Los ojos del mundo están puestos en la nueva República Islámica de Afganistán, ahora que la sombra de la tiranía la envuelve. De la profunda preocupación que experimentó el mundo —durante una semana, porque parece ya haberse olvidado— surgieron decenas de opiniones y respuestas a preguntas que nadie hizo.
Sin embargo, para comprender el combate militar e ideológico en Afganistán, es necesario conocer el contexto del territorio, así como a los actores involucrados y sus intereses. Por poner un ejemplo, un problema tan complejo como la opresión de la mujer afgana, se observa distinto cuando se recuerda que fue incitado, cultivado y alentado por la intervención occidental, misma que ahora intenta liberarla desde el sofá. Para muchxs de nosotrxs, esta tierra también la cubre un velo que no podemos dejar de ver, que le arranca su historia, su identidad y su profundidad.
“La primera vez que me engañes será culpa tuya, la segunda vez, la culpa será mía” es en realidad un proverbio árabe que, lamentablemente, describe a la perfección los contextos en los que se han librado las guerras en Medio Oriente en los últimos cien años. Una tras otra, todas han sido un error; equivocación tras equivocación, pareciera que es a propósito.
La primera Guerra de Afganistán comenzó en 1978 y terminó catorce años después, en 1992. Fue la típica guerra fría, donde el bando capitalista apoyó agrupaciones islámicas anticomunistas (muyahidines), que se enfrentaron al gobierno pro-soviético, respaldado militarmente por la URSS. Aunque la retirada comunista sucedió en 1989, no fue sino tres años después que terminaron los enfrentamientos; sólo cuando el colapso de la URSS y del gobierno afgano dejaron camino libre para que el bando fundamentalista musulmán-originalmente azuzado por los capitalistas-estableciera un gobierno islámico en Kabul: así nació el Talibán y los grupos antioccidentales, como Al Qaeda.También fue así que, como si Elsa Méndez con un rifle llegara a ser presidenta, hubo profundos cambios en las libertades, procesos y prácticas.
Al final sólo quedó un país destruido y fragmentado, con más de 120 mil combatientes afganos muertos, 15 mil soldados rusos, un millón de civiles… suete millones de refugiados y desplazados.Y lo único bueno que salió del conflicto, fue una portada para National Geographic.
Una década después, tras haber sido aliados frente a la amenaza comunista, el Talibán (gobierno afgano islámico), Al Qaeda y Estados Unidos se hicieron enemigos: primero en el discurso, por los crímenes humanitarios y, posteriormente, con por el terror. Haya sido como haya sido, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, los estadounidenses vieron necesario invadir Afganistán para combatir un monstruo que ellos mismos habían creado, pero que se les salió de control.
La invasión de Afganistán en 2001, en realidad, pudo haber terminado tras unos meses pero, en su lugar, tomó otro rumbo cuando el gobierno Talibán fue derrocado por la Alianza del Norte, apoyada por Estados Unidos y Reino Unido. En su lugar, se instauró un gobierno pro occidental que jamás logró consolidarse debido a la fragmentación de la elite política, y de la sociedad afgana en general. Más aún, las estrategias de pacificación, seguridad y desarrollo de E.E.U.U. y la OTAN también fallaron, debido a la falta de interés por parte de los involucrados para enviar tropas (pues los elementos en tierra sólo podían mantener a raya las operaciones) o plantear verdaderos programas de capacitación y entrenamiento para las fuerzas locales, consiguiendo que el conflicto se alargara innecesariamente.
Finalmente, la inestabilidad política, la fragmentación social y el desinterés internacional fueron tierra fértil para la reagrupación, fortalecimiento y reproducción de actores anti sistémicos como el Estado Islámico, o el propio Al Qaeda. Además de los 150 mil afganos (militares y civiles) y los 2 mil 500 soldados estadounidenses muertos, los 20 mil heridos, y un millón 200 mil desplazados, un país destruido y un gobierno débil, de la invasión a Afganistán sólo salieron más guerras.
A pesar de que —al menos discursivamente— ambos conflictos en Afganistán consiguieron su objetivo al repeler a los soviéticos, luego a los talibanes y aplicarlas medidas antiterroristas, tanto la Guerra Civil Afgana (1978) como la Invasión en Afganistán (2001) fueron profundos fracasos en materia de pacificación, estabilización y desarrollo de la región; la consecuencia inmediata de esto fue el alargamiento de los conflictos, siendo que la ocupación de Afganistán cumplió 19 años el 7 de octubre de 2020. A todos los problemas internos de Afganistán se unen varias generaciones que no conocen un país sin guerra.
La falta de voluntad política de la comunidad internacional, mezclada con el valor estratégico de las posiciones ocupadas en Medio Oriente, han dejado los territorios en ruinas, a la sociedad aún más dividida y los gobiernos sin legitimidad ni respaldo. Mientras, los líderes tribales y religiosos, los señores de la guerra o las organizaciones terroristas se presentan como opciones atractivas de agrupaciones sociales fuertes, capaces de ofrecer resguardo y prosperidad a los afganos. Dicho esto, será adecuado puntualizar que las guerras no fueron ni de Afganistán (pues no las iniciaron), ni para Afganistán (porque tampoco se beneficiaron de ellas) sino por Afganistán, pues en cada ocasión la disputa fue por el control de la tierra, del sistema político y el modo de vida. Enunciado de ese modo, vale la pena preguntarse, ¿quién sí se benefició de 40 años de conflicto?