Soy una inmensa y humilde gárgola que vigila desde los más remotos años este cuartucho opresivo, al cual acuden a esperar que el maligno se encuentre de humor para que emita el designio incontestable sobre el destino eterno de quienes han pasado ya el umbral de la vida, y que, por alguna desviación a la hora de morir, han quedado, los cofrades malévolos, en duda sobre su asignación al infierno.
“QUE NADIE INSUFICIENTEMENTE MALO ENTRE AQUÍ” rezan a la entrada, grabadas en piedra y recubiertas de oro, las palabras de un mandato inmemorial, dictado –¿quién lo duda?– por Dios.
Miremos a dos hombres que se encuentran en la antesala del infierno: uno está allí por error, el otro por merecimiento propio. Tienen en común haber muerto prematuramente.
Juzguémoslos si os place y hagamos un trato: si ustedes, por su mal, llegaran aquí, intervendré en su favor… claro, sólo si aciertan en prever quién de estos dos irá a la gloria. El secreto de su pensamiento, en cuanto suceda, quedará inscrito en el fondo mismo del averno.
El más alto, Rutilante, es apuesto, su porte, impecable; es de maneras estudiadas y, al parecer, algo vanidoso, pues lleva muy atildado un gazmoño copetito. El otro, de nombre Efebo, joven aún, va limpio pero algo descuidado; es alto y enjuto de carnes, aunque elástico y atractivo. Ambos se disponen a esperar su destino, pero como los tiempos infernales son tan prolongados Rutilante habla a Efebo de esta manera: A fe mía, que tendremos que idear algo para pasarlo mejor. Di qué se te ocurre.
–¡Ay, compañero de desgracia! No puedo sino pensar en el trance que habremos de pasar. ¿Cuál será la mejor forma de librarlo?
-Propongo recordemos en voz alta nuestras vidas y digamos nuestros pareceres, que algo en nosotros será quizá digno de compasión.
Historia de Efebo
Efebo lanzó un suspiro que conmovería cualquier corazón. Contó: Yo me casé con una mujer hermosa y me sentí tan honrado de recibir sus favores que no me di cuenta de que ella, con argumentos que cualquier otro hubiera desechado, hacía de mí un esclavo sin voluntad, que maldijo a su propia madre y despreció a sus hermanos por complacerla. Al cabo me sentí cansado, aislado, sin independencia ni amigos propios, pues los mejores, prudentes, se alejaron de este ciego del alma. Entonces, comencé a odiar a todos como si alguien más fuera culpable de mi soledad. Decidido a matar a mi tirana, me acerqué al lecho en donde dormía: mi corazón se apresuró tanto que tuve miedo; dirigí entonces la daga contra mí, pero me encontré también cobarde para morir. Me quedé con esa mujer, amándola y odiándola.
⧿Y… ¿Cómo llegaste hasta aquí?
⧿Mi mujer, al ver que todo estaba a punto para vivir sin mí y sin carencias, tras una noche de amor, me envenenó.
Efebo derramó copiosas lágrimas y, sorbiéndolas, solicitó a Rutilante contara su historia para ayudarlo a matar el recuerdo.
Historia de Rutilante
Fui príncipe y después rey. Contra el ejemplo de mis nobles padres, me entusiasmó el poder. Muchas castas doncellas tuve alrededor, burlé a las complacientes y a las difíciles las hice ahorcar, acusándolas de brujería. Aunque creciera el hambre entre mis siervos, los obligué a entregarme una tercera parte de su sustento para alimentar a mis animales. Llegué a considerar a la gente “simple prole”, como hasta mi hija la llamaba. ¡Eran tantos! Muchos morían en el trabajo, bajo el sol, pero nunca me faltaban siervos que llenaran mis arcas y mantuvieran un buen ejército, pues, debes saberlo, siempre aparecen turbas de necios y revoltosos que se oponen a su señor. Gracias al santo temor a Dios y al ejército en todas partes, mantuve la paz.
⧿Y… ¿De qué moriste?
⧿Harto de placeres, conocí el opio. Un día creí hablar con Dios, Él me dijo que podía volar, y probé a lanzarme de la torre más alta del castillo, pero… ¡shh! Satán se acerca.
Satán leyó en voz alta la consigna:
“QUE NADIE INSUFICIENTEMENTE MALO ENTRE AQUÍ” y se echó a reír al mirar la cara de los dos hombres:
⧿Vete al cielo, compadre ⧿dijo a Rutilante, tú, que disfrutaste de la vida.
⧿Efebo querido ⧿dijo Satán volviéndose al joven y palmeándole la espalda⧿ vete al infierno, que bien gustas de disfrutar el sufrimiento.
Fue así como Satán –cuyos designios son tan inescrutables como los de su rival– mandó al cielo a Rutilante y al dulce Efebo al infierno; y aquí paro de contar, pues me llama el deber, pero antes… ¡Voto a Belcebú! Ardo por escuchar… ¿A cuál de los dos muertos prematuros te inclinaste a salvar?
Este cuento me saca las lágrimas y me deja inmensamente triste purs Efebo es una persona que está muuuy dentro de mi corazón.
Solo se fue al infierno en el papel, jeje.
Muy bonitas historias, aunque yo mandaría a Efebo al cielo 😊
Pero el diablo es malo, tú no.
Me inclino por Efebo definitivamente, pero creo que es absolutamente lógica la decisión de Satán.
Muy interesante el relato
Efebo se gano el infierno por no saber defenderse de una tirana
Soc. ¡Tú y “Mefis” serían buenos amigos!
Efebo murió al enamorarse tanto de esa mujer al punto de perder el amor propio, y sin amor propio mereces ir al infierno… Muy padre texto prima. Saludos
Primo: Mefis tiene más adeptos de los que pensaba. Rutilante era un verdadero depredador, y un asesino. No creo que tuviera gran amor propio.