TEXTO: MARÍA VILLALOBOS FLOTA/LALUPA.MX
Otra mañana de un diciembre contrahecho en Florida. Mil novecientos noventa y uno. Los misiles se pasean frente al loveseat de cualquier estadounidense. Mike se ha quedado en casa con su madre. Alguien llama a la puerta. Veinte segundos después Mike es sospechoso de haber asesinado a cinco colegialas en Gainesville. Después de tomarle una muestra de sangre, el joven de 24 años es arrestado. En cuanto entra a la patrulla, los oficiales amenazan con levantar cargos si vuelve a imprimir otra edición del fanzine titulado Boiled Angel.
Por fortuna, el verdadero asesino no tardó en caer. Poseído por una apocalíptica histeria, Danny Rolling decapitó a una de las chicas e instaló su cabeza sobre el aparador de la desordenada habitación. Quizá fue él quien olvidó la última y maltrecha edición del referido cómic en el suelo del apartamento. Algunos afirman que pudo ser la víctima quien la hojeaba antes de ser sometida a una pesadilla más terrenal. Lo irrefutable es que el responsable de aquél y otros compendios de dolor eran Mike Diana y su pincel, veloz y grueso, los amos de la estética feísta.
Tal fue el principio anunciado de la cacería más controversial que ha conocido la comunidad artística en Estados Unidos. Sólo el comienzo, pues entonces la mayoría ignoraba que existen tres cláusulas constitucionales para ejercer el derecho de la libre expresión en el país más soberano del planeta: La primera, el material debe tratar el sexo en una manera acorde con los estándares de la sociedad contemporánea; segunda, el material no debe retratar el sexo de una forma evidentemente ofensiva; tercera, no debe tener un valor artístico, literario, político o científico, serio.
Siguiendo este criterio, quien conozca los cómics de Mike Diana entenderá porqué, tres años después de demostrar que no había matado una mosca, se convirtió en el primer artista acusado y condenado por dos cargos de obscenidad ante el estado de Florida. No ayudó que el inexperto artista hubiese distribuido apenas doscientos ejemplares impresos en fotocopias de su obra, y sólo entre conocidos. Tampoco fue relevante el hecho de que la única publicación que logró vender fuera la que correspondió al detective que lo llevó a la corte. Mike Diana, dibuja escenas de zoofilia, pederastia o incesto. Pero no se detiene ahí: incluye y mezcla en sus trazos íconos religiosos, bestias y padres de la típica familia feliz norteamericana. Alaridos, llanto, rabia, histeria, denuncia y evidencia sádica. Es con mucho este último aspecto de la obra de Diana el que nos consume, pues el autor pone en evidencia, sin reservas y como bofetadas francas, nuestra decadente humanidad.
Según el escritor y creador de cómics Scott McCloud (Understanding Comics 1993, Reinventig Comics 2000, Makig Comics 2006), el cómic no es otra cosa que el bosquejo de nosotros mismos. La imagen incompleta de un rostro, por lo común el propio. El cómic aspira nuestra identidad, tal es el cebo que nos mantuvo en la infancia paralizados horas frente a los programas de dibujos animados.
El cómic es por ende una abstracción. Sin embargo, nuestra identificación con los personajes depende del nivel abstracto de los dibujos. No es lo mismo observar el minucioso retrato a lápiz de alguien más, que apenas los trazos de lo que podría ser el rostro universal, mi cara. Por ello, confeccionar cómics no es sólo una forma de dibujar sino también una forma de ver. La realidad compartida es un punto que el artista debe dominar, una especie de apuesta por lo que los otros no saben que saben de sí mismos, explotando las emociones que esta introspección implica.
Quien ha tenido un cómic en las manos vive la sensación semiconsciente de ser succionado. No obstante, los humanos nos sentimos más cómodos con la idea ilusa de ser nosotros quienes asignamos identidades a conveniencia y aún donde no las hay. Comprender que nuestra identidad tiene voluntad propia suele ser embarazoso. Descubrir que esa similitud de nuestra imagen con todas las cosas no tiene otro origen que la necesidad orgánica de escapar de adentro, de reflejarnos en todo aquello que nos permita ser, puede resultar doloroso, sobre todo cuando no nos gusta lo que vemos.
En la sentencia final, Mike Diana fue obligado a pagar una multa de tres mil dólares y a purgar tres años y un día en la prisión de Angola County. Tuvo asimismo que cumplir con mil doscientas ochenta horas de trabajo para la comunidad, asistir a un tratamiento psiquiátrico, tomar cursos de “ética periodística” que él mismo tuvo que pagar y mantenerse por lo menos a diez metros de cualquier menor de edad. Por si esto fuera poco, su calvario terminó con la prohibición absoluta de dibujar más cómics (para comprobar que cumplía con la sentencia, la policía registraba su casa de manera regular).
Cabe mencionar que el filo de la censura no tardó en exhibir su doble cara. Mientras el aparato legal aplaudía el veredicto más codiciado del puritanismo radical, miles de fanáticos comenzaban a buscar a toda costa un ejemplar de aquellos que hasta entonces no eran más de doscientos librillos fotocopiados. Mike Diana alcanzó la gloria mientras se abotonaba la camisa gris de presidiario.
Uno de los argumentos que devastaron su defensa fue la posibilidad de que Rolling, el asesino serial, hubiese tenido en sus manos la obra de Mike: “Así es como empezó Danny Rolling. Paso número uno, comienzas dibujando. Paso número dos, sigues a la fotografía. Paso número tres, viene la película y paso número cuatro estás haciéndolo en la realidad”.
Por desgracia, el método de confección de un cómic no está tan lejos de las palabras que le ganaron el caso a la defensa de Mike. De hecho se podría decir que es casi perfecto, sólo que el orden de los factores sí altera el producto, y el proceso en cuestión es completamente a la inversa. Es de la realidad de donde surge el cómic.
Quizá por eso era imposible que Diana fuese absuelto. Su condena no fue por crear dibujos obscenos, sino por situarnos de frente nuestra propia obscenidad.
Presentarnos la propia realidad ha servido a los peores para ejercer censura. Excelente tema