Cada vez que al seno de un partido político salen a la luz pública las diferencias entre líderes, lideresas o entre grupos o corrientes, invariablemente una de las partes hace llamados a la unidad, como si fuera la “varita mágica” que todo lo resuelve.
Así ha sucedido en las filas del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y así ha sucedido en las del Partido Acción Nacional (PAN) y ahora hasta en Morena. Lo lamentable de estas reiteradas escenas es que nada resuelven porque quieren la unidad sin considerar la democracia.
Y aun cuando en muchas de las ocasiones logran atemperar los conflictos internos, estos no acaban; sobreviven entre sus filas y vuelven a aflorar cuando se viven nuevas diferencias o nuevos enfrentamientos.
Partidos sin esencia social
Este “círculo vicioso” en los partidos políticos mexicanos es un fenómeno que paulatinamente se incrementa debido a que cada vez dan más prioridad a la imagen pública de su instituto sobre el ejercicio democrático en su vida interna. Prefieren proyectar una imagen falsa de “unidad” para no perder votos, a pesar de las “patadas bajo la mesa”, que retomar la esencia social que todo partido político debería de tener, de proponer políticas públicas, de brindar educación al electorado y de promover su ideología y su programa político.
En lugar de eso, los partidos políticos se han vuelto escaparate para la promoción de sus dirigentes, de sus aspirantes a candidatos y de “liderazgos” construidos mediáticamente.
Es evidente que ante esta multitud de “actividades” quede para después el asunto de la democracia. Poco les importa promover sus programas o sus propuestas de políticas públicas; lo que importa es ganar la siguiente elección, y para hacerlo hay que mostrar a un partido “unido” sin importar si eso es o no cierto.
Tan es así que en los últimos procesos electorales, más o menos desde los comicios del año 2000, se ha vuelto una norma el constante cambio de militantes de uno a otro partido, en busca de postulaciones o mejores condiciones de poder.
Ya a nadie sorprende que algún político (hombre o mujer) abandone las filas de su partido para postularse a alguna candidatura por otro partido. Por eso es que ahora escuchamos expresiones como “llamamos a cerrar filas”, “sin unidad no ganaremos las elecciones”, “nadie por encima del partido”, etcétera, etcétera. Dichos que confirman lo que líneas arriba he anotado. Y por eso, también, es que los partidos políticos no se preocupan de la difusión de sus ideas y de la educación política de los ciudadanos, porque las contiendas electorales cada vez más se centran en las y los candidatos.
De esta suerte, las dirigencias partidistas se preocupan más en tener candidatos que sean populares o famosos, para atraer más votos. Y por eso es que abundan los candidatos deportistas, artistas, payasos, youtubers, influencers y demás. Ellos saben poco o nada de política o de programas y principios partidistas; mucho menos saben del ejercicio de gobierno, pero eso no importa si, a cambio, con su “fama” garantizan más sufragios.
Triste conclusión
Por eso es que los partidos, sus dirigentes y su militancia, no hablan de democracia sino de “unidad”, porque lo que les importa es obtener más votos para ganar elecciones y no construir un instituto político transparente, democrático, con causa y ejemplar.
Y por eso es que optan por la elección de candidatas y candidatos mediante sorteos, tómbolas, “encuestas” o designación hecha por un pequeño grupo de “iluminados”.
Mecanismos, todos ellos, que nada tienen que ver con la democracia y sí con la selección bajo el criterio de quién reditúa más votos o quién forma parte de los grupos del poder, del círculo de amistades o del núcleo cercano al dirigente. Lo que importa, pues, es mantener cohesionado al partido para que siga siendo rentable electoralmente. Lo demás no les importa.
¿Algún día los electores nos daremos cuenta de esta situación y cambiaremos nuestro comportamiento y el sentido de nuestro voto?
