Robert (Rob) Riphagen era un adolescente cuando se enteró que la imagen que su madre le construyera sobre su padre distaba mucho de ser verdad. No era el hombre que ella le describía y que su imaginación de niño aderezó concediéndole atributos de héroe. “Por eso no podía entender por qué en el colegio, en Ámsterdam donde residía con su madre, sus compañeros se burlaban, insultaban a él y a su padre, le pegaban, abrían su cartera y tiraban su libro y cuadernos al barro. Todo por culpa de su padre”, relata Miguel García Vega, la única persona a quién Rob (como lo nombra) concedió entrevista y confió episodios de su infancia y de cómo se enteró quién era su padre.
Era verdad que su padre se había marchado a la Argentina cuando Rob era apenas un bebé de brazos, como su madre le dijo, pero no “a trabajar para que no les faltaran nada”. La realidad era otra: su padre, Andries “Dries” Riphagen, había sido un cercano y activo colaborador nazi en la caza de judíos y estaba en Argentina, a donde llegó huyendo, para no ser alcanzado por la justicia. Los pormenores de la huida de su padre le fueron relatados a Robert por un amigo de su padre, Frits Kerkhoven, quien estuvo en la resistencia durante la ocupación nazi. Por él supo que Dries huyó “escondido en el ataúd de un coche fúnebre con una bici desmontada, con la que cruzó toda Francia hasta llegar a España”. Esa era parte de la cruel verdad de la que su madre trataba de protegerlo.
BERNARDUS ANDRIES “DRIES” RIPHAGEN (1909-1973)
Cuando pareciera que ya se dijo todo sobre el Holocausto, surgen nombres, rostros de personajes cuyo proceder nos asombra por la crueldad con la que actuaron en ese negro pasaje de la historia contemporánea, a la que bien podríamos llamar “la danza del mal”, ejecutada alrededor de una ideología sanguinaria como el nazismo; y Hitler, su figura más representativa y visible, mas no la única, estuvo rodeado de personajes con su propia dosis de crueldad, Dries Riphagen fue uno de ellos, un individuo que aprovechó esos momentos para su beneficio, agregando ingredientes extras a su labor de entregar judíos a manos de los alemanes.
Nacido y crecido en un ámbito profundamente disfuncional, hizo de figuras como Al Capone y el mismo Hitler sus prototipos de héroes. Como sucede con algunos personajes cuyas características ya han dado cuenta los estudios de siquiatría, Dries desarrolló desde temprana edad un olfato para saber a quiénes acercarse para beneficiarse del caos y la oscuridad. Fue dueño de astucia y sobradas habilidades para seducir y ganarse la confianza de sus víctimas, en este caso los judíos que deseaban salvar su vida del exterminio nazi.
Riphagen formó parte del círculo de cazadores que trabajaron para los alemanes y su obsesión criminal de exterminio judío. En contubernio con grupos que se encargaban de amedrentar a otros judíos para que denunciaran a los que estaban escondidos, Riphagen hacía negocios por cuenta propia, acumulando dinero que depositaba en sus cuentas en Bélgica y Suiza. Todo ello a costa de jugar con la esperanza de sus víctimas, a quienes, una vez despojadas de sus bienes, entregaba a los victimarios. Ninguna de sus víctimas imaginaba que Dries disfrutaba tener en sus manos su destino final y manipular el miedo que tenían de ser descubiertos por los nazis.
Precisamente de eso trata el filme Riphagen (2016), que muestra quién fue este holandés que más tarde iría a refugiarse a Argentina y trabajaría al lado de Perón como organizador de su servicio secreto.
La película, basada en su figura, presenta el acercamiento a la personalidad ya documentada de un hombre ambicioso y poseedor de una crueldad sin límites. No hay tintes cargados hacia un hecho o rasgo especial de este individuo seductor en los modos, poco expresivo en el gesto. Es el espectador el que, atrapado en el manejo central del tema y el actuar del personaje, saca sus conclusiones.
Riphagen es la biografía muy bien documentada de un psicópata, otro más que formó parte de este episodio de la historia sobre la que tanto se ha escrito ya, pero siempre es oportuno mencionar para no olvidar que hay personajes que son capaces de sacar en los otros lo peor que les habita. Y si Hitler fue una de esas personalidades más visibles, la de Dries Riphagen es otra muestra de las trampas que guardan los perfiles de psicópatas capaces de transitar con soltura por la normalidad con una crueldad que asombra y estremece.
“Muchas veces han llorado los hijos las culpas de sus padres”, dice Dante en su Divina comedia. Y eso lo experimentó en carne propia Robert Riphagen, el hijo de Andries “Dries”, cuando a los 18 años encajó las piezas de la historia de un padre que nunca conoció y de cuya muerte, ocurrida en 1973, él se enteraría nueve años después (1982).
Pero dicho así, en tan pocas líneas, suena sencillo. Lo cierto es que el asunto no concluye cuando a los 18 años se entera de la verdadera personalidad de su padre; digamos que es allí cuando inicia para él un encuentro con el miedo, con la vergüenza de tener que cargar con señalamientos y culpas ajenas a su voluntad.
Y esta ilustrativa y conmovedora historia de Robert, Rob, Riphagen, la rescata Miguel García Vega en su espacio El Blog Insostenible, de manera puntual y respetuosa hacia quien le confió el costo emocional que hubo de pagar por llevar el apellido de un padre al que nunca conoció y tan ajeno a la esencia del hijo.
Relata García Vega que “en 1990 se hace la luz de golpe y el pasado regresa como una bofetada. El apellido Riphagen es expuesto en la plaza pública, su crimen a la vista de todos. Primero en una serie de reportajes, después en un libro de investigación. El libro de dos periodistas holandeses muestra como Dries Riphagen sacaba partido, y por dos veces, de entregar a los judíos de Holanda a los nazis”.
Por la publicación del libro, el apellido resuena en Holanda, llevando al presente una historia nada grata para Rob y con grandes afectaciones no sólo emocionales para él, sino alterando su vida familiar y laboral. Es por eso que decide irse a vivir a Francia con su esposa e hijos, buscando un respiro a la exposición mediática, pero la mala sombra de las acciones del padre están allí, rondando.
En 2016 aparece en el escenario la película que aludo, Riphagen, y es cuando Rob, en un acto de valentía y decidido a enfrentar a los fantasmas que insisten en perseguirlo, viaja al Festival Judío de Toronto, donde se exhibe la película sobre su padre. Frente al público asistente, Rob interactúa contestando preguntas. Entre el auditorio, algunos familiares de las víctimas, documenta Miguel García Vega, quien da testimonio también del viaje a la Argentina que emprendiera Rob, junto a su esposa, para investigar sobre la personalidad de un padre que sólo conoció por medio de dos fotografías, una de ellas cargándole de bebé y sonriendo a su hijo. Esa imagen y lo que su madre contestaba cuando él preguntaba por su padre ausente fueron suficientes para construir la figura del padre que todo niño desea tener. Hasta que la realidad superó toda imaginación.
NOTA:
Agradezco a Miguel García Vega, con quien me puse en contacto una vez que, viendo el filme e indagando sobre qué tanto se apegaba a la verdadera personalidad de Dries Riphagen, supe de su hijo (al que el filme alude, así como a Margaretha, su madre). De manera amable respondió a mi mensaje y autorizó citar el artículo publicado en El Blog Insostenible, bajo el nombre de Rob Riphagen, en el nombre del hijo.