Ayer la Suprema Corte de Rusia ordenó la clausura de Memorial International, una organización de la sociedad civil (OSC) abocada a los derechos humanos en el país. Pareciera que fuesen obvias las implicaciones de este suceso, sin embargo, hay mucho análisis que se puede ofrecer de este acontecimiento.
La decisión de la Suprema Corte no es una fácil de digerir para la comunidad internacional, pero tampoco lo debería ser para Rusia. La disolución de Memorial International no es cualquiera, se trata de una de las organizaciones más longevas de Rusia en materia de derechos humanos, fundada incluso en los últimos suspiros de la Unión Soviética, gracias a la serie de reformas estructurales realizadas por Mijaíl Gorbachov, particularmente Glásnost.
Entre las varias intenciones de Memorial International, una que destaca era la de fortalecer la concepción y protección hacia los derechos humanos en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y luego en Rusia. Lo anterior significaba exponer las atrocidades que el régimen socialista, de manera particular durante el periodo de Josef Stalin, ejecutaba contra su población a raíz de innumerables razones, entre ellas, la disidencia política.
La clausura del esta OSC, promovida por Vladimir Putin, brinda un mensaje al país y al mundo: Rusia ha decidido traicionar la justicia de su pasado soviético con Stalin, pero también expone flagrantemente que no tiene la mínima intención de promover, sostener y preservar en su territorio a grupos sociales cuyo objetivo sea proteger los derechos humanos.
Lo anterior nos empuja a varios resultados claros. Uno de ellos es que el Kremlin, con esta decisión de su mandatario, se aleja de los entendimientos formales e informales que brinda la gobernanza global y que son esenciales para que el globo entero pueda “hablar un mismo idioma” en cuanto a sus prácticas y comprensión del mundo.
Otro resultado es el impacto negativo internacional que tiene en los derechos humanos. Estos protegen a las personas y les dotan de garantías que les permiten vivir mejor su vida. Por lo tanto, es trascendental que sean validados, reconocidos y respaldados por los países. No obstante, cuando una nación del peso de Rusia en el mundo deja de mostrar apoyo a tal o cual entendimiento internacional, este comienza a perder soporte en el globo. No significa que a partir de ahora la noción de los derechos humanos se desplomará, pero sí impide una proliferación y protección de ellos.
Un tercer apunte afirma que, a raíz de lo ordenado por el régimen del mandatario, se evidencia que Rusia no es una alternativa para el mundo. Tras el fin de la Guerra Fría, este país se mantuvo como el rival y contrapeso de Occidente; si bien el proyecto socialista se disolvió, la nación de los eslavos continuó expresando crítica al modelo occidental. Sin embargo, cerrar las puertas a aquellas prácticas y entendimientos que nos sirvan para proteger a la población, como es el caso significativo de los derechos humanos, es a todas luces una señal de carencia de un proyecto óptimo para el planeta.
Finalmente, otro resultado es el hecho de que Putin asesta un nuevo golpe contra las OSC de su país, esta vez contra Memorial International, alegando que no funciona y que opera bajo un “entendimiento exterior”. ¿Cuál podría ser este, sino el que busca proteger a la población? Esta situación hace que el régimen del presidente se aleje de las prácticas democráticas, vulnere a su población al quitarle un agente de protección a los derechos humanos y muestra, nuevamente, un Estado autoritario. No hay que cometer errores al romantizar a un país por su pasado político e ideológico: esto es Rusia.
Niels Rosas Valdez
Escritor, historiador e internacionalista
@NielsRosasV (Twitter)
niels.rosas@gmail.com
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