Recién el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (PICC) emitió un reporte escalofriante. No sólo afirma que el cambio climático (CC) ha sido causado inequívocamente por la acción del humano en la Tierra, sino que apunta que es muy probable que la temperatura global aumente más de 1.5 °C. ¿Qué impacto tiene esto para las relaciones internacionales? ¿Qué se puede mencionar de los esfuerzos de los gobiernos alrededor del mundo?
El CC ha sido un tema que progresivamente ha estado en las discusiones académicas y políticas al paso del tiempo, sin embargo, no hace mucho aún era considerado como una posibilidad y no un hecho. En la década de los 60 del siglo pasado, los científicos alrededor del globo debatían dos posibilidades del CC: una afirmaba que se trataba de un proceso natural por el que la Tierra atravesaba, mientras que la segunda aseveraba que era causa de la acción del humano en el planeta.
Fueron años de intensos debates hasta que la balanza terminó por inclinarse hacia la segunda posibilidad. A pesar de la realidad evidente, varios políticos se han negado a aceptar la responsabilidad del humano en la devastación del medio ambiente y algunos otros ni siquiera conceden la existencia del CC.
El reporte reciente del PICC, un grupo de expertos dedicados a la abogacía e investigación del medio ambiente, enfatiza que inequívocamente las causantes del CC han sido las acciones del humano. Se apunta que es muy probable que dentro de las siguientes dos décadas la temperatura global aumente más de 1.5 °C. Esto resulta trágico para los esfuerzos de gobernanza global que la comunidad internacional se ha abocado a realizar, sobre todo en los últimos 25 años con el Protocolo de Kyoto y el Acuerdo de País, por ejemplo. En este último se estableció disminuir 1.5 °C la temperatura global, meta que se alcanzaría a través de una serie de estrategias particulares de cada país para reducir la emisión de dióxido de carbono.
Por ende, la noticia del PICC presenta un escenario catastrófico para el instrumento de gobernanza global más sofisticado y reciente encaminado a la protección del medio ambiente. Con esto, los gobiernos alrededor del mundo tienen una meta y responsabilidad aún mayor a la aceptada en 2016, cuando se firmó el Acuerdo de París, por lo que es menester empujar las agendas de los líderes de los países a no sólo apegarse a los tratados internacionales de protección al medio ambiente, sino a redoblar esfuerzos para que el futuro de la humanidad sea más gentil con las próximas generaciones.
Lo anterior significa, entre otras acciones, proteger las áreas verdes y reemplazar las energías contaminantes por limpias y renovables. Por ello, en este escenario hay que prestar suma atención a las políticas de nuestros gobernantes y saber distinguir que, si bien resultan peligrosos los discursos de los líderes políticos que niegan la existencia del CC, son aún más los que aseguran ser aliados de la protección del medio ambiente, pero que sus acciones apuntan a una dirección totalmente diferente.
De este primer ejemplo de líder no se espera que proteja al medio ambiente, pero nos permite conocer sin incertidumbre alguna que hay necesidad de presionarlo. Del segundo ejemplo, la situación se complica, puesto que aseverar en el discurso la protección del medio ambiente supone una acción en tal sentido, que la sociedad va a esperar, pero al mismo tiempo disuade de vigilar que la acción se concrete y aleja la rendición de cuentas de los gobiernos.
Por ello, los líderes que en la narrativa se enlistan como protectores del medio ambiente y en sus prácticas ilustran una realidad diferente representan un peligro para los esfuerzos domésticos e internacionales, lastimando la cooperación entre los países y condenando a las próximas generaciones sólo por seguir intereses individuales. De esta manera, si nosotros no exigimos un cambio en la agenda del medio ambiente, nuestro futuro estará condenado.