“Preferiría la paz más injusta a la más justa de las guerras”.
Cicerón
Con esta frase, atribuida al orador y político romano del siglo I a. C. Marco Tulio Cicerón, partimos hacia una reflexión motivada por el temor de una posible conflagración mundial que supondría la destrucción de la civilización humana.
¿Existen las guerras justas?
En 1936, Mao Tse-Tung escribió la obra Problemas estratégicos de la guerra revolucionaria en China, que se convirtió a la postre en el referente teórico para el análisis de los conflictos armados. En dicha obra, Mao califica de justas a las guerras que surgen para cambiar el estado de las cosas y, a su vez, califica de “injustas” a las guerras contrarrevolucionarias, aquellas otras que se oponen a las revoluciones. Este concepto, desde luego, está imbuido del constructo marxista de la “lucha de clases”.
Antes, un filósofo y general también chino –Sun Tzu– creó, en el siglo V, un tratado de estrategia militar que durante muchos siglos fue el libro de cabecera de connotados políticos y destacados personajes históricos, de Napoleón al mismo Mao Tse-Tung.
Aun cuando es un manual de estrategia, El arte de la guerra de Sun Tzu consigna algunas opiniones que, proviniendo del iniciador de la teoría militar, resultan significativas: la mejor victoria es vencer sin combatir, y evitar el combate hace la diferencia entre el hombre prudente y el ignorante.
La idea de la “guerra” ha sido abordada por la mayoría de los pensadores. Para la generalidad entraña riesgo, debería evitarse, y constituye un signo de barbarie.
La pregunta de este apartado no tiene, luego entonces, una respuesta, porque las guerras pueden parecer justas para quien las incita o para quien las libra, dependiendo del lado en el que se ubique. Las diferencias ideológicas, religiosas, étnicas, etc., han sido las propulsoras de los conflictos en los que diversos grupos humanos se han enfrascado a lo largo de los siglos y han dado como resultado la civilización que hoy conformamos.
Quizá mejor que en cualquier tratado de historia, el genial artista gráfico italiano Milo Manara resume, en 24 viñetas –del hombre de las cavernas a la sociedad del año 2000–, el devenir de nuestra especie en un trayecto oscilante entre el eros y el tánatos. Y mediante su trazo sublime destaca el rasgo que nos distingue como especie y que, como veremos más adelante, puede servirnos para conjurar la guerra: el arte.
¿Qué es entonces la guerra?
La tesis clásica del sentido de la guerra, presente en muchos ideólogos contemporáneos, se atribuye al historiador y militar prusiano del siglo XVIII Carl von Clausewitz, quien la definió así: la guerra es una mera continuación de la política por otros medios, (…) la guerra no constituye simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de la actividad política, una realización de esta por otros medios (Clausewitz, 1983). Tal y como pareciera que ocurre hoy entre Rusia y Ucrania.
Aunque la guerra también es un negocio. En El origen de la familia, la propiedad privada y del Estado, Federico Engels (1884) la conceptualiza como una “industria permanente”, ya que contribuye a aumentar la riqueza económica de quienes se benefician de su uso. Recordemos que las principales potencias del mundo –sin importar si son capitalistas o socialistas– a la par de un gran desarrollo económico exhiben un inmenso poderío militar.
¿Se puede evitar la guerra?
En 1932, Albert Einstein, considerado el científico más importante del siglo XX, dirigió una carta a Sigmund Freud –también apreciado como uno de los principales intelectuales de esa centuria– expresándole dos cuestiones fundamentales: ¿Existe un medio de librar a los hombres de la amenaza de la guerra?, y ¿Existe forma de canalizar la agresividad del ser humano y armarlo mejor psíquicamente contra sus instintos de odio y de destrucción?
Como respetado médico neurólogo y psicoanalista, Freud –creía Einstein– podría ayudarle a encontrar respuestas ante la angustia de la guerra que amenazaba erguirse de nuevo sobre Europa. Un sentimiento casi idéntico al que nos embarga a todos en estos momentos.
Mediante una extensa misiva, Freud explica, desde su óptica erudita, los motivos por los que la sociedad recurre a la violencia. No obstante, puntualiza también cómo oponerse a la guerra y, de manera similar pero evidentemente más prolífica y docta, remite a la propuesta beatlemana de All you need is love (Lennon y McCartey, 1967) pues, dado que la guerra es un desborde de la pulsión de destrucción, lo natural será apelar a su contrario, el eros (Freud, 1932). Es decir, todo cuanto establezca ligazones de sentimientos entre los sujetos ejerce un efecto contrario a la guerra. Asimismo, Freud considera que todo lo que trabaja en favor del desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra. Así como el arte de Milo Manara.
Actualmente, esta tesis freudiana podría parecer romántica e ilusa, pero recordemos que movimientos pacifistas como el hipismo de los años 60 (y su lema de “amor y paz”) ejercieron una crítica y presión constantes contra la intervención estadounidense en Vietnam, reclamando el final de esa guerra.
Epílogo beligerante
Las noticias que aquí recibimos de la guerra entre Rusia y Ucrania están filtradas por los medios y el discurso occidental, por lo que nuestra visión de lo que ocurre y significa ese conflicto podría no ser tan clara ni objetiva. No obstante, parece que no hay argumento que valide la invasión de un país soberano por parte de una nación infinitamente más poderosa.
Todos tienden a la OTAN
Analistas como el filósofo y lingüista estadounidense Noam Chosmky (2022) aseguran que el expansionismo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia países limítrofes con Rusia es la causa válida y verdadera de la agresión sobre Ucrania, tanto para preservar su seguridad fronteriza como para desalentar los afanes de ese pacto armamentista por incluir a naciones escandinavas y bálticas como Estados-miembros.
La historia reciente dice, sin embargo, que la mayoría de los países que integraban el Pacto de Varsovia, la contraparte de la OTAN, se adhirieron a esta última cuando la caída del muro de Berlín marcó el final de la Guerra Fría, así como algunas de las naciones que se escindieron de la Unión Soviética se adscribieron también a dicha organización durante el curso de las últimas décadas: la propia Polonia (1999), República Checa (1999), Eslovaquia (2004), Lituania (2004), Letonia (2004), Croacia (2009), Albania (2009), Rumania (2004), Macedonia del Norte (2020).
El ensayista y politólogo alemán Hans Magnus Enzensberger (1993) explicó así esta desbandada en los años noventa: cuanto más artificial es un origen, más precario e histérico resulta el sentimiento nacional. Ello es aplicable a las “naciones unidas” de Europa como a los nuevos Estados surgidos del sistema colonial, pero también a uniones forzadas como la URSS y Yugoslavia, que tienden a la desmembración o a la guerra civil.
Las exrepúblicas soviéticas rápido se volcaron al capitalismo. Incluso Rusia abrazó el libre mercado, y del socialismo de la era soviética sólo conservó la autocracia (Putin ya lleva más de veinte años en el poder y la reciente promulgación de una ley ad hoc le permitirá mantener su mandato hasta el año 2036).
El riesgo real de una guerra global es que la OTAN tome partido por Ucrania. No obstante, advierte este organismo en su página web: una “decisión de la OTAN” es la expresión de la voluntad colectiva de los 30 países miembros, ya que todas las decisiones que se toman son consensuadas.
Algo que jamás pasó en la antigua URSS, ni pasará en algún bloque creado o por crearse bajo el alero de Rusia (o de China, o de cualquier otro país asumido como socialista).
Back in the USSR
McDonald’s llegó a Rusia cuando todavía era la URSS (1990). Hoy abandona ese mercado en represalia por la invasión a Ucrania. ¿Será la retirada del símbolo máximo del capitalismo –los arcos dorados de la fast food nation [Linklater, 2006]– un preludio del regreso al régimen soviético?
El retraimiento masivo de marcas (productos y servicios) occidentales y la consecuente estanflación derivada de las sanciones económicas impuestas por Occidente parecen augurar para Rusia escasez y una escalada en la censura, la falta de libertades individuales y colectivas, y un creciente descontento de su sociedad civil por estas causas y por la misma intervención militar en un país que consideran afín.
Putin arguye derechos históricos para arrogarse a Ucrania, y así justificó su invasión. El premio Nobel de literatura (1970), también ruso, Aleksandr Solzhenitsyn dijo, cual acertado vaticinio: un Estado en guerra sólo sirve como excusa para la tiranía doméstica.
En su mensaje, mediante el cual anunció la invasión a Ucrania, Putin destacó: las decisiones que tomemos se lograrán, nuestros objetivos se cumplirán y la seguridad de nuestra madre patria quedará garantizada. 108 años antes, Ricardo Flores Magón, el anarquista oaxaqueño precursor de la primera revolución social del siglo XX, escribió: la patria fue inventada por la clase parasitaria, por la clase que vive sin trabajar, para tener divididos a los trabajadores en nacionalidades. […] El pobre no tiene patria porque nada tiene, a no ser su mísera existencia. Son los burgueses los únicos que pueden decir: “esta es mi patria”, porque ellos son los dueños de todo. Los pobres son el ganado encerrado en los grandes corrales llamados naciones, y ¡oh, ironía! a ese ganado se le obliga a defender la patria, esto es, la propiedad de los burgueses, y al caer por millares en los campos de batalla donde se deciden vulgares querellas de parias de la política, gritan los jefes: “Todo por la Patria” (1914).