Todos los domingos, cuando era niña, mi padre nos llevaba de paseo a un lugar diferente. Y parte del reglamento de salida, era ir a misa. Así que había dos opciones, o llevarnos temprano, tan temprano que varias veces íbamos acomodándonos los zapatos en el auto, aún adormilados. O ir a misa al lugar de la visita. En una ocasión que fuimos de paseo a Soriano, acudimos a misa de 12, y el sacerdote que oficiaba era muy dicharachero, así que no fue nada aburrida; al final del sermón dijo que iba a llegar una peregrinación de Chichimecas que traían su ofrenda a la Virgen de Soriano, así que hizo la invitación para que fuéramos junto con él a recibirlos. Pero dijo que no nos fuéramos a asustar, porque los Chichimecas eran, así los describió: “hombres grandes, descomunales”. En varias ocasiones insistió en que no nos fuéramos a espantar. Así que, al salir de misa, mi papá nos dijo: ¿Quieren ir a ver a los Chichimecas? Yo dije que no. ¡Qué miedo! Los imaginaba como hombres gigantescos, con piernas y brazos robustos, con las venas saltadas. Las plantas de los pies tan duras que el piso se abría a su paso. Y un gesto de furia que ennegrecía sus ojos. Pero mi papá dijo que fuéramos, que no todos los días se veía a un Chichimeca. Los hombres descomunales iban a llegar justo a la calle que marca la entrada al pueblo. Llegamos y aún no estaban. De a poco fue acomodándose en las orillas la gente que estaba en la iglesia, y cuchicheaban entre unas y otras lo que el padre había dicho en misa de los Chichimecas. Los vendedores ambulantes comenzaron a rondarnos, ofreciendo para el señor, el niño y la niña, cacahuates, manzana enchilada, elotes, aguas frescas.
Pasaba el tiempo y ninguna tribu se miraba en el camino. Muchas peregrinaciones llegan cruzando los cerros, cuando es día de fiesta, caminan incluso de noche para llegar a tiempo. Imaginé que la tardanza era porque en el camino los hombres tuvieron que enfrentarse a una gran batalla, como en tiempos antiguos. O que algo de la oscuridad les tendió una trampa. ¿Qué más los podía detener? Estábamos a punto de irnos. Cuando alguien aviso que ya venían.
Y no, no llegaron de entre los cerros. Bajaron de un pequeño autobús, y no eran hombres descomunales. En su mayoría eran delgados, de estatura media, vestían playera, tenis, y tenían un rostro y semblante noble.
Cuento esto, porque me da una idea del poder de la imaginación. Apenas es necesaria una idea: “hombres descomunales”. Y una frase que refuerce esa idea: No se vayan a asustar. Para que gran parte de la gente que estábamos en misa, nos sintiéramos motivados, intrigados, y cada uno formulando en la mente una idea de lo que había dicho. Ahora que lo escribo me llega la duda de, si el padre lo dijo, porque así lo creía (quizá en verdad esa era su idea de los Chichimecas), o era parte de sus estrategias de convencimiento aplicadas a sus feligreses. No podré preguntarle nunca. Un mes después de eso, el sacerdote murió en un accidente, venía para Querétaro cuando volcó el carro donde viajaba.
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A lo mejor fueron los Chichimecas que le hicieron un hechizo al padre por andar hablando de ellos. Ijii