La respuesta es: todas y todos somos culpables-responsables de la violencia que se desató el sábado 5 de marzo en el estadio “Corregidora” de Querétaro.
Son (somos) culpables la afición, las directivas de los equipos profesionales de futbol, los futbolistas, las autoridades del arbitraje y la Federación Mexicana de Futbol.
Es responsable la empresa de seguridad privada, así como el gobierno municipal (vía la Secretaría de Seguridad Pública Municipal y su Unidad Municipal de Protección Civil), el gobierno del estado de Querétaro (Secretaría de Seguridad Ciudadana y Unidad Estatal de Protección Civil) y el gobierno federal.
Responsabilidad compartida
Aficionados, pero también las autoridades, tienen conocimiento de la rivalidad entre seguidores de Querétaro y Atlas; son al menos 20 años de conflictos entre ambas barras, frecuentes golpizas y constantes lesionados. Y aun así, ninguna autoridad ni empresa partícipe en el espectáculo previó o implementó un dispositivo especial de seguridad.
De acuerdo a versiones de asistentes al encuentro futbolístico, no había (o no se notaba) presencia de policías, ni municipales ni estatales en el coso deportivo, como tampoco se apreció una intervención especial o acciones de contención de multitudes, en caso de que sí hubiera policía. Igual estuvieron los elementos de seguridad privada que contrata el club deportivo para vigilar las tribunas.
Entiendo que, ante la multitud, los vigilantes presentes poco o nada podían hacer más allá de salvaguardar su físico. Se entiende pero no justifica. Hay responsabilidad obvia del municipio de Querétaro pues, hasta donde sabemos, sus pocos elementos destacados en el estadio no intervinieron cuando se les solicitó auxilio. Similar situación aconteció con los elementos de Seguridad Ciudadana del gobierno del estado. Actuaron igual, con pasividad.
Versiones periodísticas del acontecimiento publicadas el domingo hacen referencia a la “infiltración” del crimen organizado entre la afición. No tengo pruebas para afirmar o negar tal versión, pero si así fuera el panorama de la seguridad no cambia: no hubo vigilancia y mucho menos protocolos preventivos especiales en el acceso al estadio que, quizá, hubieran evitado su ingreso e incluso, con poquita suerte, logrado su detención.
Lo futbolístico
Esta es la otra parte de la responsabilidad. La Federación Mexicana de Futbol se ha vuelto sumamente blandengue en la aplicación de sanciones a los futbolistas. Permite que cotidianamente haya comportamientos antideportivos sin que se castiguen.
Hacer tiempo, fingir lesiones, lanzar el balón a otro sitio, gritar e insultar al árbitro, golpear arteramente al contrario y negarlo (que es lo peor) o cruzar insultos con los aficionados (pregúntenle al “Tuca” Ferreti) en las tribunas son acciones que alteran los sentidos de muchos; molesta al aficionado por la permisividad y, en varios casos, terminan con conductas agresivas.
Tanto directivos como propietarios y permisionarios del estadio han hecho caso omiso de la necesidad de garantizar que el espectáculo sea apto para todo público. También son responsables los aficionados que, en un arranque de fanatismo, se lían a golpes o agreden a aficionados del rival, como si esa conducta garantizara el triunfo de su equipo, o no denuncian la violencia. Otros se emborrachan y llevan la agresividad al hogar. Y si a eso agregamos las arengas al enfrentamiento desde el Palacio Nacional, se completa el cuadro para que la sociedad se polarice.
Cambiar al futbol y su entorno
Por eso considero que se ha convertido en un espectáculo tóxico que debe de ser reformado a fondo. Primero, con la aplicación de sanciones a todas y todos los responsables de la violencia sabatina en Querétaro. Luego, revisar la capacitación y capacidad que tienen las corporaciones policiales en Querétaro, así como las empresas de seguridad privada, para determinar si pueden o no garantizar la seguridad en los espectáculos masivos y saben qué hacer en consecuencia. Finalmente, mejorar los protocolos de seguridad en los estadios, seguido de la modificación del reglamento de competencia, haciéndolo más severo con futbolistas violentos o que tienen actitudes antideportivas.
En las tribunas, aficionados y barristas deben entender que sólo van a animar a un equipo que participa en un espectáculo que divierte, pero que en él no nos va la vida. ¿Podremos?