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“La verdad es una mentira en los ojos de quien la mira” canta, y así también intitula su disco —editado por Antídoto—, Fernando Rivera Calderón (Ciudad de México, 1972) con su grupo Monocordio, que no es sino él mismo acompañado de varios amigos (donde refulge, en el caso del disco en ocasión, el capacitado Sr. González, que comparte los créditos, junto con Laura Vázquez, en los suntuosos y mesurados y excepcionales arreglos, en un Monocordio que cambia de integrantes por tratarse de una agrupación, sobre todo, ambulante o emergente, un Monocordio que está cumpliendo por estas fechas justo dos décadas de vida si bien su primer álbum se dio a conocer en el año 2002).
“Hay quien miente para no sentir dolor”, y lo dice Rivera Calderón de manera amable, cauta, en baja voz, como no queriendo interrumpir su brillante música. Porque vaya que asombra su disco, grabado hacia finales de la primera década del siglo XXI, en el cual conjuga, como en un laboratorio experimental, sonidos expansivos y armonías perfectamente diseñadas a partir seguramente de bocetos aleatorios apuntados en el instrumento de las seis cuerdas, básico en sus calculadas composiciones. Porque este hombre, más conocido mediáticamente por conducir programas televisivos en los canales del Estado, se ha tomado muy en serio su oficio musical, al grado de traerme a la memoria el admirable trabajo minucioso de gente como Daniel Lanois, David Byrne o el propio Brian Eno.
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De golpe, y con una breve, ligera, evidencia tanto de tema como de intención vocal, Rivera Calderón me ha traído irremediablemente a la cabeza al tijuanense Alberto Isiordia, el famoso Pájaro Alberto, constructor de bandas importantes en los setenta como Love Army o Sacrosaurio, en las cuales buscó, inútilmente (quizá por la raquítica ingeniería acústica de aquella época, quizá por la ausencia de un acompañamiento eficaz, quizá porque el buen Pájaro Alberto estaba efectivamente adelantado a sus tiempos, quién sabe), la sonoridad deslumbrante, que tampoco pudo cristalizar en su único disco: Viaje fantástico, de 1974. Pues he aquí que La verdad es una mentira en los ojos de quien la mira tiene mucho, acaso de manera involuntaria, de aquella incontrolada pesquisa isiordiana no sólo instrumental sino también lírica.
Curioso asunto.
Pero lo más probable es que Fernando Rivera Calderón esté ajeno a estos pruritos del pasado y, sencillamente, su quehacer artístico haya coincidido, nada más, con las expectativas de un músico nacional que, casi cuatro décadas atrás, dejó sus inquebrantables huellas en el rock mexicano.
Porque, bueno, cuando se escucha la versión en diablo mix de la canción “Vuelo nocturno” no tiene uno sino que reconocer que, en efecto, Rivera Calderón tiene sus pies muy bien puestos en el siglo XXI: la pieza es arrebatadoramente fascinante, como lo es también la versión en trip mix de la pieza “A veces”, que exige —con su creatividad rebosada— ser considerada en un trascendente lugar en el mundo de la música contemporánea mexicana. ¡Pero todo ello distante, por supuesto, de la cada vez más tenebrosa producción mercantilizada de la música comercial!
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“Difícil pensar que aquel a quien más amas es quien más te va a lastimar”, canta Rivera Calderón, repito, con su voz amable, cortés, afectuosa, a pesar de estar rodeada de un tumultuoso pero exquisito ruido roquero. “Difícil verdad saber que tu mundo nunca pierde su fragilidad y [sin embargo] se rompe en un segundo”, y la música en este momento, con su ambientación sonora, es de una delicadeza explosiva. “Y vuelvo a caer en el mismo lugar a donde ya no quiero volver; a veces quisiera escaparme, salirme del mundo; a veces quisiera callarme tan sólo un segundo”. Y vaya si no es “difícil amar sabiendo que el tiempo secretos nos ha de guardar: el amor [en efecto] va en contratiempo; a veces yo no me conozco, no sé lo que quiero; a veces me duele la vida, no encuentro salida”, y la música se corta de súbito, tal como ciertamente debió de haber sido.
A diferencia de, digamos, Jaime López (¡y cómo me trajo problemas haberlo dicho, Dios, no sólo con el mismo Jaime, que me retiró en definitiva su palabra sino con otras amistades que, a la vez, eran amigos de López, ofendidos por mis afirmaciones!), que estando en Televisa —¡en un paso tan breve como el amor a primera vista!— quiso complacer a Televisa y no a sí mismo, Fernando Rivera Calderón —con gustados programas radiofónicos en dicho emporio— busca, antes que nada, satisfacerse a sí mismo, lo cual habla, sin duda, de su pasmoso, y portentoso, principio musical, que no lo tuerce la ambición ni la azarosa fama, que ya es demasiado decir. Por lo menos en lo que a mí concierne, no puedo sino sentir respeto hacia su trabajo musical, más cercano a las orillas del rock que a la jubilosa sonoridad digerida del pop que lo ha logrado desquiciar —al rock, no a Rivera Calderón— , aunque he de confesar, aquí entre nos, que escucho, siempre, con sumo interés los cuatro primeros discos (de la casi decena que compone ahora su catálogo, incluyendo sus sesiones en vivo) por sus ilustrados arreglos musicales que me parecen no sólo ingeniosos sino sumamente creativos, uno diverso del otro, si bien la línea melódica es regularmente horizontalizada, por no decir susceptiblemente reiterativa. Y pongo por delante La verdad es una mentira en los ojos de quien la mira, disco que sin duda agregaría a mis clasificados entre las mejores grabaciones del rock mexicano.
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