En los días pasados se anunció que el presidente de Estados Unidos de América (EUA), Joe Biden, aceptó “en principio” una reunión con su homólogo ruso Vladimir Putin. El posible encuentro iba a ser realizado en los siguientes días en virtud de una mediación del mandatario francés Emmanuel Macron. No obstante, los recientes eventos en Ucrania han borrado esa posibilidad.
De acuerdo con un anuncio de la Casa Blanca, el encuentro entre mandatarios tenía por condición que Rusia no invadiera a Ucrania. Esta posibilidad trajo un respiro para toda Europa. En este contexto, una segunda reunión estaba estimada para el jueves entre el secretario de Estado de EUA, Antony Blinken, y el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov. Pero ningún encuentro se registrará en el futuro cercano.
En un discurso dirigido el lunes a la nación rusa, Putin ofreció una narrativa prebélica señalando que Rusia fue robada por la Unión Soviética y que la Ucrania moderna fue creada por Rusia. También reconoció las repúblicas de Donetsk y Lugansk, autoproclamadas independientes por parte de rebeldes prorrusos. Horas más tarde, y ante la presunta solicitud de asistencia por parte de los líderes rebeldes de ambos espacios recientemente reconocidos, el presidente ruso mandó tropas y tanques a las dos regiones para “ayudar a mantener la paz”.
La respuesta no se ha hecho esperar. El movimiento intrépido de Putin ha encontrado rechazo por Occidente, que ha impuesto sanciones severas a Rusia. Con este aumento de tropas rusas en Donetsk y Lugansk, hay muchas razones que apuntan a que un mayor y profundo involucramiento de Moscú con Ucrania se estará desarrollando en los siguientes días. Los aires de guerra soplan ante cada movimiento del Kremlin y de su líder.
Putin es lo suficientemente intrépido para “alborotar las aguas” europeas colocando un ejercito de 150 000 efectivos, tanques, sistemas de misiles y aviones cazadores en la frontera ruso-ucraniana para crear una presión sofocante hacia Washington, Bruselas, Londres y demás capitales políticas occidentales, con tal de obtener dividendos políticos y económicos por parte de las principales potencias envueltas en la crisis de Ucrania y sin que todo este movimiento detone una guerra.
Sin embargo, el reconocimiento de Donetsk y Lugansk, junto con el posterior envío de tropas rusas a estas regiones, han accionado un repudio internacional que no se había apreciado desde hace mucho tiempo. De acuerdo con la ley internacional, tales espacios son parte de Ucrania, a pesar de que se hayan generado movimientos rebeldes, puesto que no hay una validación legal en torno a la independencia de esas regiones. Acto seguido, se ha creado una lista larga de países que han condenado las decisiones de Putin y los movimientos de Moscú, además de imponer severas sanciones a Rusia.
Entre las más delicadas para el Kremlin se encuentra el bloqueo en el uso del gaseoducto Nord Stream 2 por parte de Alemania, cuyo gobierno recientemente ha aseverado, para tranquilidad de su población, que puede cumplir de otra manera con las necesidades de energía del país, garantizando así su seguridad energética que se encontraba dependiente de la voluntad de Moscú. Esta sanción hará que las arcas estatales rusas dejen de recibir una cantidad aproximada de 15 mil millones de dólares anuales, cifra nada despreciable.
¿Cuál es el siguiente paso? Si echamos el reloj atrás en el tiempo, en 2014 Rusia desestabilizó una parte de la sociedad de Ucrania al apoyar, fomentar y fondear grupos separatistas en el país. Como consecuencia se permitió gestionar un referéndum de independencia en Crimea, cuyo resultado fue un abismal apoyo por la separación y la conformación de una república independiente. De manera fugaz y ante la mirada atónita de Occidente, en los siguientes días Crimea solicitó anexarse a Rusia, “petición” que Putin aceptó de inmediato. ¿Pasará eso con Donetsk y Lugansk? Para nada lo descartaría.
*Imagen de El Economista (España)
