En la mayoría de las ocasiones, la demagogia suele convertirse en un mítico búmeran, ese instrumento de cacería que, si no sabe usarse, invariablemente se vuelve en contra de quien lo lanza y regularmente le brinda severos golpes. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, es un ejemplo de este simbolismo que acabo de citar.
Su constante propensión a la demagogia y a la insana costumbre de mentir al grado de contradecir sus palabras lo han llevado a construir, paulatinamente, una imagen de demagogo y de mentiroso.
La promesa de no incrementar el costo de las gasolinas, el compromiso de comprar pipas para transportar energéticos y acabar con el robo de estos; haber afirmado que siempre viajaría en un automóvil austero o haber hecho el compromiso de que seguiría viviendo en su departamento, son sólo algunos ejemplos de lo que afirmo.
BLOQUEO DE PELIGRO
Estas mentiras se complementan con las actitudes demagógicas como las que la semana pasada asumió y que, de facto, pusieron en riesgo la figura presidencial. Me refiero a los tres bloqueos por integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) al convoy de automóviles del Poder Ejecutivo de la federación, en uno de los cuales viajaba el presidente.
Nadie, absolutamente nadie de quienes acompañaban al mandatario previó que se realizaría ese cierre al paso de los vehículos y, mucho menos, estableció un mecanismo para evitarlo, lo que deja mal parados a los responsables de la logística presidencial.
Cuando se concretó el bloqueo, tampoco nadie tuvo los arrestos suficientes siquiera para intentar negociar con los manifestantes, para hablar con ellos y enterarse el porqué de los cierres.
Y para colmo, el presidente tampoco intentó dialogar. Prefirió provocar a los manifestantes quedándose dentro de su vehículo. Las pocas palabras que cruzó con los profesores fueron sólo para decirles que así no negociaría, que así (con manifestaciones) no habría pláticas y que él no sería rehén de nadie. Luego subió la ventanilla del auto y guardó silencio por espacio de dos horas.
INTOLERANCIA PLENA
Estas escenas pintan de cuerpo entero al presidente López: lo que en alguna época –muy larga, por cierto– él demandó a las autoridades, dialogar a partir de realizar “plantones”, manifestaciones y toma de calles y plazas en la Ciudad de México preponderantemente, ahora él no lo hace.
Cuando en otros tiempos demandaba tolerancia y atención al pueblo, e incluso ahora como titular del Poder Ejecutivo que asegura que son “primero los pobres”, su actitud convierte a sus palabras en demagógicas.
El respeto, que en aquel tiempo demandó para sí y para sus seguidores, hoy no lo tiene para aquellos que no comulgan con sus puntos de vista: periodistas, medios de comunicación, políticos de otros partidos y hasta organizaciones sociales son constantemente insultados, a veces incluso sin razón.
RIESGO INNECESARIO
El principal peligro de “no pelar” a los manifestantes me parece que fue irresponsable, pues puso en riesgo a la figura presidencial, esto es, al Poder Ejecutivo de la nación.
Afortunadamente no sucedió, pero de haberse suscitado una agresión al vehículo presidencial, al mismo Andrés López o a integrantes de su comitiva, el camino para una crisis se habría allanado.
Una presidencia no se fortalece con baladronadas o con actitudes de caudillo. El efecto que se logra con eso es el contrario. Espero que no suceda, pero hoy me queda claro que otras organizaciones sociales, de cualquier tipo, ideología u orientación política, observaron y entendieron que ellos también lo podrán hacer sin problema: tendrán libertad para demandar solución a sus peticiones mediante una manifestación de similar tipo y nadie los enfrentará ni los frenará.
A partir de la semana pasada, el presidente y la gobernabilidad del país son más vulnerables. Es posible, aunque esperemos que poco probable, que surja una crisis por una manifestación más grave.
Todo gracias a la demagogia y a la mitomanía lopezobradorista.