Autoría de 11:14 am #Opinión, Patricia Eugenia - Narrativa en Corto • 35 Comments

Emilia – Patricia Eugenia

En un callejón del barrio del Guinardó, entre aparadores sucios que exponen ropa china, no se sabe bien si se esconde o trata de resaltar un anuncio en una entrada sin mayores relieves.

Un libro: 3 euros

Dos libros: 5 euros

Cinco libros: 10 euros

“LEER PERJUDICA SERIAMENTE LA IGNORANCIA”

Sonríes.

            Decides retirarte del barrio dichoso, pero el anuncio agrega en letras pequeñas: “Libros re-leídos”, y eso puede más que tu prudencia de turista en sitio peligroso. Dentro, nada corresponde al barrio, todo luce limpio, iluminado y en un orden que jamás antes viste en otras librerías.

            Pero… ¿acaso sueñas? Un tomo grueso a la altura de tus narices, relumbra. Sientes miedo, le vuelves la espalda y piensas: ‘Eso es imposible’. Formulas una explicación racional: ‘¡Ya sé!’ Los vendedores destacan un libro al azar ante visitantes elegidos aleatoriamente. ‘¡Bah, argucias mercantiles!’ Buscas El pesador de almas de Maurois, que hace cinco años perdiste y que, como siempre, seguro no encontrarás. Percibes cerca de la entrada el mismo tomo brillándote de nuevo. Te propones comprobar tu hipótesis del uso de tecnologías para atraer posibles compradores, pero adviertes que en todo este tiempo no has visto a otro cliente entre los inmensos laberintos de anaqueles blancos. ‘¿Cómo puede caber tanto en el insignificante local, que aún estando cerca de las tan transitadas Ramblas repele a los turistas con su apariencia casi clandestina?’.

            Has paseado diez minutos entre miles de libros sin encontrar nada. Quieres ignorarlo, pero tu tomo te coquetea insistente; recorres decidido los cinco metros que te separan de él y te asombra el sonido de tus pasos, hueco, como si los anduvieras dentro de la catedral gótica de La Santa Cruz en la oscuridad, justo antes del amanecer. ‘Estoy alucinando’, musitas, pero tu mano, aunque tiembla un poco, toma el libro… Maurois. El pesador de almas, reza en el lomo. Continúas hacia la salida, sobrecogido de frío y sorprendido de haber dado por fin con él… o ¿él contigo?

            Estás a punto de levantar la tapa y revisar el tomo, cuando tropiezas con el librero.

Era el que buscaba, ¿verdad?– te dice riendo, y agrega satisfecho: ‘son tres euros’.

            En la esquina, vueves la mirada. La insignificante entrada ha desaparecido entre lentes para sol y llaveritos con imágenes de Barcelona para el recuerdo.

***

Hoy no es ya el tiempo feliz en que multitud de cosas sin importancia provocaron que tu libro fuera a parar al fondo del armario y olvidado sin abrirse siquiera una vez.

            Mil otras cosas te preocupan ahora y tu esposa muerta ni en sueños acude a aconsejarte. De manera especial sientes su ausencia en noches como esta, ante el mal extraño que aqueja a tu hija; cuando no duermes del puro temor, no tanto de su incapacidad para embarazarse, sino de su tristeza mortal.

No basta ser joven, quién sabe qué bastará; porque desear a profundidad tener un hijo, tampoco alcanza.

            Como no duermes, será mejor que hagas algo productivo en lugar de torturarte. ¿Leer? ¿Reparar la silla? ¿Despejar el armario?

Vas al armario, bien que le hace falta atención. Tras un rato de faena, das con el tomo grueso de Maurois. Recuerdas el barrio viejo del Guinardó y todo aquel día raro que permanecía perdido en tu memoria, surge de nuevo en tu cabeza con imágenes frescas.

            No leíste entonces –tropezaste con el librero de los tres euros– la dedicatoria en tinta sepia sobre la primera hoja: “Emilia: vendrás, lo sé”.

            Te gustó, imaginaste una historia de amor contrariado. La Emilia a quien iba dedicada tal vez nunca recibió el libro, o… ¿lo recibió y se deshizo de él en un desprecio al anónimo atrevido?… ¿Emilia murió y fue el esperanzado amante quien con amargura lo desechó? ¿Vivieron dos jóvenes de religiones opuestas un amor imposible y una vez sin dueños el libro se fue a un desván, para años después ser vendido con otras cosas viejas?

            Cerraste la portada y sentiste una placidez desconocida; acariciaste el tomo que una vez te brilló desde el anaquel y recuperaste el sueño, fuiste a la cama.

            A la mañana siguiente te despertó el teléfono.

            -¿Papá?

            -Hij…?

            -¡Estoy embarazada! ¡Estoy embarazada! ¡Estoy embarazada! ¡Estoy embarazada! ¿Te desperté? Disculpa, tengo apenas unos 20 días, no es más grande que una aceituna, tal vez… hay riesgos, es que…. Si es niña, se llamará Emilia; o Emilio, si no. ¡Dame suerte papi!

            ꟷSerá niña, respondiste con aplomo, ¡Emilia! Y… “Vendrá, lo sé”, repetiste de memoria.

            Al colgar, sin prisa fuiste al libro y leíste la fecha en sepia de la dedicatoria:

            10 de diciembre de 2015.

¡Hoy!

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Last modified: 15 noviembre, 2021
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