Autoría de 2:32 am #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

Yo no sé mañana- Víctor Roura

1

En el periodismo se han olvidado las disculpas. Cualquiera puede cometer un yerro y pasarlo por alto. O cometer, periodistas supuestamente imparciales, improperios parcializados revelando las reales esencias de cada informador después de haber estado discretamente ocultas durante los años de los dispendios oficiales, donde estos ahora descubiertos periodistas se están exhibiendo tal como son, fuera de la cáscara en que habían vivido durante varias décadas diciendo una cosa teóricamente pero haciendo otra muy distinta en la práctica.

      Y vaya que han sorprendido con sus verídicas caretas, que va desde el apoltronado periodista de la izquierda que de pronto se convierte en añorante del turbulento pasado hasta el conductor, o la conductora (o conductore, o como se diga en el neolenguaje inclusivo), que mira cómo sus intereses económicos se van haciendo lentamente añicos por esta “administración impositiva” que —¡diablos!, ¡diablas!, ¡diables!— todo quiere reordenar en esta sociedad cuyos habitantes —¡carajo!, ¡caraja!, ¡caraje!— buscan cómo llevarse a casita aunque sea diez pesitos extra, que nadie te lo regala nomás porque sí. Los disfraces van rodando por los suelos de manera inesperada. Y conclusiva, o concluyente, o convulsivamente. Periodistas digitales que entrevistan a entusiastas del pasado dejándolos girar libremente las aspas de sus molinos que antes les acarreaba demasiada agüita proteccionista o periodistas autonombrados autónomos sostenidos por la derecha, de alto relieve crediticio, enfundados en iras comprensibles argumentando sus reproches críticos en los espacios incluso del Estado como para no perder los privilegios ganados en temporadas políticas pretéritas.

      Si antes eran inadmisibles las erratas en los medios de comunicación, ahora nadie conoce el significado de una errata.

      Vaya progresismo informativo.

2

Y el primer plano de pronto se erige en tercer grado o el primer grado es ya el tercer plano por sus admirables juiciosas coincidencias, ya el periodista, o periodiste, de una empresa cabe perfectamente en aquella otra o al revés, pues el periodista que en tiempos priistas era señalado como corrupto ha resultado ser santo e icono de la academia o el considerado de a pie ahora es acusado de reaccionario porque se permite, el pobre (o pobra), simpatizar con algunos puntos de vista oficiales.

      Hay quienes están muy enfadados (enfadadas, enfadades) con los discursos de las mañaneras porque, aseguran, el presidente de la República sólo difunde su ideología para que todos, siguiendo esta premisa, ideologicemos de la misma forma.

      ¿Pero a este presidente se le veta, o acribilla, su opinión porque sus críticos difieren de él o porque estaban acostumbrados a no escuchar las opiniones presidenciales sencillamente porque no emitían ninguna o, mejor, imponían sus mandatos mediante el silencio o las argucias compincheras (compincheros, compincheres), porque su dictado era inquebrantable, inobjetable, impoluto?

      Nones.

      Sino porque sus mañaneras, me dicen, son un exclusivo foro ideológico.

      —No es posible, Roura —me adiestran—, que no puedas tú darte cuenta de que estas conferencias matutinas son el arma idónea de control más eficaz que presidente alguno se haya inventado para imponer su criterio…

      Pero, me digo, puedo no estar de acuerdo en su discurso, y planteárselo en su cara, cosa que antes simplemente era algo imposible, porque el presidente ofrecía conferencias sólo cuando le interesaba emitir su opinión, resaltada al día siguiente mediáticamente sin refutación ninguna.

      Los tiempos a veces cambian, por qué no. Y no lo digo yo, sino Bob Dylan.

3

En una cafetería escucho una plática singular entre dos mujeres de mediana edad:

     —En la televisión un hombre de todas mis confianzas asegura que el presidente no terminará su gestión a causa de un problema de salud…

      —¿Qué locutor lo dice? Porque ahora hay que medir las noticias de acuerdo a las empresas que las difunden…

      —Aich, éste es un adivino muy famoso…

      —Ha resuelto varios misterios, Chayo…

      Y continúan en ese tono toda la mañana, una pegándole a López Obrador por lo que oye en los medios y la otra a favor del presidente, ninguna va a convencer, ni a conmover, a la otra de nada, pero su plática conlleva niveles políticos —aunque de política nada entiendan, sino sólo cómo extraer provecho de ella— que yo no había oído antes durante ninguna administración ni panista ni priista, porque ningún mandatario emitía tanta calificación personal: parecían silenciados por, o silenciadores de, su entorno.

      Las dos trabajan en una alcaldía sacando dineritos extra cuando los problemas de la ciudadanía revientan sin solución aparente, pero allí están Augusta y Chayo para destrabar esa absurda mas necesaria burocracia (siempre bajo nuevas disposiciones oficiales para otorgarle prestancia y personalidad a las imposiciones administrativas) que se ha armado precisamente para complicarle la vida a los habitantes que no entienden, nunca, cómo su caso ha caminado en rutas tan complejas cuando en un principio el destino parecía andar en ruedas aceitadas.

      Para eso está, ¡caray!, la maravillosa corrupción que en dos minutos consigue que la imposibilidad se vuelva básicamente posible. ¿Y qué ciudadano no va a donar cincuenta pesitos para evitar fatigas y traslapos inesperados?

      La vida es larga y además no importa, escribió José Joaquín Blanco hace ya varias décadas, pero la ironía sigue funcionando a la perfección.

4

En su noticiario escuché decir a José Cárdenas que la activista Nadia Vera, víctima de feminicidio en 2015, culpaba de lo que pudiera a ella ocurrirle al “gobernador chiapaneco”…

      Así dijo.

      Acaso trastocando las palabras, porque había informado minutos antes que Nadia era oriunda de Chiapas, pero lo que quiso decir era que la activista culpaba al gobernador veracruzano, no chiapaneco. Y el espectador entendió muy bien ese gazapo, pero el periodista no se disculpó, como no se disculpó cuando llamó “Alicia” a su reportera regiomontana Araceli. Ni cuando informó que el primer secretario de Cultura había sido Guillermo Tovar y de Teresa en lugar de nombrar a Rafael, hermano de aquél, ambos ya fallecidos (el primero, nació en 1956 y murió en 2013, mientras que el segundo vino al mundo en 1954 y perdió la vida en 2016).

      Y a eso voy, al olvido de subsanar los yerros.

     Cuando Carmen Aristegui hablaba en el micrófono, durante su cancelado noticiario radiofónico de MVS, los banners apuntaban un sinfín de cosas, muchas de ellas incluso con horrorosas faltas ortográficas, y nadie se disculpaba por ello. Cuando López Dóriga habla en inglés parece que está hablando en tzotzil, y no estuviera mal que lo hablara, sino lo que no está bien es que quiere hablar en inglés pero no sabe cómo hacerlo, y no se disculpa por ello. Cuando Vicente Fox, ese presidente ejemplarmente desilustrado (¡ejemplar porque siendo como es pudo llegar a la Presidencia de la República mediante su farsantería y su ensimismado natural carácter engañoso!) pronunció Emmanuel Carbalo, al entregarle su Premio Nacional de Literatura en 2006, jamás pidió disculpas por no haber sabido a quién le entregaba el galardón, motivo por el cual, obviamente, no pudo decir su apellido correctamente: Carballo. Ya no digamos cuando se refirió a José Luis Borgués.

      Pero eso a nadie enfadaba, sino causaba hilaridad.

      —¡Ah, qué mustio mandatario! —se decía y, ja ja ja, se pasaba a otro tema más aleccionador.

      ¿Quién iba a imaginar que, con los años, este panista se convertiría, por la gracia de Milenio, en un periodista crítico descalificando en televisión todo lo realizado por políticos ajenos al PRI y al PAN, un crítico a la altura de un Sergio Aguayo, de una María Amparo Casar, de un Aguilar Camín, de un Brozo, de un Paoli Bolio?

5

Una vez, mirando la cartelera en el Palacio de Bellas Artes para decidir a cuál concierto me animaba a asistir, leí con grande sorpresa: “Director: Fransisco Savin”, que me dejó, gulp, conmocionado. Pero nadie, al otro día, puso alguna errata o algo parecido. No se diga en los restaurantes donde en los menús (¿no debe decirse menúes?) se apunta quezadillas u orchata, y el comensal come sin atragantarse por la indigerible ortografía. Había un programa televisivo intitulado Lente loco cuando efectivamente es un dislate: Lente loca es lo correcto, pero nadie, hasta este momento, ha pedido una disculpa por ese yerro. Casi todo el mundo habla del sazón en las comidas cuando debe decirse de la sazón, pero entre el hablar y el hablar a veces nadie se percata de los desperfectos idiomáticos.

      Enrique Guzmán canta, acaso sin conciencia de lo que está cantando (como suele ocurrir con numerosos artistas inducidos por la industria mediática), en “El rock de la cárcel”: “… Todo el mundo en la prisión corrieron a bailar el rock”, y no se ha disculpado por la tremebunda errata ya que si todo el mundo era el que bailaba el rock entonces el verbo debe ser en singular, no en plural: todo el mundo en la prisión corrió a bailar el rock.

       Luis Enrique, el salsero, dice yo no sé mañana si estaremos juntos, pero le está haciendo falta el “si…” para que su frase sea redonda: “… yo no sé si mañana estaremos juntos…”, aunque el cantante lo que hace es un enroque lingüístico: yo no sé mañana si estaremos juntos, porque el “si” lo traslada adelante de “mañana” para compensar el defecto. Es como si dijéramos: “Yo no sé hago el amor si en la tarde…” O: “No sé aprendo si como es debido el inglés…” O: “Yo no sé me acuesto si temprano o no…”

      Y nadie clama por el gazapo.

      Porque es una música, ¡ay!, poética.

6

En poesía estos vocablos adelantados o atrasados tienen sentido, porque es intención del poeta trastocar el lenguaje, no así en canciones que no pueden remediar sus acentuaciones rítmicas. Porque las intenciones literarias son notorias, como accidentales los involuntarios yerros, cuyos autores nunca piden disculpas, como si su infalibilidad fuera de antemano comprensible. “Erró porque no había remedio”, como se equivocan continuamente las investigaciones policiacas, cuyos gazapos la ciudadanía debe no cuestionar nunca: “Yo no sé el asesino del periodista si entró robar a o no…” Finalmente mientras se entienda la cuestión, ¿cuál es el endiablado problema?, se preguntan las autoridades de la Real Academia Española cuando ordenan no acentuar la o de guion porque, dicen los lexicógrafos, todo el mundo acaba acentuando la palabra tenga o no el acento, de manera que si no se acentúa en la a la palabra arbol de todos modos la gente la va a acentuar en su inconsciente. Así que escribamos suponiendo que todo es correcto, aunque no lo sea.

      Sin embargo hay yerros imperdonables, abusivos, inadmisibles, furiosamente rebatibles, como el que alguna noche cálida cometiera una dulce mujer con su servidor. Al punto del arrebato corporal, con voz intensa mas apagada por el furor del momento, díjome: “Te ammmmmo, Frankl…”, ante lo cual yo detuve mi impulso enjundioso para instarla a completar el nombre errado: “¿Frankl qué, capullo?” Y no se disculpó, haciendo de oídos sordos mi quebrantada agonía pasional, que prefirió entonces circular por los estratos de la vacilación y el ludibrio del tacto amorfo, en la espera de una puntualización de aquella errata que jamás llegó, pues el sueño la adormiló tan pronto como sus brazos se desprendieron de mi lánguida extenuación.

      Quizá por eso no haya mejor manera de atacarla, a la errata, con un prontuario poético: la errata es una errata es una errata es una errata… hasta acabar por hacerla incomprensible, a la errata, como incomprensible es el amor, el periodismo, la atracción, el beso saturado, el impulso, la vida…

7

Por supuesto que escribir bien sí importa, aunque a muchos les parezca insignificante la consigna. No escribir bien una palabra de pronto nos hace decir una cosa muy distinta a la idea originaria, una coma puede modificar sustancialmente el sentido de una oración o la falta de un acento de súbito nos puede cambiar de forma radical el perfil de la frase.

El acento

No es lo mismo decir que yo publico

un libro de relatos para un público

que no acostumbra leer que decir público

un libro para un ignoto publico.

La dificultad está en el acento.

Y no voy de prisa. Lo explico lento:

por un acento esdrújulo el pulpito

se convierte en un religioso púlpito.

Y sus manos o patas, los tentáculos,

sin acento es un vulgar tentaculos.

¡Quien diga que no es vital el acento

no puede crear poemas de largo aliento!

(Y, bien, ahí está la palabra “anómalo”

para corroborar el veredicto:

sin acento “anómalo” es ano-malo,

y mejor me voy a otro lado invicto…)

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, DE VÍCTOR ROURA, PARA LALUPA.MX

https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/

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Last modified: 18 enero, 2022
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