalamientos dirigidos al gobierno cubano, acusándolo de ser el responsable de esta situación.
Fue la dueña de un restaurante particular —que apenas a inicio de ese 2016 se habían autorizado a funcionar en casas particulares— quien explicó con claridad lo que muchos cubanos pensaban y sentían.
“Lo que pasa es que la lucha revolucionaria de Fidel (Castro), de Camilo (Cienfuegos) y del Che (Guevara) inició bien, pero avanzó mal y va peor aún. Ya no es lo mismo. Prometieron una cosa y resultó otra. No tardará en que la gente estalle y reclame en las calles porque creemos en la revolución, no en lo que ahora está pasando”.
Por cierto, en ese diciembre no hubo carnaval de fin de año en el malecón ni la tradicional cena en el centro de la ciudad, por el luto decretado por el gobierno debido al fallecimiento de Fidel.
CON TODO Y BLOQUEO
Los cubanos aprendieron a vivir bajo el despiadado bloqueo comercial que Estados Unidos les impuso. Y aun así creció como potencia azucarera, como país productor de grandes deportistas y con un desarrollo espectacular de la medicina.
Sin embargo, paulatinamente comenzaron a languidecer estos logros.
El esfuerzo de muchos años fue desapareciendo junto con la ilusión de ver cumplido, algún día, el verdadero sueño socialista.
De la esperanza se pasó a la realidad; del bloqueo a la burocratización del Estado y de la esperanza de un país socialista a una nación estancada.
Y justo ahí se comenzó a comprender que el régimen vigente ya no era aquel que a finales de la década de los años 50 del siglo pasado les planteó un futuro promisorio.
Cierto es que el bloqueo comercial ha dañado severamente a Cuba, pero también es cierto que el régimen ya no responde a las necesidades del país e incluso, la ausencia de democracia —anteriormente no cuestionada— hoy se ha convertido en un reclamo generalizado.
Me atrevo a decir que el proyecto del socialismo ha muerto. Pareciera que el gobierno cubano ya no comulga con esta visión.
UNA NUEVA LUCHA
La ausencia de democracia –poco cuestionada hasta hace unos 15 o 20 años por la misma sociedad cubana- y el creciente deterioro de la economía de la isla (que se refleja en la casi nula inversión gubernamental en cuestiones elementales como el bacheo de calles, la reparación de edificios públicos, el mantenimiento de la zona histórica de La Habana o la distribución de productos básicos) son asuntos públicos y, por ende, la gente demanda su presencia.
Y si el actual régimen no los garantiza, queda claro que tarde o temprano habrá de cambiarlo por la fuerza de la movilización ciudadana.
No me atrevo a decir que significará la muerte del socialismo. Creo, más bien, que será el fin de un gobierno que no entendió —y no pudo—construir una patria que brinde certeza, democracia, seguridad, ingresos, trabajo salud y muchas cosas más a su población.