—Poca gente recuerda, memoria ingrata, la tarde fatídica de aquel jueves 6 de abril de 1972 —dice en su discurso el licenciado—. Hace prácticamente medio siglo, la administración en el poder decidió cortar de tajo la incipiente contaminación con medidas antipopulares pero, se recalcaba con dureza, necesarias. Ese trágico día, tomado en un principio con júbilo, como es de suponerse, por la oposición, dejaron de circular los vehículos…
Murmullos en la amplia sala.
—Sólo el entonces novedoso Metro, con tres años apenas de haberse instalado en México, no dejó de correr por debajo de la sorprendida ciudad. Amanecimos (y me inmiscuyo en dicho proyecto aun cuando mi edad no me permitía en aquellos tiempos hacer uso de la palabra) sin tráfico porque el tráfico sólo es causado por los transportes de ruedas. Se podía caminar por las calles con entera libertad, según lo cuentan los afortunados que lo vivieron. Al trabajo se llegó a pie y ninguna nubecilla espesa se coló por los pulmones. La ciudadanía, se decía, estaba satisfecha con la rigurosa disposición.
Un reportero interrumpe, cortésmente:
—Dicho testimonio es, o pareciera ser, inverosímil…
El licenciado no se molesta.
Sonríe.
—Le digo, compañero, que ignoro la causa del olvido de ese día importante, pero patético…
—¿Por qué?
—¿Me permite terminar?
El reportero asiente en silencio.
Murmullos callados.
—Después de las cuatro de la tarde empezó la catástrofe. Mucha gente, cansada al final de sus diversas labores… ¡recordó que ese nefasto día no había transportes!, de manera que el recorrido a casa tenía que hacerlo, de nuevo, a pie. Por supuesto, inventivos como somos los mexicanos…
Risas entre los periodistas.
—… No faltó alguien a quien se le ocurriera hacer negocio de la situación. Un pequeño empresario, ante la pérdida monetaria de ese día con su inmovilizada flota de taxis, improvisó una carreta jalada por dos caballos que sacó quién sabe de dónde. De inmediato, la gente la abordó. El negociante pidió cantidades exorbitantes por el traslado y, si bien nadie puede precisar cómo se inició la trifulca, el pobre hombre fue matado, en ese mismo instante, a palos por una turba demoledora. Se dice, no me consta; pero no tengo por qué dudar de la crónica sostenida a base de cuchicheos, que un personaje, ex líder del movimiento del 68, se apropió de la carreta y la usó para sus aviesos fines, consistentes en denostar el insano decreto. Se paró mero en medio de la carreta y arengó a un enfurecido sector de la clase trabajadora.: “¡El gobierno exagera: queremos, sí, decisiones anticontaminantes pero no que vayan en contra de nuestra diaria rutina. ¡Contra la contaminación, pero sin e-xa-ge-ra-ción!” Era un griterío atronador, dicen… La paz empezaba a romperse.
El licenciado hace una pausa. Bebe agua de su vaso.
Prosigue:
—En ese lugar, ubicado en la contraesquina de la Avenida Marina Nacional y la calle de Lago Bolsena, comenzó una marcha que fue a dar hasta el Monumento a la Revolución. Conforme la hilera caminaba, más numerosa e inusitada se hacía la cabalgata. Las consignas salían al calor de la ira. (Dicen que incluso un grupo musical, instalado arriba de un tráiler durante la campaña “Rock sobre Ruedas”, acompañaba la marcha protestando contra la intolerancia presidencial al recordar la trampa en la que cayeron los roqueros en el Festival de Avándaro ocurrido sólo siete meses atrás… creo que el grupo que iba en la marcha era el Peace and Love, pero no me crean del todo en este forzado paréntesis.) Una consigna, digo, es verdaderamente dramática: “¡No nos hagan patos, denos pa los zapatos!” O esta otra: “¡Queremos taxis y trolebuses; gobierno, no abuses!” Obviamente, la leperada se hizo presente: “¿A pie y sin soda? Gobierno, no nos joda!”
Risillas entre los periodistas.
El licenciado continúa, enérgico:
—La protesta obligó, me dicen, a que los policías enfriaran a la masa para tranquilizar los ánimos, para amainar la tormenta de las palabras, para poner en orden la tarde que caía apacible. ¡Ya tres artistas plásticos estaban pintando un mural en uno de los costados del monumento! Con fortuna pudo borrarse del todo, porque lo poco que pudieron bocetar era de un pésimo gusto estético: según consta en las tres escasas fotografías que inmovilizan el instante, la pintura mostraba a unos gorilas con spray oxigenando la ciudad. Ja ja ja. ¡Aberrante! Casi cuatro horas duró esa desacertada reunión. Hubo, sí, varios heridos, quizás una decena de muertos; pero las cosas no pasaron a mayores; es decir, no aparecieron los temidos halcones para controlar a su manera el inesperado disturbio. Recuérdese que tenía poco tiempo de haberse efectuado, diez meses antes, el sangriento Jueves echeverrista de Corpus, así que los sucesos prefirieron ser silenciados por los medios de comunicación mediante una generosa cuota a sus finanzas personales. Ya sabemos, ejem, que la libertad de expresión siempre tiene un costo sensible de recuperación. Incluso los periodistas, en un acto célebre de solidaridad colectiva, acordaron no dar detalles ni pormenores de aquella lapidaria actitud de la opinión pública. (¡No quiero imaginarme que estuviera sucediendo hoy escandalosamente en las redes sociales de llevarse esta práctica de cancelar un día en su totalidad la circulación vehicular!) La administración del poder, al otro día, modificó drásticamente su decisión al imponer el programa Retorno a la nueva normalidad y las cosas siguieron, desde el viernes 7, su curso de costumbre. La gente salió feliz de sus casas al siguiente día. Sabía que un pesero o un taxi o un camión podía conducirla a sus diferentes oficios.
Un reportero pregunta:
—Es decir, ¿la gente impidió que su ciudad tuviera aire natural?
—Exactamente —contesta el licenciado, llevándose un pañuelo a la frente para secarse las gotas de sudor—. Nosotros no cometeremos la misma imprudencia. Nosotros no volveríamos a vender otra Texas. Hay que aprender de las sórdidas experiencias del pasado. (A veces las nuevas normalidades nos afectan severamente, ja ja ja…)
—Era una propuesta excelente —dice una reportera.
—Maravillosa, pero con resultados adversos.
Murmullos silentes.
—Por eso mismo hemos decidido no adoptar jamás medidas de ese tipo que van directamente a atropellar los derechos de la ciudadanía —dice el licenciado—. Por eso es que, pese a estar absorbidos por este aire asfixiante, determinamos seguir viviendo con no pocos sacrificios con tal de que todos los mexicanos seamos libres y felices. No podemos decirle a un ciudadano que no maneje su carro si está en su santo derecho de hacerlo cuando se le pegue su, como dice la presteza morenista, pinche gana. Y está en su legítimo derecho de comprárselo (el coche), o de comprárselos (los coches), si tiene el dinero, o si sabe ahorrar, que es cosa suya, de nadie más. Hemos adoptado medidas leves, sí, mas no coercitivas. La ciudad es de todos y todos tenemos derecho a vivirla como mejor nos plazca.
—¿Eso quiere decir, señor licenciado, que la contaminación es un caso sin fin, imparable?
—Habrá algo que la detenga un día, no me cabe la menor duda.
—¿Qué tal unos ventiladores unificados para alejar los vientos dañinos?
—Los ventiladores no alejan ni las malas compañías, ni los sofocones, ni los agobiantes calores, ni las malas ideas.
—Ni las corruptelas en pequeña escala… —se atreve a decir, en baja voz, un reportero no identificado.
Risillas escondidas.
—¿Descentralizar de lleno? —cuestiona un periodista de un portal especializado en medio ambiente.
—Tal vez. Estamos pensando cómo trasladar la torre de Pemex a Tepic.
—¿Limitar el número personal de vehículos particulares?
—Pensaremos en esa atribulada oferta en el momento en que haya por lo menos cincuenta canales mexicanos de televisión. Para quitar hay que ofrecer opciones.
—¿Intolerantes con los peseros, acaso, que hacen y deshacen por módicas sumas a líderes sindicales?
—Evitar, en todo caso, las vueltas arbitrarias en U. Y si a usted le consta, compañero, esas diminutas donaciones, como usted afirma, denúncielo en su respectiva alcaldía…
—Cómo no, mucho caso que nos harán… —dice, nuevamente en baja voz, el reportero no identificado.
Risillas silentes de aprobación.
—El problema de los niños de edad primaria… —interviene apresuradamente un reportero para tratar de desviar aquella impertinencia gestora del periodista no identificado.
—Estamos en tratos con Televisa para que sus carismáticos artistas hagan prontamente videos de teleprimaria en casos de emergencia ambiental, como ya se ha vislumbrado con brillantez durante la emblemática pandemia donde la juventud, la adolescencia y la niñez se concentraron en la Internet manteniéndose provechosamente en línea social. La tecnología y el bendito empresariado de la informática digital consiguieron que el alumnado no perdiera sus clases ni el tiempo en nimiedades.
—¿Algún consejo práctico, señor licenciado?
—Respirar, como los maratonistas, por la nariz y exhalar con celeridad por la boca.
El licenciado ve su reloj.
Se pone de pie.
—Es todo, muchachas, muchachos, muchaches, nos vemos en otra ocasión. Si tienen algún problema llamen a mi secretario particular o al jefe de Comunicación Social que con gusto los atenderán. Faltaba más. Muchas gracias.
Se retira.
Los periodistas se quedan anotando en sus libretas las últimas palabras del licenciado.
Tienen la nota encabezadora en sus manos, que en un minuto pronto será subida a los portales para generar likes y reacciones diversas en la interesada ciudadanía que vertirá su rauda opinión sobre la charla auspiciada por un político memorista que ocupa, puntual, su silla en la tribuna senatorial, “político de altos recursos morales”, como lo describiera, con premura, un improvisado youtuber con setecientos ochenta y nueve mil treinta y cuatro seguidores en su plataforma retacada de anuncios que impiden visualizar las informaciones recabadas.
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, DE VÍCTOR ROURA, PARA LALUPA.MX
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