Yo no haré la guerra.
Yo jugaré.
No importa cuál sea el juego o el deporte. Yo jugaré y te invitaré a jugar conmigo, seremos equipo, o rivales, no importa, todo será un juego: sonrisa del alma, carcajada del cuerpo.
Jugar es honrar la vida, el presente y el cuerpo que se torna niño cuando un balón rebota, nos toca o cruza una línea imaginaria.
Jugar es simplificar el tiempo, honrar la infancia, entender la valentía y alentar la victoria en la carrera.
Jugar es vivir por vivir, y por eso, en estos tiempos, en estos días y en estas horas en las que en un país, azul y amarilla su bandera, los misiles destruyen casas, sepultan cuerpos, destrozan historias; en estos minutos en los que las madres protegen a sus hijos y los hijos calientan con su llanto el pecho de sus madres; y unos hombres, una vez más, una estúpida vez más, unos hombres alzan los fusiles y disparan, yo…
Yo jugaré.
Y te invitaré a mi juego.
Porque yo no haré la guerra. Yo saludaré a las niñas y a los niños que corren en el jardín de mi casa. Les desearé un excelente día a las personas con las que me cruce en la escalera.
Y te ayudaré si cargas un peso que pueda lastimarte. Compartiré tu carga, te haré sentir fuerte y sabré que, en el futuro, yo seré más fuerte si tú me ayudas con mi carga. Y al terminar de ayudarte, te desearé un excelente día, si es que antes no lo había hecho.
Yo no haré la guerra. No levantaré ningún arma, ni haré de mi voz, mi mirada o mi cuerpo un explosivo que dañe o violente. Me esforzaré porque mi presencia eleve la dignidad de aquellos con quienes me encuentre.
Yo haré la paz en mi casa, en la calle que camino, en el restaurante que acostumbro, en la escuela en la que enseño y en la fila donde espero. Haré la paz y la haré contigo porque a ti, como a mí, nos duele que en un país, azul y amarilla su bandera, la gente en estos días, en estas horas, en estos minutos, no juega; teme, sobrevive, muere.
Yo jugaré y es todo lo que puedo hacer: un señuelo de paz en el mundo, llamado juego.
