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Las diferencias, en este mar tumultuoso, benigno y devorador que es el ejercicio periodístico, estriban en los modos, como entre las familias se califican de acuerdo a sus semejanzas e incoincidencias, y nada tiene que ver la clase social, pues la que se halla en la cúspide a veces exhibe con descarada altanería su ausencia educativa frente a personas con menos poder adquisitivo (aunque con una mayor honra, asunto que a nadie le importa finalmente): ya el poeta José Alfredo Jiménez lo canta en una certera pieza donde el proceso cultural es decisivo en las relaciones interpersonales: afligido, el cantor denosta a la mujer que lo desprecia: “Yo parriba volteo muy poco y tú pabajo no sabes mirar”. Y hay gente de cunas de seda que no tolera a las personas que no han dormido en esas mismas habitaciones de alcurnia, a las que llaman plebeyas, prole, bola de. Porque sí. Por cuestiones de posesión y carencia materiales. Es así como comienza la lucha de clases, atendiendo minucias de pertenencias, en insoportabilidades de criterio, en sorderas sociales, en filos de obsidiana con puntas de diamante o apenas raspados con piedra del campo.
Así de sencillo. Y de complejo.
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Las diferencias, entonces, en este mar tumultuoso, benigno y devorador que es el ejercicio periodístico, estriban en los modos, en los principios, en la honra, en la dignidad, que ahora es poca. Porque en el gremio también hay esta especie de clase alta, aunque haga lo mismo que un periodista de a pie. Y no sé si todo ello fue por culpa (o no culpa, que no es la palabra precisa, sino la visión administrativa, o el acomodamiento jerárquico) del rotativo Reforma, que desde su aparición, en el año 1993, contrató con desmesura financiera a diversos periodistas de otros medios para convencerlos de que cambiaran de giro, pues es sabido que la aspiración de la humanidad es acumular bienes. Y Reforma ofreció el doble o el triple de los estipendios a numerosa gente que, sin dudarlo, hizo la mudanza hacia la empresa regiomontana instalada en la Ciudad de México. Y, como en el futbol (donde el que se decía chiva a morir finalmente sí puede jugar con las águilas y el cementero que daba su vida por los colores blanquiazules puede dormir con la camiseta verde leona), las playeras fueron intercambiadas con acomedimiento, porque lo que estaba sucediendo en ese trámite era sólo una cuestión de intereses económicos: “Si por lo mismo que escribo me pagan el doble en otro lado, no importa para quién trabajo”, frase que, desde entonces, tiene una enorme repercusión en los medios. Como ciertamente en el futbol, donde los jugadores priorizan el monto pecuniario, no el club al que van a pertenecer.
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De ahí que sucedan cosas realmente injustas, promovidas por los directivos de los medios, a los que no les interesa la comunicación sino su sitio cimero en la sociedad empresarial. Por ejemplo, Cuauhtémoc Blanco, que no es periodista, ni comentarista, ni escritor, ni pensador, ganaba 20 o 30 veces más en El Universal que los reporteros, que no podían quejarse de esa visible ofensa de la que eran objeto. Y las ofensas, en este específico sentido, son continuas. Loret de Mola o Adela Micha (la segunda incluso molesta, aunque no lo confesara públicamente, por recibir un salario “menor” que su colega varón) ganaban mensualmente lo séxtuple, o más, de lo que cobraba en la nómina un modesto (o una modesta, o un modeste) periodista. Pues exigían más dinero creyéndose merecedores de ello por el solo hecho de aparecer en la televisión: no solamente eran, o son, enriquecidos por los emporios electrónicos sino también por firmar textos, que a veces ellos ni siquiera escriben, en medios que nunca leen.
Cuando el empresario Manuel Arroyo compró El Financiero en 2013 empezó a contratar a gente de Televisa para enriquecerla aún más: cientos de miles de pesos a Alejandro Cacho o a Leonardo Kourchenko, o a personal que provenía del periódico Reforma —donde trabajaba el nuevo director Enrique Quintana—, que no tenía idea de lo que era hacer buen periodismo, como Jonathan Ruiz (“¿quién es Lou Reed?”, preguntó cuando este roquero murió y entonces lo dejó fuera de la portada, porque él no sabía quién era Lou Reed, “periodista” al fin, como él mismo ha declarado, de “Timbiriche para acá”), pero se ceñía —esta gente que se trasladaba de Reforma a El Financiero— a lo que dispusieran un despacho supuestamente especializado en prensa comandado por españoles con la irrebatible idea de que el lector, antes que nada, es un ser diminuto, sin conciencia, bagatelo, surrealista, que sólo mira el televisor. Y todos los que en realidad habían encaramado a este rotativo —El Financiero, no el Reforma— no merecieron, nunca, un aumento de sueldo equiparado a los que provenían del flamante Reforma de Alejandro Junco de la Vega: el dinero, por supuesto, hace olvidar la camiseta que antes se vestía con orgullo.
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Y aquí viene lo paradójico, aunque ya va siendo una cosa natural en el gremio (es decir, ya ha dejado de ser una paradoja para convertirse en una circunstancia aceptada): el dinero es lo significativo, no la dignidad informativa.
¡No en vano han surgido miles de youtubers con sus propios canales de difusión hablando o profiriendo una sarta de envergaduras ociosas, transmitiendo ocurrencias contemporáneas y resaltando la chidez de estos tiempos, ay, tan circunstancialmente concentrados en las inexplicables contradicciones!
Cuando Carmen Aristegui se quedó momentáneamente fragmentada en su trabajo hacia 2014, la gente que la rodeaba, obviamente, vio mermada su economía personal, de modo que buscó, y encontró, sitio donde fuera, como en El Financiero, donde lo que menos importaba era justamente el periodismo sino las relaciones públicas.
Vaya cosa.
Cuando estaban con Carmen Aristegui exhibían una cara, pero cuando se distanciaban de ella mostraban otra muy diferente. Porque lo único que importaba era “pagar las cuentas”, tal como apuntara en su Facebook la que fungía, nada más y nada menos, como su productora.
El lector o la lectora —o el lectore— sabe que en este oficio bonito hay periodistas con sueldos que superan el millón de pesos mensuales, y su acomodada vida los ha obligado, u orillado, a ignorar la austeridad de ningún tipo, tal como sucede —en otro rubro y en la vida pública del país— con los miembros del Instituto Nacional Electoral, cuyos privilegios no quieren ver mermados jamás, tal como sucede con numerosas bases sindicales que, en estos momentos, miran con agobio cómo sus fuentes económicas —ganadas a pulso en las temporadas bonancibles priistas y panistas en un esfuerzo supremo cultivado incluso, como ha subrayado enfáticamente Lorenzo Córdova, por la misma izquierda mexicana— altivas, sustanciosas, antes intocadas, pueden verse desmoronadas, y con ellas su apreciado, y apreciable, poder adquisitivo, de ahí que mucha gente se sorprenda del discurso lopezobradorista cuando habla del innecesario segundo par de calzado: la austeridad, dicen, no puede extralimitarse, porque las metáforas son inadmisibles, afirman, en la figura presidencial. ¡Los privilegios —o panvilegios— ganados no pueden, nunca, ser cuestionados!
Entre periodistas, como entre políticos —y como entre intelectuales, funcionarios, vecinos, futbolistas, empresarios, comerciantes, actrices, verduleros, papeleros, prostitutas, tamaleros, etcétera—, son visibles las clases sociales: hay comunicadores con sueldos desmesurados indiferentes a los padecimientos de otros comunicadores que obtienen el salario mínimo. En la propia redacción, a veces, los informadores se ignoran por conceptos pecuniarios. Hay periodistas enriquecidos —no dueños de medios, los más de ellos ajenos a la comunicación— incapaces de sacar de su abultada cartera un peso para compensar una modesta colaboración de un colega. Porque la vileza, o la mezquindad, no es cuestión de profesiones sino de condición humana.
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“Hay que pagar las cuentas”.
Por eso había que estar donde se les pagara. Donde fuera, hasta en Televisa, de ser posible. O con cualquier youtuber. Ni modo. Hay que pagar las cuentas.
La prensa no es lo que dicen que era antes. Y Reforma ha de sentirse orgullosa al implantar, demasiadas veces en un exceso injustificado, la riqueza en personajes que, acostumbrados ya al desmesurado poder adquisitivo, olvidan lentamente las funciones esenciales de un medio de comunicación (¡en la administración lopezobradoriana, al no repartir su gabinete los miles de millones de pesos a los consorcios comunicacionales como antes se acostumbraba, un medio tan poderoso como Excélsior decidió, con el aval de los colaboradores, disminuir su salario!)…
“¿Tú crees, Víctor Roura, que me gusta lo que hago en este medio que es una mentira pública?”, me dijo, hace poco, un connotado periodista, cuyo nombre me guardaré para no afectarlo en sus intereses financieros, ajustándose la corbata y procediendo a continuar su misión de enarbolamiento de la libertad de expresión, como si no se supiera que ésta dependía, o depende, de la circulación de los dineros en cada medio: recuérdese que la propia asociación Artículo 19 ha declarado, y lo acepta teóricamente, que mientras más grande sea un medio mayor jerarquía, o retribución, financiera debería recibir del aparato estatal; es decir, los emporios debían, o deben, ser prioridad en los asuntos pecuniarios del gobierno en turno.
Y este momentáneo desequilibrio económico vaya que ha perturbado las libertades expresivas de los medios y de los periodistas, de ahí su natural encono, que lo exhiben, según se asienta a la menor provocación, sin ningún afán teatralizador o con fines de drama punitivo.
(¡Vaya gesto de humilde impunidad!)
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/
Otra acertada y aguda contribución sobre el mundo de la prensa. Anécdotas y análisis bien logrados con fines demostrativos. Aunque siempre esperamos más .
Cuánto resentimiento se oye por aquí….
Disculpe usted, maestro, ya ve que en el Reforma no lo contrataron porque usted no supo responder qué iba aportar, y ya ve que a sus magnas publicaciones -La larga metáfora, El aburrido aliento- nunca pegaron. Ni modo, por fortuna tiene ahora a dona Sanjuana que le avienta un pobre hueso.
El resentido y venenoso eres tú, Gerardo. ¿Cuánto te paga el corrupto sindicato por pergeñar tanta mierda?
Señores de La Lupa: prepárense, ustede serán los próximos a los que el maestro les va a escupir su veneno.
Reroura
Roura, ¿y tú cobraste o sigues cobrando, como Sanjuana y sus compinches, durante la huelga en Notimex para pagar la cuentas?
Ay, Hernández. Ya estás viejo para ser tan burdo (Miguel Ángel Roura, jajajaja) y andarte prestando a ser muñeco de ventrílocuo de la mafia sindical. Siquiera te pagaran bien, pero sigues igual de jodido y mal reportero que cuando entraste a Notimex, hace ya casi 30 años.