Autoría de 1:42 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito • 2 Comments

La muerte en los poetas – Víctor Roura

[La devastación es, ahora, sinónimo de muerte. No son tiempos bonancibles, en efecto. La pandemia ha traído a la humanidad vivencias inéditas, atmósferas vacías, confinamientos inesperados. Nadie sabía lo que el porvenir nos traería. Todo con aroma a muerte. Por eso, en esta reactivación periodística, hablamos de la Muerte, no porque queramos sino porque la tenemos demasiado cerca, aun sin habérnoslo propuesto. Pero recurrimos a ella con la asistencia de numerosos poetas, que con sus figuras e imágenes, retruécanos y metáforas, sensibilidades y quebrantos, nos aproximan a la dolorosa partida de otra manera, acaso de un modo menos convencional, si bien la muerte puede ser todo menos esquiva. Para no alejarlos, a los poetas, de su hábitat construimos sus decires en cuartetas dodecasílabas, mismas que acaban de salir en el libro La Dama dictadora de los olvidos / 120 poetas hablan de la Muerte recién publicado por Ediciones del Lirio en su colección poética “Desde la Caverna”. De las 191 cuartetas que componen el volumen, reproducimos unas cuantas decenas.]

La Dama dictadora de los olvidos / 120 poetas hablan de la Muerte estará a la venta en el stand 81 de la Feria del Libro del Zócalo, del 8 al 17 de octubre

La bruja, le decían, porque soñaba

fuego solitario”. ¿Hasta en los sueños míticos

se teme a las personas?, se cuestionaba

García Terrés. ¡Vaya conceptos clínicos!

* * *

¡Qué indecible  que la Muerte en la montura

vaya a nuestro lado! ¡Galopa, galopa,

jinete incauto: ya nada tiene cura!

¡Rafael Alberti en su poema nos arropa!

* * *

“La edad dorada de mi kaveza”, dice

Myriam Moscona, está en cantar “moertos” cantos.

Las cenizas se okultarán en los mantos

del olvido mientras el fuego se atice,

* * *

La poesía no se crea ni se destruye,

sólo se transforma: Langagne. Acaso huye

el verso con la Muerte, que se transforma,

sólo, hallando en éste ―el verso― su propia horma.

* * *

“El poema debe pasearse como si

nada pasara”, aduce Gutiérrez Vega.

Ni muerte en paz, ni vida mortuoria, casi

ajeno a los demonios de la fe ciega.

* * *

Cuando tengas ganas de morirte esconde

la cabeza bajo la almohada: Sabines.

Oculta la gravosa tristeza donde

las mentiras caben en los calcetines.

* * *

Ricardo Yáñez: “Nadie muere después

de nadie. Nadie vive, después de todo”.

No hay la fórmula para morirse a modo.

Nadie juzgará tu partida, ni un juez.

* * *

“Este largo cansancio ―dice Gabriela

Mistral― se hará mayor un día”. El misterio

forma parte del sueño eterno donde hiela

la Muerte, adormilada, en su cementerio,

* * *

Cada quien se salva como mejor pueda.

“El objeto de mi canto –dice Oliva–

es liberarme de mí mismo”. La rueda

de la vida nos aplasta desde arriba.

* * *

Claro es mi destino entre sus manos; muero…

en mar, en ola, en faro: Carlos Illescas.

También uno se muere entre flores frescas

y rayos de Sol con rebosante suero.

* * *

Despedazada por el amor, la rosa;

amortajada en humo, ¡ay!, la pobre rosa.

Alejandro Aura dice que el amor mata,

pero así es la vida en rosa: da y arrebata.

* * *

Ibargoyen: “Naces de la destrucción

que tu ausencia ha provocado”. La pasión

puede llevarnos al descortés abismo

del olvido causando un acre cinismo.

* * *

Se duele Olga Orozco: “Y este largo destino”

de verse “las manos hasta envejecer”.

El tiempo transcurre y nuestro andar cansino,

el tuyo y el mío, nos hace estremecer.

* * *

Carmen Alardín: “Qué silenciosa urdimbre

de arañas cuidadosas…”, como el infierno

tan temido pero ardientemente tierno:

callada y ansiosa, la Muerte toca el timbre.

* * *

“Déjame un solo instante cambiar de clima

el corazón”, pide Pellicer. ¿La cima

del mundo tiembla bajo los pies? ¡Arrojo

un beso a la Muerte que me guiña el ojo!

* * *

“Matamos lo que amamos ―dice Rosario

Castellanos―. Lo demás no ha estado vivo

nunca”. Pues queda el olvido en el archivo

que no abrimos por el temor al mal fario.

* * *

Dice Francisco Hernández: “Quitar la carne…

hasta que el verso quede con la sonora

oscuridad del hueso”. Y la Muerte encarne

en un poemario para leerse en una hora.

* * *

A veces, en las tardes de paradoja

se conoce hasta la sed de los cadáveres,

dice Armando González Torres. En la hoja

de ayer todos fuimos impiadosos seres.

* * *

Los viejos miran “un abismo divino”

en los ojos de las mujeres hermosas,

dice Benedetti. No por amor, sino

por mortuoria nostalgia se aspira a mozas.

* * *

“No me abandona ―dice Borges― la sombra

de haber sido un desdichado”. ¿Cómo nombra

un infeliz su desgracia?  Pormenores

sobran para no ocultar los resquemores.

* * *

“Para encontrarme a mí he aprendido a seguirte”,

dice García Montero. ¿Quieres irte

tú de una vez con la bendecida Muerte?

Yo prefiero la quietud. Vivir inerte.

* * *

“Me da pena soñarme ―dice José Hierro―

rompiendo” sus “alas” contra el muro alzado

que impide hallarse consigo mismo. Yerro

indecible, vivir con la Muerte a un lado.

* * *

Escribe Lavín Cerda: “Aún busco dentro

de mí el ataúd de mi madre…” En el centro

de uno, la ilusión ya no viaja en tranvía,

aunque el recuerdo no muera, todavía.

* * *

Busca un alma y un sentido en todas las cosas,

recomienda Enrique González Martínez.

Y eso incluye a la feroz Muerte. ¿Cómo osas

hallar en Vida y Ausencia huellas afines?

* * *

No le teme a la oscuridad: “Me enamora

la noche”, sentencia sin trabas el poeta

Manuel José Othón, para quien la demora

del silencio verbal es idónea dieta.

* * *

“La Nereida rubia de ojos de topacio
y frente ceñida de rojos corales”

no atrapó a José Juan Tablada. El espacio

todavía era suyo entre los mortales.

* * *

Amor por todas partes, dice Oliverio

Girondo, el “amor que incendia el corazón

de los orangutanes”, que en cautiverio

matan por una diminuta ración.

* * *

José Martí cultiva una rosa blanca

para el ingrato que el corazón le arranca.

Ni cardo ni ortiga, sino rosa blanca:

¿qué diferencia entonces la mano franca?

* * *

Aleixandre suplica su muerte al mar:

“Mátame si tú quieres”, le pide a gritos,

pero “el nombre eterno”, el “impiadoso” mar

“no existe”, es uno de los sagrados mitos.

* * *

Cargada de futuro el arma, ¡mal haya

el que se atreva a despojarme!, Celaya

advierte que, de frente, los ojos claros

de la Muerte le salen a uno muy caros.

* * *

“Es duro ver matando a los que descansan

en paz”, dice Roque Dalton. ¿Y no danzan

los muertos alrededor de la conciencia,

plañideros en pos de antigua querencia?

* * *

Dice Alejandra Pizarnik que ninguna

palabra es visible: ¿beberé si digo

agua?, se pregunta. La Muerte en la cuna

no se mira, como el aura en un amigo.

* * *

De los cientos de muertos que habitan a Ángel

González, la suya (¡y que nadie levanta!)

es la que menos sangra. Y el poeta lo canta

todas las tardes a dúo con un ángel.

* * *

“Aun cerca de la íntima agonía ―dice

Alí Chumacero― estás, oh muerte, clara

como espejo”. ¡Todavía la bendice

el poeta, a la Muerte, cristalina y cara!

* * *

El agua de los muertos “mide tu cauce”,

escribe Álvaro Mutis. Y, sí, mis muertos

me van restando las horas. “Usted pause

su vida”, me dicen mancos, sordos, tuertos.

* * *

Gutiérrez Nájera quería morir

cuando declinara el día, con la cara

al cielo y en altamar. La Muerte es avara,

empero, y sin luz nos quiere  ver dormir.

* * *

“Pasé un día cerca del lugar ―Cadenas

enternece― donde duermen los ahorcados”.

Porque los muertos duermen en todos lados:

yo escucho el lento latido de sus venas.

* * *

“Conozco la carne viva de la muerte.

Por eso lloro tanto granizo”, apunta

Marco Antonio Montes de Oca. Vamos, unta

mucha nieve en tu cuerpo. Así quiero verte.

* * *

La Muerte “obliga a escribir”, dice Mariano

Morales, “mensajes voraces, inútiles”.

La dictadora literaria no en vano

pronto elimina a los escritores útiles .

* * *

En 2020 nos mató una pandemia.

Fuera amores y besos, fuera la bohemia,

fuera la ansiedad y la coquetería,

fuera el lábil celo que antes nos hería.

(Visited 452 times, 1 visits today)
Last modified: 7 octubre, 2021
Cerrar