El último informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), presentado el 9 de agosto, es un documento excepcional que nos permite unir los cabos sueltos y comprender la desgracia que la humanidad, ciega y comodina, está generando en toda la Tierra.
El AR6 (Sixth Assessment Report) no sólo confirma los datos presentados en el informe especial de 1.5 grados mostrado en el 2018 en Katowice, Polonia; es el informe más completo y contundente que, hasta ahora, ha publicado el IPCC y presenta no sólo la situación actual sino los escenarios futuros que el calentamiento global antropogénico ocasionará en las diversas regiones del planeta. El panorama es desolador.
El sumario para tomadores de decisiones, dividido en cuatro secciones (situación actual del clima, posible situación futura, información climática para la evaluación de riesgos y la adaptación regional y limitar el cambio climático futuro) muestra que muchos de los fenómenos hidrometeorológicos señalados en los informes anteriores (pérdida masiva del hielo ártico en el verano, desaparición de múltiples glaciares, incremento en frecuencia e intensidad de huracanes, sequías y ondas de calor) han alcanzado el punto de no retorno, es decir, por más que intentemos detener su ferocidad ya no podremos hacerlo.
Las terribles inundaciones asiáticas y europeas, los incendios de Norteamérica y Siberia, las ondas de calor en India, Europa, Sudamérica y Norteamérica, el blanqueamiento de los arrecifes de coral, entre muchos terribles fenómenos, ya son inerciales y no tendremos manera de interrumpirlos. Muchas regiones están ya condenadas, otras no podrán sino intentar adaptarse.
Respecto a la situación actual del planeta, el Informe del IPCC es también contundente: ya no hay duda alguna de que son las actividades humanas las causantes del continuo incremento de la temperatura global (1.1 grados centígrados más respecto a épocas preindustriales), pues las concentraciones de dióxido de carbono han alcanzado las 410 partes por millón y las de metano mil 866 partes por billón (entre otros Gases de Efecto Invernadero).
Todo esto ha ocasionado que las últimas cuatro décadas, sucesivamente, hayan sido las más cálidas jamás registradas. Es claro, también, que el ansiado límite de aumento de sólo 1.5 grados establecido para final de siglo en el Acuerdo de París de 2015 es simplemente un sueño: tal incremento ocurrirá en el curso de los próximos 20 años.
Si seguimos actuando como hasta ahora (Escenario BAU: Bussiness as Usual) la temperatura global se incrementará en 4.4 grados centígrados, es decir, será el fin de la vida tal y como la conocemos.
Y mientras en algunas regiones aumentan de manera desmesurada las precipitaciones pluviales, en otras las sequías sientan sus fueros. En las regiones frías los glaciares se retraen y el Ártico y la Antártida se desvanecen, sobrecalentando las regiones aledañas, las cuales vierten cantidades cada vez mayores de agua dulce en el sistema, una grave amenaza para las poblaciones insulares y costeras, que pone en riesgo también el equilibrio salino que da origen a las corrientes termohalinas. Los océanos, la cuna de toda la vida, se acidifican y desoxigenan.
Al final del documento, sin embargo, el Working Group I (WGI) plantea que aún podemos detener el fenómeno y recuperar las condiciones del planeta para albergar la vida que ha permitido la proliferación de la humanidad, pero ello requiere enormes esfuerzos de todos y, sobretodo, que los tomadores de decisiones, a lo largo y ancho del planeta, verdaderamente actúen en favor de sus pueblos y miren los hechos que el IPCC coloca ante sus ojos.
El informe del IPCC indica que es ahora cuando la humanidad debería detener su loca carrera a la autodestrucción e interrumpir sus prácticas ecocidas: de la afición por la extracción y quema de combustibles fósiles al consumo desaforado de todos los recursos naturales. Lo que la creciente humanidad, con el apoyo de sus ciegas corporaciones, está destruyendo es su propia casa, ni más ni menos.
CAMBIAR NUESTROS HÁBITOS DE CONSUMO
Nuestros hábitos de consumo, los cuales incluyen prácticas absolutamente insostenibles (con el consumo de pescado y carne a la cabeza) están generando el fin de la vida en el planeta.
La pesca de arrastre y la contaminación plástica del mar (conformada fundamentalmente por redes de pesca y microplásticos) ponen en riesgo algo que los mares del mundo desde hace milenios obsequian a todas las especies continentales, humanos incluidos: el oxígeno.
Más del 80% del oxígeno atmosférico es producido por el fitoplancton marino y el desequilibrio en los ecosistemas que produce la pesca comercial está ocasionando su pura y simple devastación.
La pesca industrial, tal y como muestra el valioso y contundente documental Seaspiracy (Ali Tabrizi, USA, 2021), acaba con los ecosistemas marinos a tal grado que múltiples especies, otrora boyantes —como el atún rojo o el salmón— han devenido raras y, por ende, muy caras.
Y en tierra no hacemos mejor las cosas: el consumo desmesurado de carne propicia la devastación de la selva amazónica y la necesidad de aceite comercial barato ocasiona la destrucción de las selvas de Indonesia.
Tanto la industria pesquera como la de la carne están basadas en el asesinato. Por ello no debe asombrarnos que quienes la sostienen sean capaces de matar o acallar a todos aquellos que consideren contrarios a sus intereses.
Ya es hora de que miremos lo que se encuentra en nuestro plato antes de comerlo. Comer animales muertos no sólo enferma nuestros cuerpos, hace lo mismo con nuestra alma, pues nos hace cómplices de la destrucción de la vida.
Nunca olvidemos, como bien explica el doctor José Iturriaga, que los mexicas nos enseñaron a comer correctamente, en esa pequeña isla —nave espacial Tierra, la llamaría Boulding— que fue Tenochtitlan: los aztecas gozaron de una estupenda salud consumiendo básicamente tres productos, maíz, frijol (una gramínea y una leguminosa, que juntas producen los aminoácidos que requerimos) y chile, el cual potenciaba las cualidades de los anteriores. Basar nuestra dieta en maíz, frijol y chile (adicionada con la enorme variedad de quelites, algas, hongos e insectos existentes en el altiplano mexicano) no sólo mejora nuestra salud, sino que obliga a la criminal industria de la carne (tanto la de tierra como la del mar) a disminuir la depredación que actualmente realiza.
¿Y EN MÉXICO?
En sus conferencias mañaneras, el presidente constitucional de México, Andrés Manuel López Obrador, ha repetido que su administración no es como las anteriores, que en México se está a favor de la mejora ambiental, que se acabó la corrupción, que está en contra de la depredación neoliberal y a favor de los más pobres, repitiendo la frase de González Pedrero: “primero los pobres”.
Tales afirmaciones, desgraciadamente, en el estado de Morelos se revelan como simples engaños.
A pesar de que en el 2013 un amplio movimiento social logró que la empresa canadiense Esperanza Silver detuviese sus operaciones e intenciones de establecer una mina de tajo a cielo abierto en 15 mil hectáreas, que hubiese convertido un ecosistema de selva baja caducifolia en un desierto, el actual gobierno estatal favorece de nuevo a la empresa y, subrepticiamente, compra voluntades entre los habitantes de la región, para establecer su lucrativo, e increíblemente depredador, negocio.
Lo mismo ocurre con el relleno sanitario de Loma de Mejía, ubicado en el municipio de Temixco. Dicho relleno sanitario fue cerrado luego de que, en el 2010, un importante movimiento social logró demostrar que incumplía la NOM 083 de la Semarnat y que, definitivamente, nunca debió haberse establecido ahí pues los lixiviados que dicho relleno sanitario genera envenenarían a la población de aguas abajo.
Fue un enorme logro social, lo reitero, que dicho relleno sanitario fuese cerrado. Sin embargo, mañosamente, nunca se quiso clausurar el sitio, desoyendo la recomendación del Consejo Consultivo para el Desarrollo Sustentable de la Semarnat, el cual en el 2013 exigía no sólo la clausura definitiva sino la remediación del lugar.
Desde hace pocos meses, y bajo el cobijo de la administración estatal, la empresa Trideza obtuvo el permiso para reabrir el relleno sanitario con las consecuencias que todos sabíamos: contaminación de acuíferos, envenenamiento de la población y aparición de enfermedades gastrointestinales en los pobladores de las colonias aledañas.
Es por tal razón que varias organizaciones ambientalistas morelenses elaboraron un manifiesto que recupera la historia sobre el tema y exige el cierre definitivo del relleno sanitario de Loma de Mejía, así como la remediación del lugar.
Sabemos bien que los residuos sólidos sólo se convierten en un problema cuando se mezclan (convirtiéndose en “basura”). Si los residuos son correctamente separados desde el origen —y el gobierno exige a la ciudadanía hacerlo— la basura orgánica deviene en composta (abono orgánico), el metal, vidrio, plástico, papel y cartón se convierten en residuos valorizables (vendible a empresas recicladoras) y tan sólo un pequeño porcentaje (residuos de hospitales y residuos peligrosos) tendrían que ser confinados en rellenos sanitarios bien administrados y que no generasen lixiviados.
Es posible resolver el problema de los residuos sólidos, pero ello requiere de una correcta e inteligente alianza entre el gobierno y la ciudadanía, de un amplio programa de educación ambiental que enseñe y al final obligue a los ciudadanos a dejar atrás su práctica de “usar y tirar” y los haga darse cuenta de que el mundo no puede tratarse como un enorme basurero.
En buenas —e inteligentes— manos, los residuos sólidos no sólo no son un problema, sino que generan riqueza y empleo (gracias a la composta obtenida y a las ganancias de las empresas recicladoras).
En malas —e incompetentes— manos, los residuos mezclados se convierten en basura y los administradores de los tiraderos —o rellenos “sanitarios”— dado que cobran por el peso de los residuos recolectados, lo que menos les interesa es que sean separados de origen. Ante tal panorama, lo único que se les ocurre es comprar o amenazar a la población afectada, lo cual sólo genera enfermedades, inconformidad y caos.
Desgraciadamente, parece que en Morelos sólo contamos con ejemplos de las segundas.
En México necesitamos contar con gobernantes que verdaderamente estén preocupados por su pueblo, bien informados de la situación del planeta y con la mirada de largo plazo necesaria para poder detener la crisis que el Sexto Informe de Evaluación del IPCC ha presentado.
De otra manera nos tocará presenciar el fin de la vida.