Autoría de 1:20 am #Opinión, Josué Quino - Diálogos de Latón

Observando las nubes – Josué Quino

—¿En verdad jugabas a esto cuando eras niño?

—Sí. ¡De hecho era uno de mis juegos favoritos! Y se convertía en un escape para mí, cuando por nada, tu abuelita Juanita se ponía a dar de gritos como loca. Me trepaba como chango por la ventana, me subía al techo y me acostaba con las piernas y los brazos bien abiertos, así, como ahorita, mirando al cielo.

—¿Y qué pensabas?

—Nada. Sólo miraba a las nubes. Antes había más, ¿sabes? Me les quedaba mirando y trataba de adivinar las formas que tenían. Por ejemplo, mira esa, esa que se viene moviendo ahí ahorita, ¿de qué le ves forma?

—¡Abuelito! ¡Es una estufa! ¡Y hasta con su horno!

—¿No que no?

—Pero ya no, ya se desbarató. Ahora es… otra cosa. Mira todas esas de allá, parece que es el fondo de una playa, se hacen las montañitas largas, largas, unas tras otras.

—¿A qué otra cosa jugabas?

—A “Perdidos en el espacio”, al “Túnel del tiempo”, a “Tierra de gigantes”, a veces a “Viaje a las estrellas” o a “Viaje al fondo del mar”. ¿Por qué haces esa cara?

—No sé a qué te refieres. ¡No te rías! Es en serio.

—Pues eran series de aventuras, de ciencia-ficción, que se transmitían en los 60´s, por Canal 5, y si me había portado bien, pues mi mamá me dejaba verlas, y si no, pues, ni modo.

—Y, ¿cómo jugabas a eso?

—Con mi amigo Pancho, el que te platiqué que es el mejor odontólogo de Xalapa. Él, sus hermanos y sus primos, nos distribuíamos los personajes, inventábamos un capítulo con base en la historia general y la actuábamos.

—¿En serio?

—¡Si! También jugaba al Yo-yo y al trompo, cuando eran de madera. A las canicas no me gustaba jugar, porque se me levantaba el pellejito este de abajo de la uña, porque ahí tenías que apoyar el cayuco para lanzarlo.

—¿Cayuco?

—Sí, eran las canicas grandotas. Había canicas, cayucos y agüitas, que eran las pequeñitas, todas eran de vidrio transparente.

—Un día me enseñaste unas canicas que no se transparentaban.

Sí ¿Te acuerdas? Esas canicas eran de barro. Pero después de jugarlas un rato, se rompían.

—¡Abuelito! ¡Mira, mira! ¡Allá! A ver, ¿qué ves?

—¡Un elefante! Si alcancé a verlo, pero ahora parece…

—¡La república mexicana!, abue, ¿a qué jugaba mi mamá?

—Ay, hijo. Tu mamá siempre fue muy especialita para todo. Nunca estuvo a gusto con lo que los Reyes o Santa le traían. Cuando le dijimos quienes eran, nos puso como camotes, reclamándonos que mejor se lo hubiéramos dicho desde siempre, para pedirnos directamente sus regalos. Tampoco le gustaba nada de lo que le regalábamos en su cumpleaños, siempre era así nomás para llevarnos la contraria.

—Yo también soy así. Y no es por llevarle la contraria a mi mamá, es que ¡nomás no me gusta nada!

—¿O sea que no te gustan los libros que te he regalado?

—Es lo único que me ha gustado de todo lo que me han regalado, porque mi mamá siempre me regala ropa.

—Tener ropa nueva, es algo que no cualquiera puede.

—¡Pero es la ropa que a ella le gusta! No la que a mí me gusta.

—A mí me pasaba lo mismo. ¿Y ya se lo dijiste a ella?

—Toda la vida, pero le vale. Oye, abuelito, a ti, ¿quién te compraba tu ropa?

—Hasta como a los 14 tu abuelita Juanita, después le dije que ya no me comprara ropa, que me diera el dinero para que yo me la comprara, pero me dijo que si quería dinero para ropa, que me pusiera a trabajar.

—¡Y te tuviste que seguir poniendo la ropa que ella te compraba!

—No. Me puse a trabajar. Y a ganar mi dinerito desde los 14-15 años.

—¿En serio?

—Sí.

—¿Y te dio permiso?

—A partir de que me puse a trabajar, ya nunca le pedí permiso para nada. Ella se la pasaba trabajando todo el santo día en la tienda con mi tío Manuel, así que ni me veía.

—La vez pasada que hablamos de esto, me dijiste que le dijera a mi mamá que revisara una cartilla.

—En aquella ocasión, me refería a la Cartilla de los Derechos Sexuales de los Adolescentes y Jóvenes. Pero, sería bueno que también leyeras la Cartilla de los Derechos Humanos de los Adolescentes y Jóvenes. Sin embargo, lo más importante es que ambas cartillas las leas tú.

—Ya las leí la dos, pero me parece que son lo mismo.

—Pues básicamente sí, de manera muy general. La gran diferencia que yo puedo notar, es que una de ellas, la de los Derechos Humanos, se basa en una reforma constitucional mexicana y en el Programa Nacional de Derechos Humanos, lo que le da fuerza.

—Entonces, la Cartilla de los Derechos Sexuales, ¿no es válida?

—Sí, claro que lo es. Pero esta se basa en el marco jurídico mexicano, en lo que propone el Instituto Mexicano de la Juventud y lo que establece la Comisión Nacional de Derechos Humanos, por lo que es tan válida como la otra.

—Entonces, ¿por qué mi mamá no me deja hacer nada?

—Porque tu mamá, mi mamá, la mamá de mi mamá y seguramente la mamá de la mamá de mi mamá, fueron educadas para obedecer a lo que ellas siempre consideraron “lo mejor para nosotros”.

—¿Y entonces?

—Baja ambas cartillas del Internet, imprímelas y pónselas a tu mamá en su buró para que las lea, y ya después le preguntas a ver qué opina, y me cuentas a ver qué te dijo. Por lo pronto, sigue adivinando lo que las nubes nos regalan.

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Last modified: 30 enero, 2022
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