La invasión de Rusia a Ucrania, tema central hoy en día en las rondas de análisis internacional, ha provocado varias adaptaciones interesantes en el panorama global. Ciertamente, la conmoción en las sociedades europeas que ha detonado esta guerra es similar a la experimentada hace tres décadas con las guerras yugoslavas, pero también con la Segunda Guerra Mundial. Las atrocidades perpetradas hacia civiles, la desproporción del poder militar entre beligerantes y la migración masiva han generado eco en todo el continente.
Es por ello que los gobernantes europeos se unieron contra Rusia, imponiéndole severas sanciones que han mermado la imagen y economía del país. Pero no es la única dinámica que se ha apreciado en Europa. A raíz de las recientes acciones comandadas por el Kremlin, varios líderes políticos, incluyendo de derecha, han tomado distancia con Vladimir Putin.
Lo anterior es interesante porque la oposición a lo occidental estaba materializada, en fines pragmáticos, en Rusia, siendo la heredera de la Unión Soviética, aunque no en su esquema económico, sino en el político. En el mismo sentido, la parte política en Europa opuesta a varios lineamientos, ideas y entendimientos de Occidente, por ejemplo, la libertad, la igualdad, la protección de derechos humanos, etc., se ha configurado en la derecha política, particularmente en el populismo de derecha.
Con el ánimo de fortalecer su posición política, los populistas de derecha en Europa como Marine Le Pen, Matteo Salvini y Geert Wilders habían forjado alianzas con Putin. El mandatario ruso los fondeaba con recursos que podían ser utilizados a discreción sin que aunaran en los principios de la Unión Europea (Estado de derecho, la libertad, la inclusión social, los derechos humanos, etc.). Pero resulta que han sido precisamente estas figuras populistas de derecha quienes, al igual que sus respectivos rivales políticos domésticos, también se han apartado del mandatario ruso.
Esta adaptación forzada en los líderes populistas de derecha a raíz de la guerra diseña un nuevo e intrigante panorama en la política doméstica de un puñado países. Mantener una alianza con el presidente ruso era un símbolo de fortaleza, buenas conexiones y apoyo a ideas más conservadoras y autoritarias. Sin embargo, estos políticos europeos de derecha se han visto ante la necesidad de reconsiderar sus alianzas en favor de la estabilidad y seguridad en el continente. De forma interesante, la consecuencia de esta evaluación podría fortalecer los ideales y a los políticos liberales de Europa.
Pero ellos no son las únicas figuras políticas que han reconfigurado su posición con Putin. El mandatario chino, Xi Jinping, también ha seguido una política más mesurada. China no abandera la causa de Occidente, sigue en la postura de mantener su autonomía en el escenario internacional, materializándose como oposición. Aun en esta catástrofe, Beijing preserva sus lazos con Moscú.
No obstante, reconoce que para seguir siendo un contrapeso a los poderes occidentales necesita de una Rusia sana política y económicamente hablando, y además que sea capaz de afrontar al bloque rival a través de maneras diferentes a las confrontaciones bélicas, que son muy costosas y atraen más atención internacional que puede mermar la imagen y prestigio de los países que las alimentan.
Por ello, la aproximación de Xi a este escenario no ha sido votar a favor de condenar la invasión rusa a Ucrania en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y en la Asamblea General, lo que habría colocado la balanza aún más en favor de Occidente contra Rusia, mermando la alianza sostenida con el Kremlin. Pero tampoco su postura ha sido desestimar la invasión, lo que habría traído una enorme crítica internacional hacia China, colocándola en la misma bolsa que países mundialmente conocidos como autoritarios unos, y totalitarios otros, como es el caso de Bielorrusia, Corea del Norte, Cuba y Siria.
La política instruida desde Zhongnanhai ha sino abstenerse, con la intención de mediar entre Rusia y Ucrania-Occidente. Como se mencionó, Beijing no asumiría un rol más preponderante a lado de Moscú y no entraría a una guerra para salvar a su aliado al que los poderes occidentales han lapidado con, literalmente, más de mil sanciones. La esperanza de China es que su socio no quede tan debilitado tras la guerra y las medidas punitivas, con la intención de seguir siendo el contrapeso que los ha caracterizado desde hace unos tres lustros.