Autoría de 1:21 pm #Opinión, Patricia Eugenia - Narrativa en Corto • 12 Comments

La distracción – Patricia Eugenia

Mamá estaba exhausta tras uno de sus accesos. Una especie de magma volcánico la obstruía; llamaba sin poder hablar, temblaba y al final se derrumbaba, abatida.
         Luci se disponía a cubrirla con una manta ligera, pero cuando la manta aún estaba en el aire se detuvo en actitud felina, al advertir una sombra salida de ninguna parte que se proyectaba en la sábana. Por instinto, fingió no haberla notado y, sin levantar los ojos, preguntó a la enfermera junto a ella sobre el repentino oscurecimiento. Pero, estaría distraída la chica, negó haber visto u oído cosa alguna; en cambio, miró su reloj, soltó un “hasta mañana” y salió como una exhalación.
        Luci siempre sostuvo que los sucesos tienen un ritmo propio que no varía con nuestras prisas, así que, sin acelerar sus movimientos, cobijó a mamá, puso las manos sobre la cabecera de latón y, con cierto aplomo, se dirigió al cuerpo al que pertenecía la sombra:
–¿Es usted la…
–Buenos días, primero (respondió la visita con una inclinación). En realidad, también puedo ser él, es… como guste. Me confunden por los faldones, creo; y está la guadaña, ¿la ve?, la felicito: no cualquiera puede. Por cierto… como símbolo no funciona más, está, ¿cómo decirlo?, demodé. Ya nadie siega el trigo con una de éstas. Debería cambiar a un cuerno de chivo, mucho más corto, prestigioso… pero… más de cuatro kilos a mi edad, ¡ni para la foto!
Luci, seguro confundida con esa presencia tan parlanchina y transgenérica, estuvo a punto de olvidar todo cuanto había preparado durante la larga enfermedad de mamá para enfrentar el momento: no aceptaría prolongarle la vida artificialmente, no habría ocultamientos piadosos para con la enferma, quien tenía derecho a…
–¿Usted qué piensa?– preguntó la, perdón, el…  mhh… al notar a Luci con la mirada clavada en algún punto más allá del piso.
–Na… da– contestó la pobre.
–¿Cómo? ¿Es usted de las que creen que no debo usar nada? Sépase –engoló la voz– que los símbolos son síntesis de cosmovisiones y que unifican los…
–¡P… perdón!– se explicó Luci– nada… quise decir que… me gusta su apariencia así, tradicional, sí.
–¡Gracias! Me alivia su punto de vista porque en ocasiones al notar que todo cambia mientras yo sigo siempre igual, pues…
       Luci ya había hablado con todos: “Hay que estar preparados emocionalmente”. Tan penosa era la situación de mamá, decía, que tendríamos que aplaudirle cuando se fuera. A Benigno lo instruyó especialmente y a Elisa le recordó ayer mismo, sacándola aprisa del cuarto, que no llorara frente a la enferma. Y sí, cada uno hacía como podía: Benigno mejor casi no iba; Elisa, por su parte, ayudaba con algo de dinero y se paraba junto a la cama dos minutos por las tardes. Luci misma se había revestido con una especie de cubierta, a la que llamaba madurez, pero que más bien era un escudo bueno para evitar la salida y la entrada de sentimientos inútiles; aunque, si uno se fijaba, lo que no entraba ni salía se veía en su entrecejo: allí estaban las noches en las que se había dormido sin soñar, sentada, esperando algo con un horror al que se estaba volviendo adicta; entonces repetía en un murmullo: “Cuando le llegue a mamá la hora, voy a sonreír”.
Tal vez ensayaba su sonrisa, o de nuevo cavilaba cosas, porque cuando Luci escuchó a la visita preguntarle si se podían ir ya, al tiempo que la tocaba con dulzura en la mejilla, dejó de respirar: se puso pálida, luego fría y tuvo la sensación de estar dejando pendiente algo que no recordaba. Un minuto después, le pareció que todo marchaba bien, menos su madre, que regurgitaba magma y agitaba los brazos hacia ella, en un intento vano por llamar su atención.

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Last modified: 18 febrero, 2022
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