1
Hace cinco años partió Eusebio Ruvalcaba hacia un mundo que los vivos aún ignoramos. Tenía 65 años de edad cuando su cuerpo ya no resistió los dolores que lo aquejaban. Se despidió de esta vida el 7 de febrero de 2017. A partir de ese día no volvimos a escuchar jamás su voz física, si bien su voz literaria permanecerá por siempre entre nosotros.
2
El contenido del volumen Clint Eastwood, hazme el amor (Nueva Imagen, 1996) versa sobre aquellos que beben y en la bebida descubren un mundo distinto o incluso ellos mismos se descubren con otras personalidades, o las mismas nada más que durante el descubrimiento del alcohol se miran de forma más nítida. Los 25 relatos, tal como se dice en la contraportada, se zambullen en el “febril y alucinante universo del alcoholismo”.
Y su autor, Eusebio Ruvalcaba —buen bebedor que era él mismo—, vaya que sabía contemplar a los buenos bebedores, y también a los malos, pues sus descripciones son correctas: “Una copa más. Vierte el contenido hasta la boca del vaso. La bebida está a punto de derramarse, pero camina muy derecho. Piensa que acaso alguien lo observa. Piensa que es tan fácil hacer el ridículo. Su mano es fuerte. Su brazo es fuerte. Ese vaso nunca se le caería. Así sobreviniera un terremoto” (página 13). En “Aquel cuyos ojos se colman de lágrimas”, Ruvalcaba cronica al hombre demasiado sensible que, al beber, mira con hondura la aparente trivialidad de las relaciones sociales. El personaje, sin nombre, como todos los personajes de este libro —que carecen de nombre porque, de algún modo, representan al hombre en su generalidad—, está en una reunión distanciado de los congregados pero, inadvertidamente, una mujer, al verlo con su copa vacía, le ofrece de inmediato una bebida. “Ve alejarse a la chica. Es hermosa; aunque, lo demuestra con un arqueo de cejas, todas las mujeres son hermosas cuando son atentas. Busca entonces al novio. Está allá, platicando con el anfitrión. Todavía más le agradece el gesto a la mujer. Que se haya fijado en él para corresponderle le asombra. Se siente abrumado. Que alguien repare en él lo abruma. Por un gesto aún más trivial, sería capaz de dar la vida. Quizás por un elote, reflexiona y una gran carcajada está a punto de rubricar su pensamiento. Pero algo le impide reírse como acostumbra: las lágrimas, que de pronto colman su rostro. No se las explica”.
Si bien un Charles Bukowski (1920-1994) ya había incluido en distintos libros a personajes inmersos en el alcohol, Eusebio Ruvalcaba —al final de sus días, de manera curiosa, parecido físicamente a Bukowski— lo hace no con la costumbre bukowskiana del desprecio, la ingratitud o la indiferencia, sino buscando los resquicios humanos: el bebedor es también un ciudadano. Con Bukowski, los bebedores a veces son seres despreciables a quienes no les importa sino la búsqueda de sus satisfacciones etílicas. Bukowski, sin querer, encasilló a un personaje del alcohol que es, a la vez que agudo, un desganado aburrido, a la vez que rebelde impaciente un conservador desabrido. Como Bukowski era, además, alcohólico, sus personajes forzosamente se parecían a él de manera inconmensurable. Y sabemos que no todos los bebedores tienen ese negro humor bukowskiano. En Eusebio Ruvalcaba hallamos otro aromático abanico. No están todos los bebedores que son, pero los que están son, sin duda, un muestrario inédito de esa gloriosa estirpe que vive su vida ingiriendo bebidas para amainar, tal vez, el peso de la vida misma o para, quizás, vislumbrarla con otros ojos que parecieran no serlos suyos rutinarios.
3
Un ebrio se sube al Metro: “Apenas ha puesto un pie en el vagón, se ha vuelto a mirar a todos. Y la mayoría esquiva su mirada. A nadie le gusta ser visto por un borracho, ser observado por un insecto. Porque entonces no hay más remedio que mirar hacia otro lado o aplastarlo. Y menos por un beodo que encima huele mal, que además del tufo anoche, cigarro y alcohol, trasmina un hedor fuerte, casi insoportable. Como si hubiera pisado mierda… Una sola y misma cosa fue verlo y apartarse de él, algunos con más discreción que otros”.
Mientras los pasajeros lo desprecian con su gélida distancia, el beodo se acuerda de las veces que ha visto a Dios, motivo por el cual ha sido despreciado por los que no le han creído nunca. “Todo eso ve. Y ve a la gente que se ha alejado aún más, mucho más, de él. Una inmensa pesadumbre lo transfigura. Está solo. El hombre reconoce que siempre ha estado solo. De pronto, el convoy reinicia su marcha y, simplemente, cierra los ojos. Los abre una vez más, ve que Dios sigue ahí, se pone de pie y se dirige hasta el último rincón. Pero poco a poco, muy poco a poco, para no estorbar a nadie, ni causarla menor incomodidad” (página 33).
4
En este libro encontramos un rompimiento con la idea del ideal narrativo del alcohólico. Así como en las novelas policiacas, por ejemplo, hay un detective (disfrazado de doctor, periodista, roquero, farmacéutico, carpintero, lo que fuere) demasiado inteligente y perspicaz como para ser real, siempre de buen humor y culto, ingenioso y ligador, de la misma forma, y aunque su invención es más reciente, el personaje alcohólico estaba configurado por las narraciones de Bukowski o por ese infatigable bebedor agudo que es el ya nonagenario californiano Clint Eastwood (31 de mayo de 1930) en sus filmes: siempre atentos —los protagonistas— a su entorno, cavilosos y de alguna manera bondadosos tras su máscara fiera. No en balde Eusebio Ruvalcaba trajo a la memoria a Eastwood en el título de su libro (y cuyo cuento central dedica a José Antonio y Regina Roura, mis padres, en un acto de generosa amistad, ya que mi querido amigo Eusebio departió con ambos el vino y el pan, antes de sus respectivas muertes en los años 2000 y 2012).
Es común mirar a Eastwood con una copa en la mano, mas nunca borracho: “Pero ahí no había ninguna mujer que conquistar. Ahí sólo estaba él, contemplándose los ojos en el espejo. Desde luego, a través de él vigilaba sus espaldas. Si para eso habían sido hechos originalmente esos espejos, pues no había que desperdiciar la oportunidad de cuidarse el trasero. Tal como lo habría hecho Clint Eastwood. En alguna película Clint Eastwood tuvo que haber dicho algo semejante: ‘No necesito que me cuiden. Yo sé cuidarme solo’. Quién sabe en cuál. Y quién sabe si lo hubiera dicho. Pero esas palabras le iban bien” (página 122).
Pues en Clint Eastwood, hazme el amor se rompe, de muchos modos, el mito del etiquetado personaje literario del alcohólico. (Tal como en la cinta Adiós a Las Vegas, de Mike Figgis —estrenada en 1995—, donde el protagonista rompe el molde del mitómano, bochornoso, rebajado y rebajador bebedor.)
5
Hay 25 opciones, 25 exhibiciones, 25 noches de alcohol, casi un mes transitado con protagonistas que beben brutalmente y que, por lo mismo, en ocasiones, el ingenio pierde el rumbo y el beodo extravía, en efecto, su camino. Porque no todos los que beben saben beber, pero los que saben beber merecen, a qué dudarlo, un cuento. Lo que hallamos, a final de cuentas, es una antología de voces discordantes pero cuerdas: el alcohólico, o al que simplemente le gusta degustar (y ésta no es una redundancia) una copa, no es (o no debiera ser) un ser encasillado. Y a pesar de su aparente monotonía (finalmente todos los que participan en los relatos sólo se dedican a beber), en las historias del libro encontramos un sinfin de explicaciones, justificaciones, puntos de vista, argüendes, razonamientos. El bebedor es, acaso, la persona que más palabras tiene en su catálogo vivencial. ¿Cómo entonces no narrarlo? ¿Cómo dejarlo fuera del ámbito literario?
En una entrevista con José David Cano, recientemente publicada en el portal cultural Salida de Emergencia, que dirige el propio Cano, Eusebio Ruvalcaba le contestó, a pregunta expresa, un aforismo que no tiene pierde: “El sobrio es la Secretaría de Gobernación del ebrio”.
Ante tal contundencia, ¿quién podría haber refutado al buen Eusebio?
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, DE VÍCTOR ROURA, EN LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/
Recuerdo cuando conocí a Eusebio en el Salón Palacio. Estaba discutiendo con Manuel Blanco un proyecto de guión para llevar al cine su vida al estilo de Un Hilito de Sangre, que por desgracia no llegó a concretarse. Le faltó tiempo al gran maestro de periodistas, le faltó tiempo al mismo Eusebio. Después supe que también era amigo de mi padre, crítico de arte, y de uno de mis hermanos, profesor del CCH Sur. Vaya un trago en su memoria.
De Ruvalcaba leí, El portador de la fé que tengo entre mis libros preferidos, y ahora tendré que leer: Clint Eastwood… gracias a Roura, que me envolvió con su sugestiva reseña. Gracias anticipadas.