La semana pasada tuvo lugar la oficialmente denominada Novena Cumbre de Líderes de la América del Norte, aunque en realidad fue la décima ocasión en la que se reunieron a dialogar trilateralmente el primer ministro canadiense y los presidentes de los Estados Unidos de América (EUA) y de México en turno. Más allá de los temas políticos, económicos, migratorios, de seguridad, etc., que siempre están presentes en la agenda y en el ambiente de estas importantes reuniones, el eje toral alrededor del que giran las preocupaciones y acuerdos siempre lo es el fortalecimiento de la competitividad de la región norteamericana. Sobre todo en el contexto de la lucha hegemónica que se libra actualmente con el país más poblado del orbe: la República Popular de China.
Si bien diplomáticamente resulta muy conveniente referirse extraoficialmente a estas cumbres como las reuniones de los “Tres Amigos”, en la práctica resulta más apropiado aceptar que estas son de “Tres Intereses”, y los de los EUA siempre concuerdan más con los canadienses que con los mexicanos. Más todavía en los tres años más recientes, en los que la visión mexicana de la región parece haber sido relegada a un segundo término y su integración con Norteamérica parece haber sido puesta en pausa por parte de la actual administración federal. Pero como el eslabón más débil que somos en esta cadena formada por las economías uno, nueve y quince del mundo, deberíamos ser precisamente nosotros quienes más ocupados estuviéramos acelerando nuestra incorporación a este bloque regional; pues conviene tener presente que la carrera que libramos —y de hecho el mundo entero— actualmente contra el gigante asiático es de naturaleza tecnológica, y en ese ámbito, así como en la consecuente cultura de la innovación, México se encuentra en un total rezago respecto de dos sus principales socios comerciales.
Para ponerlo claro, mientras que EUA invierte típicamente el 2.4% de su Producto Interno Bruto (PIB) en investigación científica y desarrollo tecnológico —insumos esenciales para la innovación— y Canadá el 1.6% de su PIB; en todo lo que va del milenio México no ha superado el 0.5% de su PIB para estas actividades. Peor aún, la inversión máxima durante estas dos décadas del siglo sucedió de manera puntual en el 2010 y en la mayoría del resto de los años el porcentaje rondó el mínimo del 0.3 del PIB, que se ha convertido ya en una constante del 2019 a la fecha.
Esta actitud reticente a desarrollar tecnología e innovar, que separa a México de sus vecinos norteños, es también el principal causante de la brecha que existe entre sus plantas productivas y que se ahonda día tras día. Por ello es que cuando los líderes de las tres naciones se reúnen lo único que pueden pedirle a nuestro país es que evite el paso de migrantes centroamericanos y que retire obstáculos para la competitividad de la región, como en el presente ha sido el enérgico llamado de los EUA a evitar el retroceso en el marco legal que regula al sector energético de México; reforma que terminaría por sumir en una irreversible debacle económica a las empresas norteamericanas asentadas en nuestro territorio.
Sería muy importante que México comprendiera pronto la importancia y el rol que tendría que desempeñar en la Norteamérica de las décadas por venir. Hay dos posibilidades: una en la que Canadá y EUA incorporen al Reino Unido como el socio estratégico que necesitan y sigan utilizando a México para situar la maquila sucia y de reducido componente tecnológico, que apenas sirva para brindar empleos con la intención de contener los flujos de personas hacia el norte desarrollado; o la otra, en la que los 130 millones de mexicanos puedan sumarse a un gran mercado norteamericano con el poder adquisitivo suficiente para balancear los de otras regiones, y en la que la planta productiva asentada en nuestro territorio cuente con proveeduría, energía, logística y talento de alta calidad, que uniformicen nuestra competitividad con la de ambos socios. Definitivamente la segunda es la opción que podría poner a México en la ruta del desarrollo y de su fusión plena con la economía innovadora que persiguen los EUA y Canadá.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.