CRÓNICA Y FOTOS: REDACCIÓN/LALUPA.MX
Querétaro, Qro., 12 de enero de 2022.- Maestros y personal del sector educativo de Querétaro acuden a la cita el Ecocentro. Los inmunizados con la vacuna CanSino van por su dosis de refuerzo, aunque tengan que esperar más de dos horas para la aplicación. A quienes llegan puntuales a la hora que los citaron, les espera una sorpresa: el ingreso al estacionamiento, en caso de ir en vehículo particular, es lento. El estacionamiento está lleno. Desde temprana hora permanece de esa manera. Son más los automóviles que ingresan que los que salen.
Luego de unos minutos de buscar lugar, llegan hasta donde se forman las filas para ingresar a la zona de espera y a la de vacunación. Las sombrillas y las gorras, luego de un rato, ocupan el lugar que antes era de bufandas y chamarras, sacadas del ropero por las bajas temperaturas matinales. Sólo 20 minutos bajo el sol queretano son suficientes para que los maestros, la mayoría de quienes serán vacunados, comiencen a sudar.
La fila serpentea frente a las entradas del Ecocentro. No avanza durante 15, 20 minutos. Todos permanecen inmóviles y a la expectativa. Apenas se mueve un poco la fila la expresión de los ojos cambia. Las sombrillas, vistas de lejos, parecen ejecutar una danza pausada, que avanza unos metros y se detiene.
Mientras esperan, algunos docentes miran su teléfono celular, observan a sus colegas en la fila o sencillamente pierden la mirada en los alrededores. “Ahí está Laurita”, dice una mujer a su acompañante, quien asiente con la cabeza al reconocer a una compañera de trabajo.
Se acerca a ella, le habla por su nombre y la abraza. Charlan por uno o dos minutos y la mujer que se acercó se retira a su lugar, donde su acompañante se coloca el folder con los formatos de vacunación en el rostro, para protegerse del sol. Cerca de ahí, un comerciante de flautas de pollo y de papa se dispone a recoger su puesto; antes del mediodía ya terminó su venta. Se sienta en una silla y se baja el cubrebocas a la papada, quizá de manera inconsciente, sin reparar para qué está toda esa gente ahí.
A un lado, otros vendedores comienzan a colocar su puesto de frituras, dulces y refrescos. Apenas se instalan, un hombre que espera pasar por su vacuna se acerca y pide una bolsa de palomitas de maíz. La vendedora, una joven de unos 25 años, despacha el pedido. Pone salsa picante a las palomitas, cuya bolsa sostiene a la altura del pecho, mientras el cliente saca el dinero del bolsillo. El comprador no repara, o no quiere hacerlo, en que la vendedora no trae cubrebocas. Aún así se lleva su producto.
Pasa poco tiempo para que otro cliente se acerque a comprar una botella de agua. Esta vez es otro vendedor, un joven, quien atiende y tampoco lleva cubrebocas. No son los únicos vendedores. Un hombre camina por entre la fila ofreciendo sombrillas “con protección contra los rayos UV”. Son sombrillas con forro interno. “Si se la dobla el aire, sirve igual”, le dice a una persona que pregunta por sus productos.
En los accesos a la zona de espera se forman seis filas, de las tres originales. Una empleada de la Secretaría del Bienestar cuenta seis personas por fila y les da el acceso, previa revisión de documentos por parte de otros empleados de la dependencia federal.
La espera se prolonga por al menos dos horas. Luego de ser vacunados, los maestros y demás personal docente emprenden la retirada del lugar, tomándose el brazo donde se les aplicó la vacuna, en silencio, con las frentes sudadas y con la esperanza de pronto regresar a las escuelas.