Este país no necesitaba a un boxeador en la presidencia.
Ignoro los nombres de las técnicas pugilísticas, pero usted decida cómo se llama la que utiliza el presidente López Obrador, quien desde su cuadrilátero o ring, instalado en el Palacio con paredes de chocolate y pilares de terrones de azúcar que habita, se la pasa asestando golpe tras golpe a enemigos elegidos a su entender y capricho; mismos que mantiene aturdidos y desgastados, y no pocas veces distraídos con los puñetazos que les da, mientras que sus múltiples asistentes se encargan de operar de manera subrepticia (como topos), horadando los cimientos de un país que tiene años tambaleándose, y al que él está empeñado en terminar de destruir, so pretexto de construir algo mejor y vendiendo la idea de que sus materiales son mejores de los que jamás tuvimos.
Pero el presidente no es un peleador pulcro en su boxeo. Además de aturdir con la lengua, presta a lanzar vituperios y denuestos contra todo aquello que lo contradiga, para luego exponerlo con malicia. Persiste en su empeño de engañar con sus golpes nada limpios y continuar vendiendo su imaginaria construcción de un país diferente, usando materiales de cuarta y hasta quinta clase. Alentado por el silencio de quienes le rodean y por el aplauso de los réferis elegidos a modo, continúa con su idea de viajar hacia un horizonte incierto, mientras lanza golpes con su diestra, pero mayormente con su siniestra, en una pelea que parece estar dispuesto a mantener, en tanto sus fuerzas se lo permitan o hasta el término de su gobierno.
El presidente eligió gobernar como un boxeador y usar una técnica poco razonada, pero eficaz para él, para los fines que persigue y para aquellos que gustan y celebran esa manera de hacerlo. Lástima que haya elegido esa técnica, porque tantos golpes están también causando daños irreparables a quienes tienen que soportar las consecuencias de lo que les han vendido como buena intención y mantienen la esperanza en lo prometido por él. Lástima por quienes todavía no logran ubicar que muchos de los pasos que da y decisiones que toma responden a meros intereses, frío cálculo político.
Baste como muestra un anuncio de ayer. Después de sostener señalamientos de corrupción, nunca probados, contra farmacéuticas y vetar los contratos de suministro de medicamentos y equipo al sector salud, fue anunciado que la Secretaría de la Función Pública, antes encabezada por Irma Eréndira Sandoval de Ackerman (quien suele hundirse en los mares de la mirada azul de su “güerito”), suspendió la inhabilitación impuesta a la farmacéutica PISA y se realizaron nuevos contratos. Tuvieron que pasar tres años y cientos de muertos, víctimas del obcecado intento de un hombre que, ahora que se acerca la revocación de mandato que tanto le interesa como medida de popularidad, decide ya levantar el veto. Cabría aquello de “el interés tiene pies” y lo de “después del niño ahogado”, pero lamentablemente no es una sola la víctima. Son cientos las afectadas por la medida que respondió a uno de sus caprichos personales o intereses de sus cercanos. Caprichos que, por cierto, lo están desgastando a él también. Lástima de verdad. Lástima por el país, convertido hoy en un ring donde el presidente se mantiene en su “realidad”, tirando golpes hacia adelante, pero con la mirada en el pasado, mientras afuera la violencia hace de las suyas.
Lourdes Maldonado y todos los y las periodistas
Como periodista lanzo mi crítica y expongo mi inquietud e indignación por lo que representa para el país y su futuro. Y, sobre todo, por los acontecimientos de estos últimos ocho días, en los que tres periodistas se agregan a los 47 asesinados desde que inició este sexenio. Como ciudadana, y a título personal, lamento ver a la persona que hay detrás del mandatario perdido en los laberintos y sordera del poder, y en la obnubilación de una ideología de probado fracaso, que causa más pesares que soluciones. Y, lamentablemente, nada parece convencerlo de cambiar el rumbo que personajes como Fidel Castro, Hugo Chávez y su fiel y devoto adorador, Nicolás Maduro, han implementado en sus respectivos países, a los que tienen sumidos en una tiranía ideológica, y a sus habitantes, sujetos a un aparato estatal de represión que pulveriza toda voz que disiente. El presidente López Obrador está rodeado de quienes replican sus afanes y que lo usan también para actuar bajo la sombra de las alas anchas con las que cobija tanta impunidad.
Tampoco es Zinedine Zidane
Y si este país no necesitaba a un boxeador, tampoco Morelos necesitaba a un futbolista anotador de goles, de inobjetable marrullería en la cancha, y que aceptó un cargo para el que jamás estuvo preparado, en el que no sabe distinguir entre astucia y habilidad con los pies de inteligencia y sensibilidad de gobernante. Cuauhtémoc Blanco, a falta de capacidad para establecer estrategias políticas razonables, encontró en la “lógica” de las patadas cómo gobernar a un estado que se hunde cada vez más en el caos y el deterioro en todos los órdenes, en el que él es parte del problema, jamás la solución.
Envuelto en escándalos y serias acusaciones y denuncias penales aglutinadas por integrantes del Colegio de Abogados y diputados locales, Cuauhtémoc Blanco Bravo ha dado probadas muestras de ignorancia y menosprecio hacia los gravísimos problemas del estado bajo su cargo. Una de ellas fue la del pasado diciembre, cuando se enfrentaba la delicada situación de violencia en Morelos y la crisis sanitaria de la cuarta ola de la epidemia por el coronavirus, momento en el que decidió autocomplacerse con un viaje de esparcimiento a Brasil. Además de lo mencionado, son varios los hechos de gravedad en que ha incurrido el exfutbolista y hoy fallido gobernador, a quien acusan también de nepotismo, de cometer corrupción y encubrimiento y tener vínculos con el crimen organizado.
Así de graves son las cosas en el México que está alcanzando (sino es que ya los alcanzó) niveles jamás imaginados de precariedad económica y de violencia. A la corrupción, uno de los rasgos distintivos de este país, se le agregan otros males, para los que la impunidad es la gran aliada que permite su crecimiento. Pero en el Palacio de chocolate y turrón estas cosas son peccata minuta. Y si existen es porque afuera de ese, su mundo, hay un contingente de hombres malos empeñados en echar a perder los logros que ningún presidente había conseguido nunca, pero lo que se dice jamás nunca, antes de él.