Las desquiciantes declaraciones recientes contra los periodistas (y hacia algunos en específico) realizadas por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, desnudan y dejan al descubierto, con toda claridad, la relación que existe entre la prensa y el poder.
El gobierno ofende y la prensa difunde esas ofensas.
Hasta ahora y después de poco más de tres años continuos de conferencias de prensa matutinas, es inexplicable por qué reporteros de varios medios de comunicación siguen asistiendo a ella.
Caja de resonancia
Lo peor de todo, sin embargo, es que esos mismos reporteros —que en días recientes protestaron por los colegas asesinados— siguen siendo la caja de resonancia de las sandeces, insultos y ataques que lanza López Obrador, un día sí y otro también, contra los medios y contra los periodistas.
Supondría que las y los reporteros que concurren diariamente a esa conferencia, lo hacen por el simple hecho de que los directivos de los medios de comunicación en los que trabajan, les exigen ir y traer “la nota”.
Pero la lógica no aplica. Obrador se ha convertido en el principal enemigo de la prensa y de la libertad de expresión en el país; sin embargo, la prensa misma sigue atendiendo sus discursos, sigue destacando los insultos y difundiéndolos profusamente. Es decir, aporta al fomento de esa conducta.
Con este comportamiento, la prensa mexicana sigue siendo cómplice de la profunda polarización que vive el país, gestada desde la tercera campaña electoral presidencial de Andrés Manuel López.
La discusión, que algunos eruditos han planteado como la principal, es la “capacidad” del presidente mexicano de lograr poner la “agenda” mediática o periodística; esto es, de hacer que la mayoría de los medios de comunicación hablen de los temas que a él le interesan y se opaquen aquellos que no quiere que tengan difusión.
Creo, sin ser experto en este asunto, que es un falso planteamiento. Me parece que esa “capacidad” presidencial está vinculada a la “complicidad” de los medios de comunicación, quienes adoptan la “agenda” del titular del Poder Ejecutivo y difunden sus temas, como si fueran la nota, como si pelearse con algunos periodistas fuera la principal preocupación de la ciudadanía, por encima de la inseguridad o la economía.
Esta situación que estamos viviendo en México y en sus entidades, no se resuelve con protestas o con dar la espalda a quienes —suponen los periodistas— son responsables de que haya más colegas muertos o de que el presidente del país siga insultando, lanzando vituperios o agrediendo. Se resuelve con profesionalismo y ética.
El profundo lastre que arrastra el periodismo mexicano es estar vinculado diariamente a los gobiernos y a sus gobernantes. La “nota” periodística, suponen, es trasmitir qué dijo el mandatario tal, qué hizo el funcionario “X”, la foto del servidor público jugando o cargando niños.
En eso se ha convertido mucho del “periodismo” nacional.
Momento de reflexión
Me parece que se debe aprovechar esta coyuntura que se vive, de extrema polarización ciudadana generada por el populismo de López Obrador. Aprovecharla para reflexionar sobre la agenda de los medios de comunicación y la agenda de las y los ciudadanos; aprovechar para revisar el concepto de noticia, aprovechar para revisar el comportamiento profesional de las y los periodistas y, por supuesto, aprovechar para evaluar la relación con el poder.
Considero que debe hacerse un profundo análisis sobre la polarización en la ciudadanía que se ha gestado y azuzado desde palacio nacional y cuál es el deber ser de la prensa frente a esta situación.
Finalmente, habrá de tenerse en cuenta que hacer protestas públicas genera “nota” pero poco o nada resuelve. En todo caso, la mejor protesta que se puede hacer es practicando, cada día, un mejor periodismo, comprometido con la ciudadanía y con la transparencia de lo que hace y deja de hacer la autoridad gubernamental.
A eso se debe el periodismo.
Mientras los medios de comunicación no dejen de servir a los intereses de los poderosos, no habrá tal libertad de expresión de la que se presume.
Buscar una mayor autonomía e independencia, para profesar la libertad.
Saludos amigo