Autoría de 12:07 pm #Opinión, Braulio Cabrera - El sonido de la H

Los leviatanes flacos y la gente aterrorizada – Braulio Cabrera

Ya se ha dicho con anterioridad: el papel que juega el miedo en la fórmula de la seguridad es esencial; no sólo como un elemento inerte y ambiental, también como un arma dinámica en los procesos que frecuentemente pone en marcha. Sin embargo, el empleo del terror como medio en un conflicto, aún más, como herramienta de securitización, sólo describe entes debilitados, incapaces de enfrentarse de otra forma. Tal es el caso de la acepción más interesante y controversial de este concepto: el terrorismo de Estado, que explicaré a continuación.

El terrorismo es una táctica disuasoria que emplea el ejercicio de la violencia (o su tentativa) por grupos organizados con objetivos políticos. Para que esa violencia entre en la concepción de terrorista debe ser visible para una audiencia distinta a las víctimas. Por su relación con las organizaciones debilitadas, su mayor objetivo no son las bajas o la destrucción, sino la guerra psicológica.

A pesar de que cada caso en el que el miedo es empleado como medio de convencimiento debe ser analizado particularmente para encontrar sus motivaciones, la mediatización y la desigualdad son dos de las causas principales de este fenómeno. Por un lado, el terrorismo sólo puede existir en un mundo mediatizado: radio, televisión, series y películas, publicaciones, internet, son los canales por los que viaja el mensaje de los ataques terroristas; además, estos grupos han encontrado un espacio dinámico y relativamente seguro para llevar a cabo la capacitación de atacantes o la compra y venta de insumos o artefactos.

Por otro lado, podemos hablar del terrorismo como recurso desesperado en un sistema desigual; el terrorismo involucra actores pequeños y débiles que generalmente deben maximizar el impacto de sus acciones con el mínimo de recursos.

Sin embargo, existe el terrorismo de Estado, que reúne los elementos principales de su raíz, pero se caracteriza por emplear a las fuerzas de seguridad pública (es decir, la policía, el ejército o paramilitares) en contra de un grupo o un individuo de su propia población; otra de sus cualidades es el lujo de violencia al atemorizar a audiencias clave para que modifiquen su comportamiento por miedo a convertirse en las siguientes víctimas.

La existencia y empleo del terrorismo estatal no sólo pervierte la definición original del concepto, sino del Estado mismo, que en su constitución mantiene el monopolio del uso legítimo de la fuerza, y lo ejerce mediante sus instituciones civiles y militares. Tanto existe incongruencia en el ejercicio del terror por parte de una organización fuerte y capacitada, como en la focalización de este en los ciudadanos que, por naturaleza, el Estado debería proteger a toda costa.

No obstante, el terrorismo es una estrategia institucionalizada por los cuerpos estatales y, en muchas ocasiones, la investidura antes mencionada les permite ejecutar estas acciones indiscriminadamente, diferente a las células terroristas que deben mantenerse bajo la superficie en todo momento.

Una explicación para esta paradoja, quizás la más amplia e imprecisa, es que sucede cuando son evidenciadas y criticadas las debilidades de los funcionarios públicos, del gobierno, del régimen o de las instituciones; expresando que este tipo de terrorismo es una herramienta empleada por Estados debilitados, que rechazan toda oposición pues buscan consolidar su legitimidad, clave para su supervivencia.

Es necesario remarcar, en esa misma línea, que para diferenciar las funciones de mantenimiento de paz que tiene un Estado y la implementación de tácticas terroristas es importante observar la energía e intención con las que se llevan a cabo. Las fuerzas armadas y civiles obedecen leyes y protocolos que protegen a los ciudadanos de persecución, tratos inhumanos o la muerte; no obstante, en casos de terrorismo de Estado estas barreras son ignoradas, buscando maximizar el impacto del daño causado a las víctimas. La represión policial, si bien no es democrática, es diferente a la brutalidad policial.

Mientras el terrorismo requiere ser explícito, como las películas gore, el terrorismo de Estado busca ser tenue, como el suspenso, dejando la mayor parte a la imaginación.

Debido a esto, el control de los medios por parte del Estado es el elemento clave para la sistematización y el éxito del miedo infundido en la población. Como se ha visto en las últimas décadas, en cientos de países, la manera en que los medios de comunicación y entretenimiento retratan los sucesos puede ser evidente o sutil, dependiendo de la necesidad.

Sea como sea, el terrorismo de Estado es evidencia de un Estado fallido que lucha por su legitimidad mediante estrategias que se contraponen con su naturaleza filosófica. Teniendo esto en mente, podríamos decir que en buena parte de los países del mundo –unos más, otros menos– encontramos Estados fallidos que arremeten contra sectores de su población en aras del bien común, de la seguridad de la mayoría… lo que nos regresa a la pregunta que se plantea en la mayoría de las reflexiones de este proyecto: ¿Seguridad para quién? ¿Y a costa de qué?

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Last modified: 20 noviembre, 2021
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