“Desordenar un poco el orden plástico”
Dice no importarle exponer en su país. Nacida hace 33 años en Tamaulipas, Rosa la de Posgrado, como así se hace llamar artísticamente, aunque en su acta de nacimiento leamos Rosario Pozos Grajales, exhibe sus arrebatadas “instalaciones” sobre todo en el sur de América, donde han sido muy bien acogidas acompañadas de elogiosas críticas periodísticas.
—El de la “instalación” es un arte aún en balbuceos por su indefinición gráfica…
—Porque no hay observadores críticos que lo entiendan. Yo no creo que los artistas que nos dedicamos a ello seamos creadores en gestación. Lo que pasa es que la “instalación” viene a desordenar un poco el orden plástico al utilizar elementos generalmente no comunes en el arte. La “instalación” muestra los lugares comunes para otorgarle a la cotidianeidad un sitio exquisito. Pero, de golpe, este digamos “atrevimiento” es rechazado por los conservadores del arte, que viene siendo, a final de cuentas, el conglomerado mayoritario de los artistas. De ahí que los críticos se asusten cuando miran unos troncos encimados unos sobre otros en algún museo institucional. De antemano se prejuician.
—La brasileña Lygia Clark ha llegado a exhibir, colgados de su respectivo perchero en una amplia sala de un museo, dos overoles de plástico. ¿Qué gana el arte?
—La provocación. Al arte se le ha sumado por fin la provocación. Una vez, ahí mismo en Brasil, vi una “instalación” con carbones colgados del techo en un salón blanquísimo. También hay un artista que utiliza televisores para formar pirámides…
“Las nuevas propuestas han rebasado cualquier idea establecida”
—El italiano Lucio Fontana, ya en los cincuenta, había creado el “Acto Plástico Accionista” en el cual perforaba la superficie de sus telas para improvisar bajo dimensiones inesperadas…
—Es cierto, lo que hacemos no es nuevo. Sin embargo, las nuevas propuestas han rebasado cualquier idea establecida, y creo que ésta es la ganancia del arte. Me ha tocado ver, ocasionalmente, cosas que ni yo misma entiendo pero que he querido profundizar; es decir, con las “instalaciones” estamos obligados a mirar el arte con otros ojos, no con los ojos convencionales, y a buscar una razón concisa para cada pieza expuesta. Una vez me tocó ver, en Alemania, a Ayse Erkmen exponer sus “Esculturas en el aire”: un helicóptero las elevaba cuidadosamente y permanecía inmóvil un momento con las piezas surcando los cielos. Era muy emocionante, una impresión inédita.
—Si las hubiese expuesto en una canoa sobre un lago o arriba de un ferrocarril de igual modo le hubiese causado a usted una impresión favorable, pero no me ha dicho si sus esculturas eran hermosas o son sólo unos tabiques encementados. Creo que el “exhibicionismo”, en todo caso, es inherente a la “instalación”.
—Probablemente. Estoy de acuerdo, siempre y cuando este exhibicionismo vaya acorde con la idea expresada en el cuerpo del arte. Una vez, reuní aproximadamente cien tenedores y los desplegué a lo largo de una mesa de vidrio circular, que la hice subir sobre un entarimado transparente, de plástico, para que la gente se desesperara, de modo que tuviese mil imágenes culinarias a partir de mi propuesta. Günther Uecker, en 1992, clavó sobre la cara de un tronco más de 300 clavos. El ornamento es inservible, pero apabulla por su antinaturalismo. En este sentido, la naturaleza muerta es “asesinada” por el creador, pero a la vez el asesinato se transforma en una peculiar y desfigurada obra de arte. El mismo Uecker, en su serie “Catorce herramientas apaciguadas”, del que forma parte el tronco perforado, tiene una veintena de maderas (en forma de antiguas rejas, con las puntas afiladas) unas encima de otras para figurar un camino de obstáculos. En la “instalación” importa mucho la provocación…
“La instalación es un acto transitorio”
—A veces importa más la provocación que la idea artística misma.
—Hay un equilibrio. Si lo dices es porque probablemente seas un despreciador de este nuevo arte, pero sin duda en cada efecto “instalacionista” hay una idea, una sutil o violenta sugerencia, una provocación artística. Mariela Mosler, hace dos lustros, exhibió un complicadísimo ornamento de arena, que podría difuminarse en cualquier momento, por una agitada respiración o por un impredecible estornudo…
—Lo cual implica que la “instalación” sea voluntariamente un arte frágil, superfluo, volátil, fugaz…
—¡Por supuesto! La “instalación” es un acto transitorio, como todo el arte hoy en día. Por eso me encanta el grupo de rock Depeche Mode, la Moda Transitoria, porque su propio nombre es una declaración de principios y una definición de finales del siglo XX: el arte es efímero, huidizo, fugitivo, mas no caduco. La “instalación” retrata el fin de siglo en el género plástico: la superficialidad deja una profunda huella en un día corto. Por todo esto, estoy pensando seriamente “instalarme” yo misma en mi próxima muestra. Todavía no me he decidido, pero la idea de ser yo mi propia instalación la traigo rondando empecinadamente en mi cabeza: me tiendo boca abajo en una alfombra sobre un templete de metro y medio completamente desnuda, sin moverme, con la cabeza entre las manos, sólo pendiente de los murmullos del público. Yo misma ser el objeto artístico, incluso con la posibilidad de que el espectador pueda tocarme, para que me sienta viva, para que el público sienta que no hay mejor arte que el cuerpo humano.
“Yo misma ser una escultura abandonada”
—Es una idea ya utilizada por sus colegas del performance…
—Pero no haré un performance sino una instalación, que es muy distinto. No haré una representación de mí misma. No seré una pieza teatral sino un objeto de arte, una escultura de carne y hueso: yo soy mi propio arte, al fin y al cabo. Si bien el performance y la instalación tienen puntos de convergencia, los diferencia nítidamente un principio estético: el uno se basa sobre todo en el aspecto teatral y la otra en la inmovilidad objetual. No sé cómo vaya a reaccionar la gente, pero ése es el riesgo, y mi provocación.
—¿No será como una pasarela de modelos?, ¿una mujer desnuda exhibiéndose nada más porque sí?, ¿un acto de erotismo público?
—¿Alrededor de otras ocho piezas instaladas? No lo creo. No se va a tratar de mostrar mi cuerpo porque sí, sino de mimetizarme como objeto artístico, yo misma ser una escultura abandonada, una pieza de arte desechada, inmovilizada. ¿Cómo se te ocurre mencionar lo de las modelos? ¡No tiene nada que ver! No voy a exhibir un atuendo, ni una firma de algún modista, sino de mostrarme tal cual soy: una “instalación” humana.
“¿Quién dice que no somos una raza que busca felizmente extinguirse?”
—Pero evidentemente usted no es sólo una “instalación”, no es sólo un “objeto” artístico. ¿No sería una contradicción exhibirse como un “objeto” cuando los derechos de la mujer han sido revalorados desde la década de los sesenta?
—No. Incluso podría verse como un acto de protesta. En sí, bajo un manto invisibilizador, la “instalación” es un acto de rebeldía porque exhibe lo que el ser humano desprecia. Helen Escobedo montó una “instalación” de basura, hace ya varios años, en Chapultepec para que los visitantes se dieran asco de sí mismos. La basura, a los dos días, ya apestaba insoportablemente, pero dicha basura era la que dejaban los visitantes en su recorrido por Chapultepec. Escobedo exhibía la podredumbre de la humanidad. Si yo me objetualizo en una muestra, no significará la servidumbre femenina. Sino la postración, el desfallecimiento, la extenuación de la humanidad. Si la “instalación” exhibe, hasta cierto punto, la decadencia del siglo, ¿por qué no vamos a sincerarnos y reconocer que tampoco el siglo XX fue reparador y generoso con los hombres que lo habitaron? Pero no espero comprensión. Si yo voy a ser mi propia “instalación”, tengo que enfrentar el decadente sistema moral que rige al mundo. Además, ¿quién dice que no somos una raza que busca felizmente, a toda costa, extinguirse? Y si yo soy mi propia escultura, ¿por qué no, pues, exhibirme?
Dice La de Posgrado que en los tiempos priistas de Peña Nieto les propuso, en charlas informales, a algunos intelectuales su participación “espontánea” en “instalaciones” como la que se propone exhibir (exhibiéndose ella misma desprejuiciadamente) cuando la pandemia se haya retirado del mundo, pero dice que se enfrentó a dos grandes peros: no habría remuneración para los participantes, “que causara cierta conmoción en varios de ellos, atenidos férreamente al dinero”, ni tampoco se imprimiría un libro grabando en las páginas “su hazaña plástica”, razones por las que descartó la artista su proyecto escultural “vivo”:
—Hubiera sido evidente la reacción de la gente mirando ahora a estos pensadores y periodistas inmovilizados en una exposición artística. Creo que su falta de credibilidad hubiese arruinado mi proyecto, mirándolo bien. Me alegra que no hayan aceptado mi tentadora, sin duda, oferta. Ya veo, por ejemplo, a Aguilar Camín cavilando en un templete mientras el público lo abuchea por sus ganancias millonarias en las pasadas administraciones. Y pensar que estas personalidades eran parte de la canasta básica de la reflexión nacional, caray. Aún recuerdo cuando Elena Poniatowska declaró que no había conocido a un hombre tan inteligente como el ya mencionado intelectual, aunque quiero creer que lo dijo por compromisos culturales. ¡Imagínate cómo me iría con una decena de estos hombres antes considerados baluartes del pensamiento mexicano! ¡Y cómo estábamos nosotros al tenerlos como profetas! Por eso he decidido exponerme yo sola, si de veras llevo a cabo esta exposición, que de mí nadie puede decir que he traicionado mis principios…
Y Rosa la de Posgrado sonríe para sí, a sabiendas acaso de que sólo ella sabe los secretos de su coqueto mohín.