Autoría de 3:53 am #Opinión, Rocío Benítez - Zona de la Visión Perpetua

Del señor muy viejo con alas enormes al niño que ya muerto quería un deseo – Rocío Benítez

Rodrigo García Barcha, hijo del escritor Gabriel García Márquez, dijo en una charla del Hay Festival Cartagena, Colombia, que los cuentos que más le gustan de su padre son “El ahogado más bello del mundo” y “Un señor muy viejo con alas enormes”. El primer cuento lo recuerdo muy bien porque en un curso de literatura lo analizamos por arriba, por abajo, por el principio y el final. Pero el segundo cuento lo olvidé. Así que di un salto al cúmulo de libros que tengo para encontrarlo.

Ambos cuentos tienen señas particulares parecidas. El ahogado más hermoso del mundo cuenta la historia del cuerpo de un hombre grande y hermoso que llega a una playa. Y mientras los hombres del pueblo se dedican a indagar quién es, las mujeres limpian su cuerpo e intentan vestirlo. Al mismo tiempo que admiran su cuerpo descomunal, se dan cuenta que esa grandeza también es un estorbo. Y lo compadecen. Pero la piedad y el cariño que les ha despertado es más grande, que se apropian del ahogado y hasta le ponen un hombre: Esteban.

Un señor muy viejo con alas enormes, es un cuento sobre, claro, un viejo con alas enormes que sin aviso cae en el patio de una casa; el hombre y la mujer de la casa  se asombran al ver a tan extraña criatura, y al no saber qué es, mandan llamar a la vecina que les asegura: es un ángel. Pronto la gente del pueblo y otros lugares se enteran de la aparición, y la casa se convierte en un desfiladero de mirones. Dentro del mismo cuento de García Márquez, hablan de otro extraño ser, una mujer que se convirtió en araña por desobedecer a sus padres, y que era exhibida en una feria, por unos cuantos pesos. Ahí quería llegar. 

“La entrada para verla no sólo costaba menos que la entrada para ver al ángel, sino que permitían hacerle toda clase de preguntas sobre su absurda condición, y examinarla al derecho y al revés, de modo que nadie pusiera en duda la verdad del horror. Era una tarántula espantosa del tamaño de un carnero y con la cabeza de una doncella triste. Pero lo más desgarrador no era su figura de disparate, sino la sincera aflicción con que contaba los pormenores de su desgracia: siendo casi una niña se había escapado de la casa de sus padres para ir a un baile, y cuando regresaba por el bosque después de haber bailado toda la noche sin permiso, un trueno pavoroso abrió el cielo en dos mitades, y por aquella grieta salió el relámpago de azufre que la convirtió en araña”.

En las ferias de los pequeños pueblos de México aún se promociona este atractivo y espeluznante espectáculo. De niña siempre me asustó. Ahora, quizá por curiosidad, entraría a ver a la mujer convertida en araña. Y claro, iré con los ojos bien abiertos para descubrir tales truco que la envuelven. 

Porque no es cierto eso de la mujer araña, ¿verdad?

De mi madre también escuché la historia de una muchacha que desobedeció a sus padres para irse a un baile. Escribí eso y a lo lejos pasó un carro sonando a todo lo alto una canción que dice: “Yo no tengo la culpa que seas muy niña y que te guste el baile, que vivas peleando siempre con tu madre porque no te deja salir a bailar”. (La busqué para corroborar la letra, es de Ramón Ayala, una estrella de la música norteña). La jovencita bailadora se escapó de casa, no sabemos qué pasó en el baile, pero su desobediencia fue castigada con una posesión demoníaca. Fue encerrada en una de las tantas iglesias dedicadas a la Virgen del Carmen que hay en México, (mi madre no recuerda dónde) hasta que finalmente lograron exorcizarla. ¿Qué pasó con ella? No hay un registro de su después, lo más seguro es que ya no le gusta el baile.

Coinciden ambas historias, porque en las dos, son las mujeres las desobedientes. Anteriormente se le asignaba a la mujer el papel de recato y obediencia al extremo, tanto a los padres como a Dios. Los hombres tenían más libertades, por ser hombres.  Y no hay historias de hijos que se van al baile y terminan con el demonio dentro. O con el cuerpo convertido en tarántula y otro insecto. ¿O sí? Gregorio Samsa no fue a un baile. 

Muchas veces  escuché decir a mi madre que al hijo (a) que golpea a sus padres, se le seca la mano. Porque claro, golpear a los padres va en contra del mandamiento: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Y seguro que mamá tiene la historia de un hombre o mujer con la mano seca como una rama en otoño. Le preguntaré más tarde. 

También me contó la historia de un niño muy consentido, era el único hijo de la familia y por ello lo trataban como un rey, no le negaban nada y aunque cometiera alguna falta no lo regañaban ni le pegaban siquiera un manazo (correctivo principal de la vieja escuela). En un trágico accidente murió el niño, la muerte de los niños siempre resulta trágica. Lo enterraron, supongo que era en aquellos tiempos cuando a la gente se le cubría sólo con tierra, porque cuenta la historia que el niño, ya muerto y enterrado, levantaba la mano y el dedo índice quedaba expuesto de la tierra, como si señalara algo, tal y como lo hacía cuando señalaba un juguete, un dulce, un objeto cualquiera que deseaba, pues le cumplian todos sus deseos. Los padres fueron a ver a un sacerdote, él les dijo que la solución era darle un manazo, el correctivo que en vida no le habían dado al pequeño caprichoso.

Entonces fueron a su tumba, y la madre, con profundo dolor, le dio el manazo.

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Last modified: 7 febrero, 2022
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